domingo, 12 de octubre de 2014

La manada 2: Primera sangre

Autor: Hans Rothgiesser

Big Data se despertó de un sobresalto cuando sonó el despertador a las 5 de la tarde.  Instintivamente buscó sus pantunflas para caminar hasta el baño y lavarse la cara.  Se tardó unos segundos en darse cuenta de que una vez más se había quedado dormido con la ropa puesta.  Que su pijama se encontraba doblada debajo de la almohada de su cama.  Era la segunda vez esta semana.
Cuando se vio en el espejo notó que no se había lavado el pelo en varios días y que se comenzaba a notar.  A las 6 pm tenía que conectarse en el sótano, poco antes de que se oculte el sol.  Esto quería decir que tenía una hora para ducharse, lavarse el pelo, cambiarse de ropa y preparar todos los equipos.
Como solía ser el caso, ingresó a la ducha y se demoró un buen rato debajo del agua caliente, incluso antes de enjabonarse.  En esos días eso era lo único que lo relajaba. Estar ahí sin pensar en nada y sintiendo cómo la ducha lo quemaba ligeramente. Cerraba los ojos, se apoyaba en una de las paredes y repiraba profundamente varias veces. Luego se echaba jabón y se enjuagaba y nuevamente se quedaba bajo el agua caliente más tiempo de lo usual. Finalmente salía y se miraba en el espejo del baño por unos cuantos minutos. Otra vez se había olvidado lavarse el pelo.


Cuando abrió la puerta del baño para salir al dormitorio y vestirse, llevaba solamente con una bata encima. La habitación estaba con la luz apagada. Big Data presionó el interruptor para encender el foco, pero éste no se prendió.
“Déjalo así”, escuchó una voz en una esquina. Big Data se sobresaltó e instintivamente se apresuró en llegar a su mesa de noche. Antes de que pudiese abrir el cajón en el que guardaba un arma de emergencia, la voz volvió a hablar. “No te preocupes en buscar tu arma. Ya me tomé la molestia de sacarla de ahí.”
Entonces escuchó cómo las piezas metálicas que alguna vez habían sido su confiable glock caían al suelo. Big Data se quedó parado en el umbral de la puerta. No sabía qué hacer. Ni siquiera reconocía la voz, aunque suponía de quién se trataba.
“Lobo”, dijo Big Data. Comenzó a respirar profundamente conforme el pánico se adueñaba de él.  Corsair había alertado a todos los superhéroes que había podido. Es más, se había comunicado directamente con Big Data para pedirle que envíe un boletín a todos los que pudiese. Que les advirtiese que Lobo había regresado y que estaba molesto. Que Amalgam, el supervillano que solamente pudieron vencer cuando muchos superhéroes se unieron para luchar contra él, había sido el mismísimo Lobo. “Eres tú”
“Así es”, respondió la voz, pero no dijo nada más.
Big Data sintió cómo sudaba. Había una razón por la cual él brindaba apoyo a los superhéroes desde la comodidad de su sótano. Él quería hacer algo para ayudarlos en su loable labor. No obstante, era alguien que se paralizaba de miedo a la hora de la verdad. Él jamás podría hacer las cosas que había hecho Lobo en sus años gloriosos.
“¿Sabes por qué estoy aquí?”, preguntó de pronto el intruso. Por lo menos estaba solo, lo cual era bueno. Lobo ya estaba viejo y en el hipotético caso de que tuvieran que luchar mano a mano, Big Data tendría una oportunidad (aún cuando su entrenamiento en lucha cuerpo a cuerpo fuese más bien mediocre).
“No, no lo sé”, respondió Big Data temeroso. De pronto sintió una descarga eléctrica que lo obligó a caer al suelo de rodillas. Gritó de dolor.
“Te he hecho una pregunta. ¿Sabes por qué estoy aquí?”
Big Data se quedó de rodillas. No se atrevió a pararse. Su vista se había nublado, así que había menos oportunidad de reconocer al intruso en la oscuridad. Su mejor opción era huir de ahí. Tenía un cuarto seguro en el sótano. Solo tendría que llegar ahí, encerrarse y enviar una señal de auxilio.  Algún superhéroe vendría por él en cuestión de minutos.
“No lo sé. En serio”, respondió Big Data. Cerró los ojos esperando otra descarga, pero esta vez su respuesta no trajo dolor.  Solo silencio. “Sé que hablaste con Corsair. Sé que le dijiste de todo. Pero no sé por qué vendrías donde mí.”
Sintió entonces cómo Lobo se paraba y se acercaba a él. Sus pasos fueron lentos y precisos. Big Data tuvo más miedo con cada paso. Cuando estuvo a un par de metros de distancia, lo pudo reconocer.
Ahí estaba parado frente a él, con su alta estatura y su barba blanca y su mirada pentrante. No estaba usando máscara, como la última vez que lo había visto hacía ya varios años. Lo nuevo era un sombrero negro de ala ancha y una bufanda roja larga.
“¿Qué es lo que te ha dicho Corsair?”, preguntó finalmente. “¿Para qué he regresado?”
La cercanía física de Lobo lo puso más nervioso. Big Data miró hacia la puerta. Lobo se percató de esto.
“Y párate. Ten algo de dignidad”, le dijo.
Big Data lo pensó. Las rodillas le temblaban, pero Lobo parecía dispuesto a lo que sea. De hecho, lo que Corsair le había pedido que comunique a los demás era que había que considerar la posibilidad de que había perdido la cordura. Que el ex-superhéroe se había vuelto loco. Sicópata, ajeno al dolor de los demás. Su comportamiento hasta ahora en este cuarto parecía confirmarlo.
Haciendo un gran esfuerzo, Big Data se paró.
“Ahora respóndeme”, insistió Lobo parado frente a él. “¿Para qué he regresado?”
“Para fiscalizarlos”, respondió el hacker. “Para vigilar que los superhéroes no abusen”
“Exactamente. Para revisar que todos ustedes hagan lo correcto”, completó Lobo. “Ahora dime, ¿por qué estoy aquí frente a ti?”
“¿Para castigarme por algo?”, preguntó Big Data abriendo los ojos. “¿Por qué? ¿Qué he hecho?”
Lobo no dijo nada.  Sorpresivamente le metió una patada en el pecho a Big Data, por la que éste salió impulsado hacia atrás, cayendo de espaldas en el piso del baño. El golpe fue bastante duro. Lo primero que pensó el hacker fue cuánta fuerza había mostrado Lobo para la edad que tenía.
“¡No te hagas el inocente conmigo!”, gritó Lobo, señalándolo. “¿Crees que eres el único hacker en este planeta? ¡Te hemos estado monitoreando por años! Sabemos todo acerca de tu negocio paralelo.”
Big Data se puso pálido de golpe. Se intentó parar lentamente. Todo el cuerpo le dolía. Lobo dio dos pasos hacia él y le aplicó una segunda patada. Ésta fue en la cara. El impacto lo lanzó contra una pared. Cayó al suelo con sangre emanando de la nariz.
“Yo... yo...”
“Eso es lo que más me molesta. Lo que me pone de mal humor: Cómo ustedes no son capaces de afrontar las consecuencias de sus acciones. Te creiste muy astuto vendiendo información confidencial de los superhéroes con los que colaboras. Y ahora que te he descubierto, no tienes palabras. ¡Eso es lo que me molesta!”
Lobo aplicó una patada más.  Esta vez en la boca del estómago. Big Data quedó sin aire. Sabía que debía haberle hecho caso a Corsair y a todos los demás superhéroes con los que trabajaba, cuando le insistían en que debía preocuparse más por entrenar. Y a todos sus contactos hackers, cuando le insistían en que debía tener una ruta de escape en todo momento. Que en lo que se estaba metiendo era demasiado peligroso.
Quizás hace más de una década, cuando asumió la personalidad de Big Data y comenzó a ser el operador de superhéroes, contribuyendo así a la lucha contra el crimen, tuvo una preocupación intensa por estar en forma y tener una manera de huir en todo momento. Pero con el pasar de los años y conforme nadie nunca lo atacaba en la seguridad de su guarida, se fue relajando. Su mentalidad de hacker lo llevó a tener muchos filtros y mecanismos de seguridad en el cyber espacio, de tal manera que fuese casi imposible identificar en dónde se encontraba geográficamente.  Pero en el fondo siempre supo que era una posibilidad que alguien rompiese sus barreras.
Después de todo, Lobo había sido parte del equipo alguna vez. Y si bien nunca le había dicho concretamente en dónde encontrarlo, debía de haberle dado pistas más de una vez. Todos saben que Lobo es extremadamente inteligente.
Aunque hacía unos segundos había dicho algo de otros hackers, ¿no? Le había preguntado si creía que era el único hacker en el planeta. ¿Quería eso decir que había acudido a otro programador para que rompiese los mecanismos de seguridad de Big Data y así decirle en dónde estaba?
Como sea. En ese preciso momento eso no le serviría de nada. Lo que necesitaba era una manera de salir de ahí.
“Tengo que aceptar que hay otros que han traicionado aún más la confianza que nos ponemos entre nosotros”, siguió hablando Lobo. “Pero para mi primer golpe tenía que escoger a un miembro de la comunidad de superhéroes que no fuese demasiado relevante o demasiado poderoso. Y tú eres el candidato perfecto. Cuando te encuentren y sepan que hablaba en serio cuando le dije a Corsair que no pienso permitir que se continúen los excesos, me prestarán más atención.”
“¿Cuando me encuentren?”, preguntó Big Data haciendo un esfuerzo por hablar. “No me puedes matar. Tú eres un héroe. Los héroes no matan.”
“Oh, yo *era* un héroe”, Lobo se rió. Su bufanda roja se movió dramáticamente en el aire. Big Data supo entonces que estaba perdido. Que ya nada lo salvaría y que sus segundos en este mundo estaban contados. “¿No prestaste atención a todo lo que le dije a Corsair? Mis días como héroe se han acabado. Ahora soy algo más”
“Por favor... No me mates...”, Big Data no tenía nada más. Lo único que le quedaba era la compasión de este lunático.
“¿Es que no entiendes, Walt?”, Lobo sonrió. “Tu vida es el cuadro mismo de la mediocridad. Vives a la sombra de otros que hacen grandes obras. Heróicas obras. Le sirves a Bill y a Alba y a tantos otros que día a día salvan a miles de civiles. Gracias a ellos el mundo es mejor. ¿Y cuál es tu aporte? Ser el operador. El que responde el teléfono. El que tiene las bases de datos en orden para cuando ellos la necesitan consultar”
“Yo... Yo soy mucho más que eso...”, Big Data se atrevió a refutar.
“Sí, lo sé. Eres su hacker. Eres al que acuden cuando se necesita irrumpir ilegalmente en los sistemas de alguna institución o empresa. Y tú, sin pensarlo dos veces, vas y lo haces en la comodidad de tu sótano, sin preocuparte por las consecuencias. Y ellos tampoco se preocupan por las consecuencias de pedirte a ti que lo hagas. Pero sí hay consecuencias, ¿no es así, Walt?”
Big Data sabía a qué quería llegar Lobo. Sabía de lo que lo estaba acusando, de lo que había descubierto.
“Oh, ¿qué sucede, Walt? ¿No tienes ganas de hablar de ello? ¿Quizás porque es algo demasiado personal e íntimo? ¿No es cierto?”, Lobo seguía sonriendo.
“No, por favor”, dijo finalmente el hacker. “Mátame si quieres, pero no le digas a los demás.  Déjame borrar el disco duro secundario de...”
“¡Por supuesto que no!”, Lobo lo tomó del cabello y lo levantó. Luego lo arrojó al dormitorio. Big Data cayó en una esquina. El dolor del impacto no le preocupaba. Apenas lo registró. Más le llamó la atención que Lobo a su edad aún pueda hacer esas cosas. “¡Ése es justamente el objetivo! ¡Que todos sepan lo que hiciste! Y que sepan cómo se castiga eso ahora que yo he regresado”
Big Data seguía llorando. No había nada que pudiese hacer. Estaba acorralado, vencido y próximamente sería humillado públicamente. Todo porque no tomó en serio la advertencia. Todo porque no creyó que ese lunático iría tras él luego.
Entonces, en ese momento en el que ya no tenía esperanza alguna, encontró fortaleza. Se paró de un salto y dio un par de pasos decididos hacia Lobo. Tenía las manos cerradas en puño. El poco entrenamiento que había recibido se manifestó. Se puso en posición de combate y esperó a que Lobo dé el primer golpe, el cual no llegó.
“Déjame que te explique algo”, dijo Lobo sonriendo.  No estaba en lo más mínimo en posición de atacar a Big Data. Por el contrario, estaba bastante relajado. “Lo que sea que te vamos a hacer ya te lo hemos hecho. Ya nos hemos descargado la información de tus archivos y ya la hemos trasladado.    Aún no se la hemos mandado a los demás superhéroes. Eso será en el preciso momento en el que mueras. Cuando vengan a revisar cómo estás, ya no estarás vivo. Pero sabrán que has estado traficando información. Que le has estado vendiendo secretos de tus compañeros a los mejores postores. Y que muchos supervillanos te han pagado buenas sumas por ello.”
“Eso es mentira”, dijo él. “Nadie te creerá”.
“Oh, mi querido Walt”, Lobo rió. “¿Te olvidas que pasé meses interpretando a un criminal internacional? ¿Es que Corsair no te contó que yo era Amalgam?”
Big Data entonces se dio cuenta de su error. Amalgam había sido uno de sus clientes. Le había vendido secretos sobre varios superhéroes, Corsair y Lobo incluidos. Sin embargo, todo había sido una trampa.
“Y por eso... Por ese pequeño detalle... Por traicionarnos a nosotros... Por traicinarme a mí”, Lobo rió nuevamente, “por eso no te mereces mi piedad. Hoy morirás, Walt. Adiós”
Lobo se le acercó y con un movimiento preciso le cortó en ambas rodillas, obligándolo a caer sentado al suelo. Big Data intentó pararse de inmediato, pues pensó que a continuación Lobo le daría un golpe, pero ése no fue el caso. Simplemente se dio media vuelta y se retiró de la habitación.  Salió caminando por la puerta. Big Data no escuchó sus pasos.
El hacker respiró profundamente un par de veces y luego intentó pararse para salir de ahí, pero no pudo. Sus piernas parecían hechas de gelatina. El corte que le había hecho Lobo había dañado algo.  Big Data lo intentó de inmediato y concluyó que no le convenía perder mucho tiempo intentando pararse, así que comenzó a arrastrarse hacia la escalera que llevaba al sótano. Ahí estaría a salvo. Y desde ahí podría pedir ayuda. Llamaría directamente a Corsair.
No obstante, no llegaría muy lejos. A los pocos segundos sentiría la fuerte explosión que destruía todo el sótano. Menos de un segundo después vendrían las demás detonaciones que destruían por completo su casa. Encontrar el cuerpo sin vida de Big Data sería una tarea que le tomaría más de dos días a los rescatistas.
El verdadero mensaje había sido enviado.


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