sábado, 29 de noviembre de 2014

NEUSUD: Telekinesis 2 - Insolación


Texto e ilustración: Gerardo Espinoza
Revisión: Luis Arbaiza

Luego de despertar, permaneció tendido por varios minutos sin tener idea de donde estaba. Sentía el sol quemándole el rostro.

Giró a ver el sitio y se descubrió en medio de un maizal. Notó que estaba sobre cientos de tallos aplastados formando un círculo ancho de cinco metros, algunas hojas estaban chamuscadas. Se puso de pie desorientado y salió del claro haciéndose camino entre los tallos más altos que él.

Su mente se aclaraba a medida que avanzaba, revelándole la atroz realidad de lo que había pasado. Llegaban los recuerdos y empezaban a surgir las preguntas: ¿Qué pasó en el salón? ¿Qué le hice a mis compañeros? ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí?

El caminar se hacía cada vez más difícil; le temblaban las piernas y tenía la boca seca. Se detuvo y permaneció estático por varios minutos totalmente desorientado oyendo el zumbido interno que sólo la completa soledad otorga.

Recordó el rostro de Isabel, recordó que aquella mañana intercambiaron cuadernos, recordó que no eran amigos pero era la única que le hablaba, recordó que ella lo abrazó y trató de calmarlo, sintió sus pequeños brazos y su voz aguda pidiéndole que pare. No pudo más y cayó de rodillas presa de la angustia. No quiso moverse y se recostó en medio de los surcos de tierra seca.

Pasó horas en ese maizal y se quedó dormido. Cuando cayó la noche se obligó a sí mismo despertar; sentía mucho frio. Caminó hacia el norte y encontró la carretera luego de media hora. Dio unos pasos y se echó en el asfalto aprovechando el calor acumulado durante el día. Esperó así por horas sin ver una sola luz ni señal de vida.

Durante la noche que pasó tendido en la pista; tuvo un sueño  extraño que involucraba un orbe luminoso al borde de la carretera. Este se le aproximaba proyectando una especie de láser aplanado que escaneaba su cabeza variando su intensidad e iluminando a veces todo a su alrededor. Luego sólo brillaba su parte central, como un anillo que lo circundaba ecuatorialmente. Segundos después se esfumó entre la vegetación.

A la mañana siguiente continuó andando por la carretera. Tenía los  brazos y cuello enrojecidos por exposición al sol.

Tiempo después llegó a un canal de regadío. Bajó a la orilla y bebió tanto como pudo, se sumergió en el agua y permaneció en ese sitio hasta el mediodía. Al atardecer se sentó al borde de la carretera sin intenciones de caminar más. Estaba muy hambriento.

Mientras esperaba empezó a tener micro sueños donde oía los gritos de horror de sus compañeros, oía también a la profesora Mildred. Las lágrimas caían porque veía también sus rostros y despertaba asustado. Era la culpa e incertidumbre de no saber qué pasó.

Un motor sonó a lo lejos casi imperceptible. Al instante su corazón empezó a acelerarse, parecía su salvación en el peor momento de su vida. Alzó sus brazos temblorosos para llamar la atención del que maneja.

domingo, 23 de noviembre de 2014

La manada 3: Por puesta de mano


Autor: Hans Rothgiesser
Ilustración de Glauconar Yue 

Myrko Nichols era una de esas personas que consideraban nunca haberle hecho daño a nadie.  Había sobresalido desde pequeño, cuando resultó ser un alumno excepcional.  Sus padres no entendían de dónde había heredado ese potencial.  Ninguno de los dos era particularmente astuto o inteligente.  De hecho, ninguno de sus dos hermanos era buen alumno. 
A muy temprana edad Myrko entendió que llamar la atención no era una jugada muy conveniente, así que decidió bajar su rendimiento.  Sus notas pasaron de ser las mejores a ser promedio.  Sus profesores, mal pagados y decepcionados de su profesión, no le prestaron atención.  Sus padres y sus hermanos se tranquilizaron y dejaron de pensar en el asunto. Los bravucones de su clase, con el tiempo, lo olvidaron y lo dejaron en paz.
Eso, por supuesto, no implicaba que el joven Myrko se limitara a la mediocre educación que recibía en su distrito.  La mayoría de los recreos los pasaba en la biblioteca del colegio con la complicidad del encargado de la biblioteca, que reconocía perfectamente el juego que estaba jugando el muchacho. Le dejaba pasar y esconderse cuando hacía falta. De hecho, a veces lo dejaba en la biblioteca luego de que el colegio cerrara, indicándole cómo salir. Myrko y el bibliotecario sabían perfectamente que a la primera ocasión en la que su estadía clandestina fuese un problema, se acabaría ese trato especial, algo que ninguno de los dos deseaba en lo más mínimo. Así que cada tarde que Myrko se quedaba leyendo, él brindaba especial atención en dejar todo como le habían indicado que lo haga, antes de salir despacio.

domingo, 9 de noviembre de 2014

El magnífico mago Mystére 3: La prisión más segura de Europa

Autor: Glauconar Yue
Ilstración de Philip Jacques de  Loutherbourg (1791)

La intensa brisa marina azotaba la gabardina del inspector François Bergier, quien se detuvo sobre una roca cubierta de arena y nieve. El inspector cubrió su calva negra con un gorro de lana, alzó la mirada hacia los muros de la prisión y sintió envidia del detective Planchard. Mientras Bergier daba vueltas por estos parajes inhóspitos, el encargado del caso del Garou había vuelto a las calles hace poco. Había sido casi un mes en el que las extrañas muertes se habían dejado de registrar. Realmente daba ganas de creer que el mago Mystére había desaparecido al monstruo en su desconcertante espectáculo, incluso si un pobre muchacho inocente hubiera desaparecido junto con este. ¿Qué tal, incluso, si el muchacho era efectivamente el asesino? Era una conjetura seductora, pero representantes de la ley como Bergier y Planchard estaban obligados a buscar pruebas.
Sin embargo, hace dos días, apareció un caso más, con las precisas características del temido asesino en serie: violencia visceral, marcas de garras y dientes, sin testigos. En la misma noche, además, Jules Mystére había huido de prisión. El inefable mago que se había negado a declarar sobre la desaparición del muchacho en su espectáculo había huido, y no de cualquier lugar, sino de la prisión más segura de Europa, el siniestro Château d'If. ¿Sería incluso capaz de cometer dos crímenes incomprensibles en una sola noche? Había pocos hombres en el mundo capaces de actuar tan sigilosamente, por lo que matar dos pájaros de un tiro también era tentador. Si Bergier hubiese tenido a un embaucador semejante frente a frente, le habría arreglado cuentas a puñetazos. Pero Bergier era un representante de la ley, obligado, no a atrapar al criminal, sino a investigar cómo escapó.