martes, 13 de enero de 2015

La manada 4: La calma antes de la tormenta

Autor: Hans Rothgiesser
Ilustración: Christian Magán

Myrko Nichols no creía ser una persona atada a sus pertenencias materiales. Cuando fue raptado por la mafia para que trabajara para ellos, no tuvo tiempo de recoger nada de su laboratorio o de su departamento. Cuando fue rescatado de ahí por el misterioso individuo que se hacía llamar Lobo, no pensó en ningún momento pedirle que lo llevara de vuelta para empaquetar sus cosas. Estaba agradecido de haber sido rescatado y de ser llevado a donde sea que sería llevado, en donde tendría la oportunidad de sentarse un instante, pensar en su situación y concluir qué era lo que tenía que hacer.  Con lo que iba vestido sería suficiente.
“No se preocupe”, dijo de pronto Lobo, sentado cómodamente en el asiento trasero de la limosina en la que iba. “Ellos no lo volverán a molestar.  Me tienen demasiado miedo”
Myrko lo miró por unos momentos y entendió de inmediato que una persona normal sabría que esto implicaba, a su vez, que él mismo tenía que tenerle miedo a este hombre.  Que eso era lo que en el fondo le estaba queriendo comunicar. No obstante, Myrko no era una persona normal.  Su curiosidad era sobresaliente.
“¿Y yo?”, decidió que era seguro preguntar. “¿Debería yo tenerle miedo?”
“¿Usted?”, preguntó Lobo desde su cómoda posición, vestido con su saco largo negro y su sombrero de ala ancha también negro. “No, usted no tiene por qué tenerme miedo.  A mí.”
Myrko lo miró por un instante. Él nunca le había querido hacer daño a nadie. Pero si debía defenderse para sobrevivir, tendría que pensar en algo rápido.
“Es a ellos a los que debes temer”, completó de pronto el hombre. Llevaba al cuello una larga bufanda roja que le daba un efecto dramático a sus movimientos. En sus manos llevaba unos guantes negros de un material sintético extraño.
“¿Ellos?”, preguntó Myrko frunciendo el ceño y sonriendo, pero Lobo no le respondió, así que intentó con otra pregunta. “¿A dónde me llevan?”
“A un lugar seguro”, le respondió Lobo. “No creo que se haya dado cuenta, pero su investigación tiene importantes implicancias para la comunidad de superhéroes. Por eso la mafia fue a buscarlo.  Ese Twigg no es ningún tonto. Sabe lo que hace. Por suerte pude intervenir a tiempo.”
“¿Quiere eso decir que otros superhéroes me estarán buscando?”, preguntó Myrko.
“Oh, definitivamente”, respondió Lobo. “Pero no se preocupe.  Yo lo mantendré a salvo.”
“¿No estaría más a salvo con ellos?”, preguntó Myrko.
Lobo no respondió.  Solamente soltó una risa, algo que se veía espeluznante, considerando lo frío que era. Su pelo largo, canoso y su abundante barba gris no ayudaban a la imagen.

“No, en serio”, insistió Myrko. “¿No estaría más a salvo con Corsair, el mago Mystére o uno de esos otros superhéroes? Corsair tiene una especie de base secreta en alguna parte, ¿no es cierto? ¿No me deberían llevar a ese escondite?”
“Primero, todos sabemos en dónde está la base secreta de Corsair. Debe ser uno de los secretos peor guardados de la comunidad de superhéroes, como lo llamas. Segundo, él nunca está enterado de nada de lo que está pasando. Estoy seguro que ni siquiera reconocería tu nombre y no sabría por qué eres una amenaza para él y para los demás como él. Y tercero, debes dejar de pensar en los superhéroes como los buenos de esta historia. Porque no lo son.”
Myrko lo miró unos instantes y luego miró por la ventana.  La limosina seguía avanzando por la noche. No sabía hacia dónde iba.
“¿No lo son?”, preguntó después de un momento.
“No, no lo son”, insistió Lobo.
“¿Y tú lo eres? ¿Tú eres el bueno de esta historia?”, Myrko se volteó para verlo a los ojos.  Él le devolvió la mirada, pero no respondió de inmediato.  Aunque sí lo terminó haciendo mientras seguían avanzando por una carretera de Suiza.
“No, no soy el bueno de esta historia. Soy el personaje que esta historia requiere para que la humanidad sobreviva. Los superhéroes con sus pugnas y sus conflictos y sus encuentros se están distanciando cada vez más de su verdadera misión. Cada vez se preocupan menos por el daño que le causan a la gente común. Y eso es algo que he decidido no seguir dejando suceder.”
“¿Cómo así?”, preguntó el joven científico. “¿Piensa ser una especie de policía de la comunidad de superhéroes?”
Lobo sonrió y asintió lentamente.
“Eso es exactamente lo que pienso establecer.”
Myrko no supo precisamente a lo que se refería. Tuvo miedo de continuar preguntando, pero nuevamente la curiosidad pudo más.
“¿Y cómo lo piensa hacer? Ellos son muchos.”
“Nosotros también somos muchos”, respondió de inmediato Lobo. “Somos muchos más de los que creerías. Y muchos más aún de los que ellos sospechan.”
Myrko pensó cuidadosamente en su siguiente pregunta, pero no tuvo oportunidad de hacerla.
De pronto, el científico sintió un fuerte golpe. Cerró los ojos y, si no hubiera sido por el cinturón de seguridad que llevaba puesto, habría salido disparado por una de las ventanas y seguramente habría muerto.
Con los ojos cerrados, no tuvo tiempo de ver lo que pasaba con Lobo.
Su oído dolía.  No podía escuchar bien.  Abrió los ojos y vio que el carro estaba de cabeza, fuera de la carretera, sobre una colina de gras verde. Lobo se acababa de parar ahí afuera. Cuando se terminó de parar, el aire sacudió su largo saco negro y su bufanda roja y su pelo canoso y su barba gris.  Todo el cuadro fue una imagen impactante.
Y en ese momento se encendió alguna clase de luz por encima de ellos.  Un sonido mecánico le indicó a Myrko que había algo que los sobrevolaba. Y una voz distorsionada llegó de pronto, confirmando esa suposición.
“Lobo”, dijo la voz a un volumen inhumánamente alto. “No pensé que fuese cierto. Pero aquí estás. ¿En serio has regresado a la acción? ¿Estás loco, viejo amigo?”
Myrko se quitó la correa y se arrastró hasta el borde del coche. Quería ver lo que sucedía. Lobo estaba parado en el medio de la colina, mirando para arriba. Ahí, flotando en el aire a unos tres metros de distancia, estaba una persona vestida en un traje que parecía hecho en parte de metal, en parte de licra y en parte de cuero. Tenía un casco dorado sobre la cabeza que impedía que se le reconociera la cara, pero Myrko creía saber quién era. Lo había visto en las noticias alguna vez. Era uno de esos superhéroes.
“Frontpage”, murmuró Lobo y luego saltó a un lado, sacando de entre sus ropas unas pequeñas esferas de cristal que lanzó al aire. Hubo un destello de luz. Myrko no estaba preparado para eso y el destello lo dejó con la vista dañada por unos segundos.
“¡Lobo!”, gritó el otro superhéroe. “¡No seas infantil! ¡Sé que estás aquí! ¿En serio vas a querer jugar a las escondidas? ¿Es que no tienes dignidad, viejo amigo?”
De pronto, algo falló en lo que sea que mantenía al tal Frontpage en el aire. Cayó bruscamente al suelo y ni siquiera tuvo la oportunidad de rodar para amortiguar la caída. Cayó de pie y emitió un grito de dolor. Terminó de cara en el suelo. Antes de que intentara levantarse, Lobo apareció detrás de él y se apresuró en aplicarle una patada en la cara. Con eso el casco dorado que tenía encima se desprendió, dejando la cara del superhéroe al descubierto. Entonces Myrko tuvo la oportunidad de verla. Y se sorprendió.
Era un anciano. Incluso mayor que Lobo. Tenía el pelo rapado y no tenía barba o bigotes, pero las arrugas en la cara y lo cansado de los ojos lo dejaba en claro. Lobo estaba luchando contra un anciano.
Éste presionó un botón en su traje y un propulsor se activó, empujando al viejo unos cuantos metros hacia atrás, alejándolo de Lobo, lo cual le permitió ganar unos segundos. Con ese tiempo, Frontpage desenfundó una especie de arma de metal dorado que apuntó hacia Lobo.
“¿Pretendes matarme, Arnold? ¿Ahora los superhéroes matan en vez de capturar a los villanos?”, gritó Lobo y se cubrió detrás del auto dañado.
“Oh, y tú tienes mucha autoridad moral para hablar al respecto”, Frontpage se paró con dificultad sin dejar de apuntar su arma. “¡Tú mataste a Big Data!”
Myrko miró a Lobo preocupado. Este pequeño pedazo de información cambiaba por completo la percepción que él tenía del viejo que lo había rescatado.
“¡Lo volaste en mil pedazos después de torturarlo!”, insistió Frontpage.
Lobo se dio cuenta de que el científico lo estaba mirando preocupado. Entonces se percató de cuál había sido realmente la misión de Frontpage.
“Oh, ahora entiendo”, Lobo se paró, saliendo de su refugio.
Myrko vio que estaba molesto. Frontpage lo vio y apuntó con mayor determinación su arma dorada, pero no la disparó.
“Anibal, por favor”, dijo el anciano. “Va a ser mejor que te entregues. Nosotros nos encargaremos del problema.”
“¿Problema?”, Lobo estaba molesto. “¿Qué problema? ¡Si el problema son ustedes, precisamente! Y te mandan preocupados, porque saben lo que estoy haciendo. ¿Quién te convenció de que salgas del retiro para venir a enfrentarme, Arnold? No creo que haya sido Corsair.  Ese idiota no sabe lo que está pasando a su alrededor más de la mitad de las veces.  Mucho menos tiene la capacidad de convencimiento.  Y no creo que haya sido Alba tampoco.  Tú no confías en los jóvenes.  En los nuevos superhéroes”
“Anibal, por favor”, el anciano estaba comenzando a temblar. “No me obligues a hacerlo”
“Así que debe de haber sido ese el único otro que queda con algo de cerebro en la cabeza. Insel X.  Fue él, ¿no es cierto?”
“¿Qué importa quién fue?”, Frontpage no pudo más y presionó el gatillo. El arma dorada disparó un rayo de luz inconstante que no iba en línea recta, pero lo suficientemente directo como para darle en el pecho a Lobo. Éste, sin embargo, absorbió la energía sin problema alguno y siguió caminando con las manos a los lados. En ambos puños tenía la energía acumulada. El anciano dejó caer su arma con la boca abierta y comenzó a dar unos pasos hacia atrás. “¡No, Anibal! ¡No lo hagas!”
“Lo siento, pero tengo que hacerlo”, dijo Lobo caminando hacia él con las manos iluminadas a los lados. “Y luego voy a tener que ir a pegarle una visita a Insel X. No puedo dejar que el muchacho crea que puede ser así de inconveniente sin consecuencia alguna.”
Cuando estuvo a un paso del anciano, le puso las manos en los hombros y la energía que había acumulado ahí se lanzó con fuerza al cuerpo de Frontpage. Lo lanzó varios metros hacia atrás y cayó quemado. A Myrko no le bastó más que una mirada veloz para llegar a la conclusión de que el anciano estaba muerto.
“Pero... ¡Lo has asesinado!”, gritó el científico.
“No me dejó otra opción”, dijo Lobo y luego dejó caer sus guantes, los cuales tenían conexiones de cables delgados, los cuales estaban quemados también. Las manos de Lobo quedaron al descubierto.
“Pensé que no tenías poderes”, comentó Myrko mirando los guantes y el humo que salía de ellos. “Eso decía la prensa.”
“Y es cierto”, dijo Lobo. Luego miró para arriba y se arrodilló. “Ya vienen refuerzos a sacarnos de aquí. Creeme, Myrko, tuve que hacerlo. Mientras la comunidad de superhéroes no entienda que estoy hablando en serio, no comenzarán a comportarse de manera más responsible.”
Myrko lo miró y no dijo nada. Recordó su infancia en su pueblo natal y entendía lo que Lobo le estaba diciendo. Por más cruel que le pareciera, entendía lo que tenía que hacer. Lo que tenían que hacer.
“¿Y para qué estoy yo aquí?”, preguntó entonces. “¿Qué es lo que quieren de mí?”
A lo lejos comenzaron a escuchar sirenas de policía. El enfrentamiento había llamado la atención.  Lobo se apresuró en sacar algo de la armadura de Frontpage y luego fue donde Myrko y lo abrazó.  Este gesto le pareció extraño al científico, pero no bien había exhalado el aire que tenía en los pulmones, ya no estaba en la colina verde, sino en una habitación de techo bajo y paredes metálicas.  Había bancas de material sintético a los lados.
“¿En dónde estamos?”, preguntó con los ojos abiertos como platos.
“Estamos en una base secreta que mis asociados han sido tan amables en proveernos para que tú puedas continuar tu trabajo”, respondió Lobo y se sentó en una de las bancas. Luego sacó un pastillero y con cierto esfuerzo lo abrió y tomó una de las píldoras. Esperó un momento y luego respiró con normalidad. “Aquí estarás seguro. Una vez que hayas obtenido un resultado y nosotros podamos utilizar ese producto, estarás libre para irte.”
“Pero... ¿Quiere eso decir que por el momento soy un prisionero?”
“No, para nada”, Lobo lo miró a los ojos y luego suspiró. “Seré sincero contigo.  Esta iniciativa que tengo, con la que muchos me apoyan, tenía varios inconvenientes cuando comenzó. Con el pasar del tiempo hemos ido cubriendo esos inconvenientes. No obstante, aún hay un potencial peligro con respecto al cual no hemos podido hacer nada. Mientras no solucionemos ese problema, debemos seguir operando con sumo cuidado. ¿Sabes a qué me puedo estar refiriendo?”
“A alguna manera de eliminar a uno de esos superhéroes”, respondió de inmediato Myrko. “Usted tenía algo preparado por si ese Frontpage se aparecía. Tenía algo listo. Pero no sabía que sería él el que vendría detrás de nosotros. Se mostró sorprendido en muchos momentos. ¿No es cierto? Eso quiere decir que tiene listo algo para contrarrestar los poderes de cada uno de los superhéroes que podrían enviar a buscarnos. ¿Es esto correcto?”
Lobo respiró hondo un par de veces y luego hizo una mueca a Myrko. No respondió. No lo necesitaba.


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