jueves, 30 de abril de 2015

La manada 7: El lugar en el que todo empezó

Autor: Hans Rothgiesser
Ilustración: Hirokii Yamagi


Esa noche también había luna llena. Parecía mentira que tanto tiempo hubiese pasado desde aquella vez en la que Lobo lo había citado aquí para darle su primer ultimatum. Desde entonces hasta ahora había sucedido tanto. Las cosas realmente se habían deteriorado. Quizás si Corsair hubiese tomado más en serio a Lobo en aquel momento, se habría salvado vidas. Big Data estaría aún vivo. Frontpage también.
Pero no. Los superhéroes no negocian con terroristas. Lobo estaba claramente loco y ceder a sus demandas habría sido una locura en sí mismo. Corsair no negocia con dementes.
No había regresado a Tailandia desde ese día en el que discutió con Lobo. Y la señal que lo había llevado hasta esa isla en esa ocasión era la misma señal que estaba llamando su atención ahora. Definitivamente era la manera de Lobo de decirle que quería hablar con él nuevamente. Y siendo Corsair el tipo de superhéroe que es, iría solo. Eso lo sabían los dos. Quizás Lobo más que él mismo.
Corsair aterrizó en el claro del bosque en el que se abían encontrado la vez pasada. Aun quedaa la marca del lugar mismo en el que había caído el rayo del cielo hacía un año. El rayo con el que Lobo había pretendido amedrentar a Corsair.
“Yo les advertí”, escuchó Corsair de prono la voz de Lobo. “Les dije que hablaba en serio. Pero ustedes han decidido no creerme”

domingo, 26 de abril de 2015

NEUSUD - Telekinesis 8: Contacto

Autor: Gerardo Espinoza

Dorian maniobró el volante como pudo; esquivó un par de vehículos, pero chocó contra unas rocas. Fuera de control, la camioneta se volcó dando vueltas de campana en dirección a un precipicio. El conductor giró la cabeza, abrió los ojos una fracción de segundo y presenció algo que nunca olvidaría: Farid se le acercaba mientras su cuerpo se desmaterializaba rodeado de un halo luminoso. De un momento a otro, Dorian se estrelló contra la tierra, fuera de la cabina. Alzó la los ojos y vio su camioneta terminar de caer. Permaneció inmóvil varios minutos.

Desde la carretera se acercaron varias personas con intención de ayudar; preguntaron si se encontraba bien, si tenía algún dolor interno. Dorian hacía poco caso a esas preguntas. Su cabeza estaba ensangrentada.
-¿Dónde está?– interrumpió desconcertado.
Su mirada era incrédula y sus ojos no parpadeaban; quiso caminar por su propia cuenta y con mucho pesar buscó a Farid.
-¿Qué le ocurre, señor?– preguntó una mujer joven.
-Usted manejaba solo y posiblemente se quedó dormido– dijo otro señor ya mayor.
Sin hacer caso a lo que decían, se arrodilló para ver entre el fierro retorcido. Pero no halló a nadie. No tenía sentido.
-Oiga, con tan poca luz no podrá encontrar nada. Dentro de unas horas amanecerá y volverá con calma a recoger sus pertenencias.
-¡No! ¡Tiene que estar aquí!– alzó la voz vehemente.
-¡Está perdiendo mucha sangre, señor!– lo detuvo uno de ellos tomándole de los hombros,- ¡Escúcheme! A tres kilómetros de acá está la mina donde trabajo. Me ofrezco a llevarlo, allí lo atenderán. Por favor, cálmese.
Dorian asintió confuso. Metió la mano al bolsillo y sacó un papel doblado. Era el recorte de periódico donde estaba encerrado en un círculo el contacto que seguramente lo ayudaría: Gregory Estévez.

viernes, 17 de abril de 2015

El magnífico mago Mystére 7: Cabos sueltos

Autor: Glauconar Yue
Ilustración: Christian Magán

Un policía corpulento y negro me sacó del espantoso armario en el que había pasado las últimas semanas. Me preguntó varias veces si estaba bien, pero yo solo podía mirar desconcertado la pequeña habitación del enfermo que me había mantenido encerrado, los diagramas extraños que dibujaba, la colección enorme de periódicos y videos, las pantallas que resplandecían por todos lados. Tú creíste que yo estaba obsesionado con el mago, pero debiste ver a ese tipo. Tenía armarios enteros y cajas de cajas, repletas de información, real e inventada, toda relacionada de alguna forma al mago o al garou.
El policía me llevó fuera del edificio y me cubrió los hombros con una manta. Hacía tiempo que no respiraba aire fresco. Cuando sus colegas me vieron, reaccionaron alarmados y me llevaron hacia la patrulla. Por un momento pensé que me llevarían preso sin haber hecho nada, que creían que yo era parte de los asesinatos, del fraude y qué sé yo. No sé. Simplemente estaba muy asustado.
En la parte trasera de una camioneta de policía había dos hombres sentados con esposas en las manos: uno era el loco que me secuestró; el otro era el mago Mystére. Le señalé a la policía lo mejor que pude, con pocas palabras, que el mago me había salvado y el otro era el culpable. En cuanto soltaron a Mystére, el secuestrador se puso a gritar que era el lobo, que era el asesino.
-¡¡¡ASESINO!!!

domingo, 12 de abril de 2015

NEUSUD - Telekinesis 7: Tropelía

Autor: Gerardo Espinoza

El silencio se fue quebrando a medida que el vehículo se acercó zigzagueando a toda velocidad. El agente Gamboa tomó el altavoz y se trepó sobre una peña al borde del camino.
-¡Detenga su vehículo, está rodeado! ¡Tenemos órdenes de abrir fuego si ignora estas advertencias! – repitió esta frase las veces que creyó necesario.
El carro estaba cada vez más cerca. Luces potentes alumbraban el sitio del encuentro. Detrás del sospechoso venían tres patrullas del escuadrón secundario persiguiéndolo.
Restaban menos de veinte segundos para el encuentro y Dorian ordenó preparar las armas,  el impacto era inminente.
-¡Ese infeliz no se va a detener! ¡Apunten al motor y las llantas, carajo!
Una serie de ráfagas certeras acabaron con las llantas delanteras del auto, que perdió el control estrellándose contra varios montículos de roca antes de parar.
El agente se dispuso a dar otra orden, pero una alerta en la radio le interrumpió.
-¡Está ocurriendo de nuevo! ¡La información no puede perderse!– Era la voz de Neira que transmitía desde Lima Gris.- ¡Es el pulso…!- la transmisión se interrumpió. Al instante las luces se volvieron intermitentes y el altavoz emitió estática.
Un pulso electromagnético, igual al que se había hace un año. Volteó a ver a los soldados que miraban al cielo vociferando cosas, parecían asombrados por algo, mientras el general se mantenía indiferente. Gamboa alzó la vista y presenció por primera vez el fenómeno; una aurora austral trazando el cielo con un verde fosforescente, era tan extraño presenciar una en estas latitudes.
Entonces ocurrió: las camionetas que rodeaban al sospechoso acababan de estallar; algunos supervivientes intentaban huir del fuego entre trozos de metal y otros cuerpos.

viernes, 10 de abril de 2015

Flores de la muerte 4: Eterna sonrisa

Autor: Dan Lenovo
Ilustración: Bloody Zone

Mientras el último muertito del turno cruzo el umbral rumbo a la eternidad, estiraba mis brazos dejando que mis torturados hombros tomaran un descanso. La bruma del aburrimiento nublaba mi juicio, necesitaba encontrar algo con que divertirme o terminaría creando otra pandemia, y para ser sincera no quisiera repetir la reprimenda del jefe de cuando provoqué la última.
Tomé un vistazo alrededor de la sala de espera, en busca de algo que me distrajera de mis obligaciones un momento. Sentado en una silla al fondo se encontraba mi siempre leal cachorrito: un hombre fornido, con vestimenta típica del México revolucionario, camisas holgadas y un gran sombrero de piel.
-Panchito, cariño, puedes venir un segundo– ronroneé, pero aquel malhumorado hombre no me respondió. Intenté un par de veces más pero nunca funcionó, fue como a la quinta vez que rompió mi paciencia: -¡Veltesta!– grité furiosa.
Con un pequeño brinco que casi tumba su sombrero se levantó de su asiento y fue arrastrado hasta mí como si una cuerda invisible lo jalara. Cuando llegó conmigo, su rostro reflejaba una combinación entre sorpresa y enojo.
-¿Podrías recordarme quién eres?– pregunté de la forma más sarcástica posible.
-Soy Veltesta, la tercera cabeza de su cerbero, mi señora,– contestó de mala gana.
-Exacto, entonces sí lo sabes ¿explícame por qué decidiste ignorarme?
-Estaba dormido, mi señora,– contestó nervioso aquel viejo militar.
-¡Estás muerto desde hace más de un siglo, no necesitas dormir!– la furia en mi voz era evidente, –. Bueno, y ¿dónde están tus hermanos?.

jueves, 2 de abril de 2015

The Zone 4: Un misterio inexplicable

Autor: Alonzo Yzasiga
Ilustración de Dashield Warren Klay

Mientras James Morton se dirigía a la oficina principal de Big Benny se preguntó qué pensaría el viejo George de ver convertida su mansión en un chiquero. Ni siquiera bajo la antigua administración de Liam O'Donnell se encontró en tal estado, mucho menos cuando la dirección cayó en manos de Tabitha Rissi, quien por el contrario se encargó de adornarla, ordenar que la servidumbre limpiara tres veces al día y reemplazar los antiguos muebles por otros más ostentosos y caros.

Ahora, sin embargo, dichos mobiliarios se encontraban desmejorados, los cojines rotos, la suciedad en las habitaciones se acumulaba, algunas paredes mostraban algunos grafitis pandilleros, en el piso botellas y latas de cerveza vacías interrumpían el paso, las cucarachas rondaban sobre los restos de pizza o pollo frito; Morton incluso se imaginó a ratas campeando a sus anchas por el jardín y el tejado. Big Benny había convertido la antigua residencia familiar en un fuerte donde sus más allegados se encargaban de protegerlo, pero a la vez su estadía provocaba un desbarajuste total en el recinto que increíblemente a su jefe parecía importarle absolutamente nada. Hammer se encontraba escoltado por dos hombres de confianza de Big Benny, ambos fornidos y con metralletas colgando de los hombros, temibles, pero Morton, una cabeza más alto que ellos no se dejaba amilanar por lo que consideraba tan poca cosa. Finalmente llegaron a la entrada del despacho donde otro guardaespaldas abrió la puerta y lo invitó a entrar asegurándole que los demás esperarían fuera.