Texto e ilustración: Gerardo Espinoza
Revisión: Luis Arbaiza
Luego de despertar, permaneció tendido por varios minutos sin
tener idea de donde estaba. Sentía el sol quemándole el rostro.
Giró a ver el sitio y se descubrió en medio de un maizal. Notó
que estaba sobre cientos de tallos aplastados formando un círculo ancho de
cinco metros, algunas hojas estaban chamuscadas. Se puso de pie desorientado y
salió del claro haciéndose camino entre los tallos más altos que él.
Su mente se aclaraba a medida que avanzaba, revelándole la
atroz realidad de lo que había pasado. Llegaban los recuerdos y empezaban a
surgir las preguntas: ¿Qué pasó en el salón? ¿Qué le hice a mis compañeros?
¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí?
El caminar se hacía cada vez más difícil; le temblaban las
piernas y tenía la boca seca. Se detuvo y permaneció estático por varios
minutos totalmente desorientado oyendo el zumbido interno que sólo la completa
soledad otorga.
Recordó el rostro de Isabel, recordó que aquella mañana
intercambiaron cuadernos, recordó que no eran amigos pero era la única que le
hablaba, recordó que ella lo abrazó y trató de calmarlo, sintió sus pequeños
brazos y su voz aguda pidiéndole que pare. No pudo más y cayó de rodillas presa
de la angustia. No quiso moverse y se recostó en medio de los surcos de tierra
seca.
Pasó horas en ese maizal y se quedó dormido. Cuando cayó la
noche se obligó a sí mismo despertar; sentía mucho frio. Caminó hacia el norte
y encontró la carretera luego de media hora. Dio unos pasos y se echó en el
asfalto aprovechando el calor acumulado durante el día. Esperó así por horas
sin ver una sola luz ni señal de vida.
Durante la noche que pasó tendido en la pista; tuvo un
sueño extraño que involucraba un orbe
luminoso al borde de la carretera. Este se le aproximaba proyectando una
especie de láser aplanado que escaneaba su cabeza variando su intensidad e iluminando
a veces todo a su alrededor. Luego sólo brillaba su parte central, como un anillo
que lo circundaba ecuatorialmente. Segundos después se esfumó entre la
vegetación.
A la mañana siguiente continuó andando por la carretera. Tenía los brazos y cuello enrojecidos por exposición al sol.
Tiempo después llegó a un canal de regadío. Bajó a la orilla
y bebió tanto como pudo, se sumergió en el agua y permaneció en ese sitio hasta
el mediodía. Al atardecer se sentó al borde de la carretera sin intenciones de
caminar más. Estaba muy hambriento.
Mientras esperaba empezó a tener micro sueños donde oía los
gritos de horror de sus compañeros, oía también a la profesora Mildred. Las
lágrimas caían porque veía también sus rostros y despertaba asustado. Era la
culpa e incertidumbre de no saber qué pasó.
Un motor sonó a lo lejos casi imperceptible. Al instante su
corazón empezó a acelerarse, parecía su salvación en el peor momento de su
vida. Alzó sus brazos temblorosos para llamar la atención del que maneja.