jueves, 18 de septiembre de 2014

La manada 1: Antesala a la insurgencia



Autor: Hans Rothgiesser
Ilustración de Hirokii Yamagi

La noche era oscura a pesar de que había luna llena, algo que Corsair no se detuvo a pensar.  Él no era de los que se fijaba en los detalles y mucho menos de los que le dedicaban tiempo a pensar en asuntos que no eran concretos o necesarios para cumplir una misión.  Y esa noche su misión era averiguar el origen de esa señal.
Volaba por la noche en dirección a una isla en Tailandia de la que venía un pulso. ¿Tailandia? Sí, Tailandia.  Hacía unos cinco años a Corsair le habría llamado la atención, pero hoy en día ya no tanto.  La tecnología necesaria para poder emitir esa frecuencia podía ser comprada en el mercado negro y transportada a cualquier parte en el mundo.  No obstante, era cara.  Corsair quería saber quién había pasado por todo ese problema con el único objetivo de llegar a él.  De llamar su atención.  Y si bien lo más probable era que se tratase de una trampa, él se había propuesto averiguar de quién se trataba.
Así que volaba por el cielo con la misión que él mismo se había impuesto, como era la costumbre.  Volaba a una velocidad mayor a la de cualquier jet supersónico humano.  Volaba mirando fijamente hacia el frente, con las manos cerradas en puño por delante.  La velocidad azotaría su pelo, si no fuese que parte de su uniforme era un casco.

No es que necesitara el casco.  Después de todo, Corsair era invulnerable.  Tampoco necesitaba la protección que llevaba en los hombros, en los codos y en las rodillas.  No obstante, cuando comenzó a ser superhéroe alguien le había recomendado (ya ni recordaba quién había sido) que llevara esos pedazos de armadura para despistar al enemigo.  En poco tiempo se convirtió en parte de su uniforme y la gente esperaba que los llevase.  Los niños lo dibujaban con esas cosas encima, lo cual le pareció un indicador de que debía mantenerlos.
La señal que rastreaba esa noche se había originado hacía unas horas.  Él se encontraba en su casa en Nueva York, cuando le llegó a su celular un mensaje iniciado por la computadora principal de su base automatizada en el fondo del mar en el medio del Océano Pacífico.  Alguien había logrado infiltrar los sistemas de seguridad y había dejado ese pulso emitiéndose cada 10 segundos.  Corsair en ese momento se encontraba descansando, pero esto era algo demasiado inusual como para dejarlo pasar o para hacerlo esperar.  Tuvo que dirigirse al sótano secreto en el que guarda su uniforme e irse volando a Tailandia.  En el camino, gracias al intercomunicador que tiene en su caso, pudo recoger información de la computadora central de la base.
La verdad era que no esperaba que esto fuese muy problemático.  Después de todo, locos que buscan llamar su atención abundan.  Desde que Corsair se hizo público y quedó establecido que era uno de los superhéroes más poderosos del planeta, los aspirantes a líderes de organizaciones criminales habían visto en él la oportunidad de catapultarse a la fama saltándose algunos pasos.  Aquél que lo venciera quedaría definido como supervillano.  Eso dejó a Corsair con muchas amenazas entre manos que no eran más que nuevos jugadores que llegaban a probarse a sí mismos.  Nueve de cada diez de ellos eran dominados por Corsair en menos de medio día.  Estos eran los mediocres que se consideraban mucho más peligrosos de lo que en realidad eran.  Luego de un buen susto, casi ninguno de ellos regresaba a las andadas después de haber sido vencido y entregado a las autoridades.
Pero uno de cada nueve era realmente peligroso.  Era realmente un genio loco o un sicópata o un calculador con un buen plan.  Esos eran los que había que contener y deshacer.
Varias veces le habían insistido en que no gaste su tiempo en eso.  En que no atienda esa clase de alertas y que deje a esos aspirantes a supervillanos para cuando sean realmente una amenaza.  Que uno de los superhéroes más relevantes del planeta no tiene por qué perder el tiempo con eso.  Pero Corsair pensaba distinto.  Él creía que mejor era enfrentarlos ahora, que no habían llegado a su potencial, que recién comenzaban y aún no conocían los trucos.  Corsair pensaba que era lo más inteligente.
Cuando entró al golfo de Tailandia sabía que esto no era obra de alguien improvisado.  Esto era algo serio.  La señal llevaba a una isla al norte de Ko Samui.  Una isla pequeña, pero habitada.  Corsair la analizó con su vista sobrehumana rápidamente.  Había hoteles y playas y suficiente gente con celulares y cámaras como para que esta isla no sea un lugar ideal para una batalla entre dos superseres.  El que había escogido esta isla como punto de encuentro sabía lo que hacía.
Aterrizó en un claro que había en el medio de la isla.  Junto a una especie de catarata de tres caídas.  En el medio del claro se encontraba colocado sobre el suelo un portafolios abierto, dentro del cual estaba el generador del pulso.
Corsair se quedó parado por un instante y luego caminó al portafolio y lo piso fuertemente.  El aparato quedó destruido.
“Bien”, dijo a mediano volumen. “Tienes mi atención. ¿Qué es lo que quieres ahora?”
“Hablar”, de las sombras apareció un hombre de edad avanzada.  Corsair se puso en posición de combate de inmediato.  Sus sentidos aumentados deberían de haberlo percibido.  No obstante, esta persona había podido burlarlos.  Esto no era nada bueno.  Apenas salió de las sombras y la luz lo alcanzó, Corsair se relajó.  Se trataba de un rostro conocido.
“Lobo”, dijo sonriendo. “¿En dónde has estado todos estos años? ¡No sabíamos qué había pasado contigo!”
El hombre en cuestión era de mediana estatura y delgado.  Estaba vestido completamente de negro.  Llevaba encima un saco grueso y largo y en la cabeza un sombrero de ala ancha.  En el cuello, la única prenda que no era de ese color: Una bufanda larga roja.  Su mirada era penetrante y su expresión extremadamente seria.  Tenía una barba larga canosa y pelo crecido que se azotaba, al igual que la bufanda, por el viento de la noche.
“No he venido a hablar de mí”, dijo Lobo. “He venido a hablar de ti”
“¿De mí?”, Corsair sonrió.  Lobo siempre había sido un excéntrico y su enfoque a lo que significa ser un superhéroe siempre había sido distinta.  Al comienzo Corsair le habría brindado su atención, pero después le cansó.  Había dejado de hacerle caso hace mucho tiempo. “¿Por qué de mí? ¿Qué pasa conmigo?”
“De ti y de tus amigos”, completó Lobo. “De la comunidad de superhéroes de la que eres parte.  Han tenido suficiente tiempo para ordenarse.  Para organizarse.  Yo intenté insistirles, pero no me hicieron caso”
“Oh, ¿sí?”, Corsair se sacó el casco y lo sostuvo a un lado. “¿Qué planeas hacer, Anibal?”
“Pienso encargarme de ustedes, Bill”
Corsair lo miró y poco a poco la sonrisa se le comienzó a borrar.
“¿En dónde has estado estos años, Anibal?”, le preguntó preocupado.
“Oh, ¿ahora tengo tu atención?”, Lobo fue el que se ríó.  Su frondosa barba gris se sacudió.  Corsair lo había visto muy pocas veces sonreír.  Fue un espectáculo que lo consternó.
“¿Qué has estado haciendo?”
“Me he estado preparando”, respondió Lobo poniéndose serio de pronto. “Por mucho tiempo ustedes han hecho lo que han querido.  Han estado por encima de la ley, decidiendo qué es bueno y qué es malo.  Y al comienzo funcionaba, porque hacía falta estar por encima de la ley para hacer lo que hacíamos.  Pero este... modelo... ha caducado, Bill”
“¿A qué te refieres?”, Corsair comenzó a temer lo peor.  Lobo sabía demasiado de él y de los demás superhéroes como para ser una verdadera amenaza.  Si por alguna razón se había vuelto loco y se volteaba en contra de ellos, sería un enfrentamiento terrible. “Seguimos siendo los mismos de siempre”
“No, no son los mismos de siempre.  Ahora son más.  En todos los bandos.  Hay más superhéroes y hay más criminales.  Y los inocentes quedan atrapados en el medio”
Corsair lo observó y no supo qué responder.
“¿Y?”, dijo finalmente. “¿A qué quieres llegar?”
“Que tú y yo y los demás muchachos con los que empezamos... Nosotros conocíamos a lo que nos enfrentábamos.  Sabíamos las reglas, porque habíamos visto el mundo sin superhéroes.  Sabíamos que era necesario actuar por encima de la ley.  Sabíamos que teníamos que tener personalidades secretas y colaborar entre nosotros.  Lo entendíamos bien, porque fuimos los primeros.  Nosotros construimos este mundo”
“¿Y qué sucede, Anibal? ¿No te gusta el mundo que hemos construido juntos?”
“¿Qué? ¿No es obvio?”, respondió Anibal y se acomodó el sombrero. “No, no me gusta.  Me arrepiento de mucho de lo que hemos hecho.  Creo que hemos cometido muchos errores”
“Todos cometemos errores, Anibal.  Errar es humano”
“Lo sé.  Y como humano, lo acepto.  Pero tú”, Anibal señaló a Corsair y rió. “Tú no eres humano.  Tú tienes otras reglas.  Tú juegas con las nuestras porque te parece divertido.  Porque no tienes otra cosa que hacer.  Porque no tienes otro planeta al cual ir.  Para ti esto es un juego.  Y como juego que es, no lo tomas responsablemente”
“¿Me estás juzgando a mí?”, Corsair cambió de posición el casco que tenía en una mano. “¿A mí?”
Lobo no respondió.  Simplemente se le quedó mirando con la mirada fija.
“¿Qué hay con eso?”, respondió finalmente. “Alguien tiene que hacerlo”
“¿Con qué autoridad moral?”, preguntó Corsair molesto. “¡Tú huiste! Nos abandonaste a todos en un momento de crisis.  Amalgam casi toma el control.  En el momento crucial tú desapareciste. ¿Y ahora regresas a juzgarme? Por lo menos yo me quedé y defendí a la humanidad contra ese demente”
“Veo que incluso hoy en día, años después, no entendiste esa amenaza”, Lobo suspiró y se llevó las manos a los bolsillos.  Su bufanda roja siguió bailando en el viento. “Yo soy Amalgam”
Corsair frunció el ceño sin comprender.
“¿Qué estás diciendo?”, preguntó sinceramente confundido.
“Que yo soy el criminal conocido como Amalgam”, Lobo cruzó los brazos. “Creé esa personalidad para involucrarme en los bajos mundos de Europa Oriental.  Me tomó un par de años posicionarlo como la cabeza de una red de delitos.  De hecho, con todo el conocimiento que tengo de cómo funciona la mente criminal, me fue sorprendentemente fácil”
“Pero... ¿Por qué?”, Corsair sujetó con más fuerza su casco.  Temía lo peor.
“Al comienzo lo hice para entender mejor las mafias que operan en esos países.  Después, para tener una personalidad que podría usar luego si es que hacía falta en alguna de las intrigas en las que siempre me volvía a ver involucrado en mi vida como luchador del crimen.  Finalmente, porque pensé que como Amalgam podría hacer más por la humanidad que como Lobo”
“No puede ser.  Nosotros derrotamos a Amalgam.  Lo vencimos y terminó muriendo en el enfrentamiento final.  Alba lo vio desintegrarse en ese sótano en Kirove.  A menos que...”, Corsair miró a un lado y regresó la vista a Lobo. “A menos que eso haya sido parte del plan.  Nos pusiste a prueba a todos.  Estuviste a punto de vencernos.  Fingiste tu desaparición, que fue lo que más nerviosos nos puso.  Que el tal Amalgam venciera al temible Lobo.  Pero todo era parte del plan”
Lobo no respondió.
“Lo que querías era ponernos a prueba.  Probar nuestras debilidades”, siguió Corsair. “Siempre me llamó la atención que hacia el final Amalgam y sus secuaces intentaran detenerme con armas extrañas que no me hicieran nada.  Estabas probando distintos tipos de artillería”
Lobo no respondió.
“Y ahora regresas porque ya tienes las respuestas”, Corsair se puso el casco en un movimiento veloz. “Porque ya sabes cómo vencerme.  Sabes cómo vencer a Alba y a todos los demás. ¿Es eso, Anibal? ¿Has venido a destruirnos?”
“No, ¡no he venido a destruirlos!”, Lobo levantó una mano y señaló amenazante a Corsair. “¡He venido a juzgarlos! Y a decirles que ya no tienen autorización para hacer lo que les da la gana.  Que ahora hay alguien que los está observando.  El héroe que se exceda se las tendrá que ver conmigo.  Se acabó el recreo”
Corsair se quedó en posición alerta.  Esperaba un ataque por parte de su anterior compañero en cualquier momento.
“Ahora la pregunta '¿quién vigila a los vigilantes?' tiene por fin una respuesta”, Lobo cruzó los brazos. “Yo”
Corsair no pudo más y se lanzó hacia adelante con toda la velocidad que pudo.  No quiso matar a Lobo, así que trató de tumbarlo con delicadeza.  Después de todo, era un hombre entrado en edad.  Ya no el audaz superhéroe que había sido hacía veinte años.
No obstante, cuando atravezó a Lobo no encontró resistencia.  Frenó y dio media vuelta.  Recién entonces se dio cuenta de que había estado hablando con un holograma.
“Pero...”, Corsair no lo entiendió en ese momento. “Esto no puede ser.  Mis sentidos deberían de haberse dado cuenta...”
“Sí, lo sé”, Lobo siguió con los brazos cruzados. “Deberían, pero no lo hicieron.  Éste no es un holograma común y corriente, Bill.  Y esto no es una amenaza común y corriente tampoco.  Dile a los demás que están siendo vigilados.  No permitiré más excesos”
“¿O qué, Anibal?”, Corsair se paró correctamente. “¿Qué nos harás?”
“Aplicaré un castigo proporcional”, la imagen de Lobo desapareció, pero su voz se escuchó una última vez. “Y ahora viene la parte en la que demuestro que estoy hablando en serio”
Corsair por un segundo no supo a qué se refería.  Sin embargo, sus sentidos aumentados no tardaron en reconocer qué sucedería.  Un satélite se había puesto en posición encima de él y había lanzado alguna especie de rayo de energía que golpeó a Corsair fuertemente.  El casco se partió en dos y él salió despedido unos metros.  Se desubicó por unos segundos y luego miró para arriba esperando un segundo ataque, pero no fue necesario.  El satélite había continuado su órbita y ya no estaba en posición para lanzar otro rayo sobre él.
Luego buscó con la mirada el holograma de Lobo, pero ya no estaba.  Entonces supo lo que tenía que hacer.  Debía reunir al equipo.  Todos debían saber lo que sucedía.

1 comentario:

  1. Debo decir que es una idea bastante intensa la que planteas, y deseo saber mas sobre quienes eran.

    ResponderBorrar