domingo, 8 de febrero de 2015

El magnífico mago Mystére 5: ¡Aunque usted no lo crea!

Autor: Glauconar Yue
Ilustración: Cecilia Llerena

Todos los domingos por la mañana, Hélène desayunaba en el café Bellevue, con un capuchino, un croisant y un periódico. Ya había pasado la época más oscura del invierno y el sol estaba bastante alto a estas horas, iluminando las porciones de nieve en la calle. Normalmente no perdía el ritmo de levantarse temprano, incluso los fines de semana, pero últimamente no había podido descansar bien.
Hojeó el periódico para distraerse, mientras esperaba que el sol surgiera desde detrás de la torre de la antigua iglesia. Entre las páginas encontró un naipe, el nueve de picas.
-¿Pero qué rayos?- murmuró, colocando la tarjeta bajo su taza de café para volver a la lectura.
En las noticias había apenas una mención fugaz del apagón global en Sudamérica, y nadie parecía acordarse del joven científico desaparecido la semana pasada en Suiza. La mayoría de páginas seguían especulando sobre la desconocida identidad del garou. No había sucedido nada, nadie sabía nada, pero era el tema sobre el que la gente quería leer. O el tema sobre el que los periódicos querían escribir, aunque nadie quisiera realmente leerlo. Ahora anunciaban que el asesino era un terrorista islamista o, bueno, que podía serlo, aunque no había pruebas. En cambio, a nadie parecía interesarle la desaparición de su compañero Pierre. Era como si hubiese desaparecido también de la memoria de la gente.
En ese momento sonaron las campanas de la vieja iglesia. Hélène notó que el sol no se alzaba sobre su torre. De hecho, todo el edificio y la mayoría del sol estaban cubiertos por un rascacielos metálico en construcción que se alzaba, lento pero seguro, frente a la ventana del café.
-Buenos días, mademoiselle,- la saludó una voz, -¿Me permite acompañarla?

-¿Qué? ¿Quién es usted?- respondió ella desconcertada. A contraluz, no podía distinguir el rostro de la persona.
-Le debo una disculpa. Tanto a mí como a la policía este asunto se nos ha salido por completo de las manos...
Hélène quería insistir en que no conocía a esta persona, cuando el mesero se acerco y lo saludó como Alphonse. Hélène también conocía a Alphonse del café, era un rentista con cabello gris, algo de sobrepeso y una nariz roja por su afición al vino. Aunque este hombre delgado y rubio frente a ella no podía ser Alphonse, el camarero tomó su orden sin dudarlo y al momento le trajo un espresso, un vaso de agua y un paquete de cartas sellado. El nuevo compañero de mesa abrió el paquete, barajó los naipes tranquilamente varias veces sin mirarlos y acabó sacando tres al azar: el ocho, el diez y la J de picas.
-Vaya,- rió, -casi una escalera.
Hélène se  puso de pie, alarmada.
-¿Cuánto tiempo me ha estado observando?- exclamó. Pero el hombre no podría haber visto el nueve de espadas que estaba oculto bajo su taza desde quince minutos antes que él llegase. Fue entonces que Hélène distinguió de dónde conocía a la persona que tenía en frente.
-La policía lo está buscando,- advirtió con gravedad.
-Así es. Y como ve, usted tiene algo que necesito. No la culpo si desconfía de mí, pero créame que nunca pretendí hacer daño a su colega. Incluso puedo asegurarle que aún se encuentra con vida, pero necesito su ayuda para poder rescatarlo.
Hélène se sentó lentamente y levantó su taza de café con manos temblorosas para beber el último sorbo.
-¿Cómo podría creerle a un farsante profesional?- susurró. -No creo nada de lo que dice. Pero sí creo que usted sabe dónde está Pierre.
-Entonces al menos tenemos por donde empezar. Por otra parte, sabe que la policía no ha podido encontrarlo con sus métodos, así que si los llama, probablemente no puedan ayudarle. Yo al menos le ofrezco una opción.
-¿Qué opción?
-Siendo una persona bien informada, probablemente ya sabe cuál es el problema. Más aun, creo que usted ya habrá vislumbrado la verdad tras las montones caóticos de información.
-No me provoque,- amenazó Hélène. -Si usted tampoco ofrece una solución concreta dentro de un minuto, lo denunciaré.
-Puede hacer eso. O puede acompañarme a la azotea del edificio y salvar a Pierre y al resto de esta ciudad,- dijo flemáticamente el extraño y se puso de pie dejando un billete en la mesa.
-¡Oiga!- gritó ella, pero el hombre ya había subido a un ascensor.
-¡Detengan a ese hombre, es un fugitivo!- le reclamó a los mozos del café.
-¿A quién se refiere? ¿A Alphonse? Pero él es un hombre tranquilo...
-No es Alphonse, ¡es el mago Mystére!
Ante las miradas desconcertadas de todo el café, la mujer salió corriendo hacia los ascensores sin pagar. Sacó su celular y marcó el número de emergencias mientras empezaba a subir. Sonaron tres timbradas, mientras por el muro de cristal veía los edificios descender a su alrededor. Luego, el teléfono se cortó. Había perdido la señal. Entre las refracciones del sol, el vidrio le devolvía su rostro amargado. Llegó al último piso, la azotea.
Salió por un pasillo estrecho bajo cielo abierto. Había tubos gruesos de metal aquí, la salida de todos los ductos de ventilación del edificio que reverberaban, gruñendo. Al final del pasillo, Hélène alcanzó la amplia terraza abierta. A un costado, el edificio todavía se alzaba por dos pisos más, conectados con unas escaleras delgadas de rejas de fierro y adornados con gárgolas rescatadas de alguna catedral derruida. Al otro lado, la azotea miraba abiertamente hacia la Place Lafayette. No había vidrios ni rejas, ni siquiera una baranda, solo un pequeño muro, sobre el cual un hombre con sombrero de copa y saco largo se había parado, con los brazos extendidos, de cara hacia la plaza y al sol.
-Este es el nodo,- exclamó el mago, -este siempre debió ser el punto. Aquí, donde se cruzan todas las miradas y todas las energías de la ciudad, es aquí donde sus sombras han de manifestarse.
Efectivamente, desde aquí podía verse toda la ciudad, la antigua iglesia y el edificio en construcción, el cementerio, las oficinas donde trabajaba Hélène y el puente sobre el río congelado. Y este edificio también era visible casi desde cualquier parte de la ciudad. Desde la plaza a sus pies, iluminada por el sol del mediodía, algunas personas empezaban a alzar la mirada incrédula hacia el mago.
-¿Puedes sentir el miasma alzándose desde el subsuelo?- prosiguió éste. -Las contradicciones negadas buscan venganza del olvido sobre el que vive esta ciudad. Lo que debemos hacer es mostrarles a los habitantes de Montrouge su verdadera cara.
La sombra de Hélène se estiraba cada vez más sobre la azotea, y Hélène notó que se empezaba a sacudir o desvanecerse, como si fuera un espejismo, o oscurecer más o incluso a alzarse del suelo... No. Eso no era posible. La oficinista parpadeó incrédula mientras sus ojos le mostraban a un enorme lobo, negro y peludo, materializarse sobre el suelo de la azotea. En cuatro patas, su espalda se alzaba a dos metros de altura. Gruñía furioso, crujiendo con los dientes filosos. El mago volteó hacia el animal y desplegó un bastón de su brazo derecho, con cuya punta luminosa provocó al monstruo. El garou empezó a lanzar mordidas con sus enormes fauces, que Mystére esquivaba ágilmente.
-¡Hélène!- gritó, -¡hay una cadena en tu cartera!
Ella salió de su parálisis y abrió su cartera para encontrar, efectivamente, una delgadísima cuerda plateada. Sin comprenderlo, sin dudarlo, arrojó un extremo a las manos de Mystére, pero mientras él lo recibía, el lobo volteó sus ardientes ojos amarillos hacia Hélène. Ella saltó para atrás con un grito, intentando esquivar la gigantesca mordida que se abalanzaba furiosa en su contra, y cayó sentada.
-¡Ef mer verdr thörf mikil hafts vid mina heifmögu, bitat theim vapn ne velir!- clamó el mago, lanzando un brillo iridiscente desde su bastón hacia los ojos del monstruo.
El garou enfurecido volvió su atención contra Mystére, quien giró la cadena de modo que diera una vuelta al cuello del animal, pero este aprovechó para en ese instante morder la mano de su oponente. Cubierta de sangre, la cadena cayó al suelo, mientras el monstruo poco a poco iba engullendo más del brazo de Mystére. De hecho, la punta de la cuerda no había caído tan lejos de Hélène, y aun seguía tendida en torno al cuello del monstruo. Dudando, sin ponerse de pie, ella acercó su brazo al extremo ensangrentado, pero el garou seguía concentrado en roer la mano de su enemigo. Al fin Hélène sostuvo ambos cabos de la cadena y los ató a un poste tras la espalda del animal. La cuerda cerrada refulgió a la luz del sol y empezó a ajustarse cada vez más. Cuando el garou se dio cuenta, ya era demasiado tarde. El hilo se asió en torno a su cuello y lo jaló violentamente hacia atrás. Con furia, la criatura arrastrada arrancó la mano de Mystére para engullirla, mientras la presión lo obligaba incluso a reducir su tamaño, a desvanecerse como una sombra, atrapada en el sólido entramado metálico de un amuleto de plata, no más grande que la palma de una mano.
El mago quedó acuclillado junto al charco de sangre, sosteniendo su brazo mutilado. Hélène caminó un par de pasos hacia él.
-¿Que está pasando?- gimió horrorizada, -¿Qué truco grotesco es este?
-Es necesario,- susurró él. -Debes guardar el amuleto.
Ella volteó a ver el disco plateado en forma de un nudo triple y vio que varias puertas de ascensores se abrían. De estas salieron policías, varias docenas, con cascos, escudos y rifles. Uno de ellos llevaba un megáfono, pero no alcanzó a usarlo. Mystére volvía a estar parado sobre el muro del edificio, esta vez de espaldas a la ciudad, con las manos (ambas manos) abiertas. Su camisa estaba destrozada y ensangrentada, pero por lo demás parecía estar ileso y satisfecho. Antes de que los policías pudieran leerle sus derechos, el mago ya había caído por sobre el borde de la azotea, pero, de alguna manera, tampoco cayó en la plaza. Había desaparecido sin dejar rastro.
-Mademoiselle,- preguntó al rato uno de los policías armados, -¿sabe qué es esto?
Había recogido el amuleto plateado y estaba a punto de guardarlo en una bolsa plástica como evidencia.
-Ah, por favor,- dijo Hélène, -se me cayó de la cartera. Es una reliquia de mi familia.
Quizás Hélène no había recibido la joya directamente de sus antepasados, pero sospechaba que algo tenía que ver con ellos. Y en las generaciones venideras, siempre quedaría a buen resguardo. En cualquier caso, esa fue la menor de las mentiras que le contó a la policía. ¿Cómo hubiese podido contarles la verdad si ni ella misma la comprendía?


2 comentarios:

  1. me encantan cómo van los guiones pero en esta entrega me ha dejado más emocionada el diseño del Mago -kawaiidesunee-
    ¡Ya quisiera que exista como anime!

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