jueves, 30 de octubre de 2014

Silent Shadow 1: El milagro de la medicina


Texto e ilustración de Jair Sánchez Gutiérrez


Ciudad Gris sería una urbe común si no fuera por la plaga de gatos que tenía, sus antiguas casonas coloniales y sus pocas áreas verdes. La basura muchas veces se acumulaba en las calles y eso hacía que fuera un sitio muy sucio y poco visitado por turistas. Sin embargo, era el hogar de un prodigio en la medicina, el doctor Javier Von.

Von era un reconocido médico que se había quedado viudo y vivía con su hija de diez años llamada Elena. Era muy delgado y andaba siempre con el pelo castaño desordenado. Lo más característico de su rostro cansando eran sus bigotes sin afeitar.
La pequeña Elena tenía una cara redonda acompañada de varias pecas y llevaba una larga cabellera negra que llegaba hasta su cintura. Ella no solía salir a pasear a las calles como los otros niños, pero por eso mismo conocía muy bien el edificio en el que vivían, sabía todos los escondites y pasajes de esa vieja vivienda. La hora preferida de Elena era cuando comía con su padre, debido a que el resto del día él se encerraba en su laboratorio en el sótano.
Un sábado por la tarde Von salió de su área de trabajo y llamó con entusiasmo a Elena.
-¡Lo logré al fin, Ely! ¡He creado una súper medicina que puede curar cualquier enfermedad!- exclamó Von acercándose al sillón donde siempre se sentaba a escribir en su pequeña libreta. Elena sabía que su padre había estado trabajando por años en hallar una cura para toda clase de males desde que mamá había fallecido por un cáncer maligno.

lunes, 27 de octubre de 2014

The Zone 2: El nuevo compañero

Autor: Alonzo Yzasiga
Ilustración de Dashield Warren Klay

La antesala donde esperaba Kate Mills era acogedora, el piso estaba cubierto de una alfombra que ella juzgó de primera calidad y también muy costosa. En realidad todo el ambiente hacía gala tanto de buen gusto como de ostentación económica; Kate imaginó que era el trabajo de un diseñador profesional al que se le había dado carta libre para no reparar en costos, de esa manera tanto el tapiz como las macetas, cuadros, muebles, lámparas e incluso cortinas contribuían a crear un clima de grandiosidad que hablaba mucho de la importancia de la persona con la cual los visitantes deseaban entrevistarse, o por lo menos fue bosquejado para tal fin. Kate llevaba ya unos veinte minutos en dicho vestíbulo y se preguntaba cuánto tiempo más tendría que aguardar; de vez en cuando miraba a la recepcionista rubia que atendía los teléfonos y ésta le ofrecía una sonrisa de conmiseración como diciéndole, un minuto más, pronto la atenderán. La recepcionista llevaba el cabello liso y suelto; era sin dudarlo una de esas preciosidades que esperaba triunfar como modelo o actriz y que mientras tanto desempeñaba algún oficio redituable para poder pagar las cuentas. Era además muy joven. Kate también era joven pero no tanto como la chica rubia, y mientras ésta aún estaba por labrarse un futuro incierto, ella ya era una detective de policía, que pese a ello no dejaba de envidiar su color de cabello; los hombres siempre preferirán una rubia ingenua a una pelirroja amargada, se dijo, mientras devolvía la sonrisa.

lunes, 20 de octubre de 2014

NEUSUD: Telekinesis 1 - Isabel



Texto e ilustración: Gerardo Espinoza
Revisión: Luis Arbaiza 

Precisa y fría era la mañana cuando Farid despertó desconcertado; las únicas sensaciones que contenían esos primeros segundos eran las palpitaciones en el pecho y el brazo que no paraba de temblar.

Percibió zumbidos y voces interminables. Trataba de atender a la clase pero cada cosa dicha por la maestra se perdía en algún lado antes de llegar a él. Inclinó la cabeza por varios minutos, ocultando su mirada cansada. Giró el cuello buscando en el aire sin fondo de la ventana algo de libertad.

-¡Farid, ponga atención!– era la maestra Mildred exhortándole desde el otro extremo del salón. Su voz chirriante lo despertó de aquella ensoñación; algo empezó a escapársele mientras su cuerpo se estremecía en medio del aula. Luego un zumbido, los temblores y el inevitable deseo de querer girar la cabeza sin parar, querer gritar, ponerse de pie o pedir ayuda; pero nadie movía un dedo. Ni siquiera para escapar. Todos permanecían inmóviles.

Luego, en silencio y lentamente, cada objeto a su alrededor empezó a levitar, desatando pánico entre los compañeros pero más aún en él; las ventanas vibraron, pulverizando los cristales. Era incapaz de contener toda esa energía emanada de su cuerpo. De hacerlo acaso esta destruiría sus adentros. Un vórtice luminoso se proyectó a su alrededor y contra toda lógica toda el aula entera levitó.
Le atormentaba la idea de provocar sufrimiento, sentía cómo iba perdiendo cada uno de sus sentidos dejándolo a merced de ese poder incontrolable. Convulsionaba ingrávido, elevado a un metro del suelo, creyendo que pasaban los minutos sin saber que todo esto sucedía a la vista de todos en sólo diez segundos.

Toda la clase sintió aterradores ataques de taquicardia, algunos compañeros incluso giraban descontrolados dando gritos terribles mientras chocaban entre sí.

Entonces sintió esos brazos pequeños que le rodearon el cuello; una chica gritaba a su oído palabras dulces que empezaban a hacerse espacio en su  locura,  devolviéndole algo de lucidez, trayéndole un instante a la realidad. La pudo mirar y supo que era Isabel; la chica del costado. Sintió pavor instantáneo; no quería hacerle daño, pero el campo de energía se hacía más y más violento. A pesar de todo esto Isabel seguía aferrada a su cuello, suplicándole que pare por piedad, por favor…

Instantes después el zumbido cesó y ambos desaparecieron.


domingo, 12 de octubre de 2014

La manada 2: Primera sangre

Autor: Hans Rothgiesser

Big Data se despertó de un sobresalto cuando sonó el despertador a las 5 de la tarde.  Instintivamente buscó sus pantunflas para caminar hasta el baño y lavarse la cara.  Se tardó unos segundos en darse cuenta de que una vez más se había quedado dormido con la ropa puesta.  Que su pijama se encontraba doblada debajo de la almohada de su cama.  Era la segunda vez esta semana.
Cuando se vio en el espejo notó que no se había lavado el pelo en varios días y que se comenzaba a notar.  A las 6 pm tenía que conectarse en el sótano, poco antes de que se oculte el sol.  Esto quería decir que tenía una hora para ducharse, lavarse el pelo, cambiarse de ropa y preparar todos los equipos.
Como solía ser el caso, ingresó a la ducha y se demoró un buen rato debajo del agua caliente, incluso antes de enjabonarse.  En esos días eso era lo único que lo relajaba. Estar ahí sin pensar en nada y sintiendo cómo la ducha lo quemaba ligeramente. Cerraba los ojos, se apoyaba en una de las paredes y repiraba profundamente varias veces. Luego se echaba jabón y se enjuagaba y nuevamente se quedaba bajo el agua caliente más tiempo de lo usual. Finalmente salía y se miraba en el espejo del baño por unos cuantos minutos. Otra vez se había olvidado lavarse el pelo.

sábado, 4 de octubre de 2014

El magnífico mago Mystére 2: Secretos de la magia

Autor: Glauconar Yue
Ilustración de Isabel Bollmann

Las ojeras perpetuas del detective Jean-Luc Planchard sugerían o bien que no tenían nada que ver con su ritmo de sueño, o que jamás, en los últimos cinco años, había dormido una sola noche entera. Con su taza de café en la mano, Planchard insistiría en que no había cómo dormir bien si asesinos como el llamado Garou andaban sueltos en la ciudad. Pero ahora se le atravesaba esto: un espectáculo de circo y un charlatán anticuado que pretendía defender la poca dignidad de su trabajo.
Vestido con solo una camisa blanca, los puños arremangados, y corbata michi, sentado a una mesa vacía bajo la parca luz fluorescente, el ilusionista parecía despojado del aura mística que lo rodeaba en el escenario. La poca información que incluía su expediente había sido recabada de publicaciones promocionales, declaraciones suyas o de sus agentes. Y, además, todos los datos eran inverosímiles y contradictorios. El periódico de esta mañana volvía a difundir rumores ridículos, incluyendo la idea de que el mago había vencido al Garou.
-Entonces, Jules Mystére...- murmuró el detective, -¿Mystére? ¿Es ese su verdadero nombre?
-Así es,- respondió el mago impasible, -Mi padre era Henry Mystére.
-Bueno, señor Mystére...- prosiguió Planchard, no sin masticar irónicamente el nombre por un momento, -cuénteme qué sucedió aquella noche en el espectáculo.