jueves, 5 de marzo de 2015

Flores de la muerte 3: Morir un poco


Autor: Dan Lenovo

Ilustración: Don Arturo

Un día en la granja.

Dos días habían transcurrido desde que llegué a este horrible agujero, cuando uno de aquellos hombres que nos custodiaban me levantó de mi inmundicia y me arrastró a través del pabellón afuera de la bodega. Eventualmente llegamos a un cuarto escondido bajo algunas capas de tierra, el lugar parecía un consultorio de dentista para niños. Todo el lugar era un enorme círculo con lindos dibujos de animales por todos lados y, justo en el centro, una silla alta con muchos tubos colgando a su costado. El hombre me obligó a sentarme, yo no opuse resistencia, nada me importaba.
Fue en ese momento cuando aquel hombre entró. Era alto y moreno, con una larga cabellera blanca, vestía lo que parecía un traje muy caro de color morado. Su voz resonaba alegremente por el lugar mientras hablaba por teléfono.
-Sí comadreja, te digo que estoy bien,– dijo con una voz que sonaba muy familiar, –. Volveré a casa pronto, perdonen por preocuparlos.
No fue sino hasta que logré escuchar la voz al otro lado del teléfono que me di cuenta de por qué esa voz me sonaba tan conocida.
-De acuerdo, espero que no tardes,– respondió una melodiosa voz en la lejanía, que no era otra más que la de mi hermana pequeña.
Aquel sujeto se estaba haciendo pasar por mí. Mi cuerpo se llenó de cólera y lentamente comencé a sentir cómo la furia se apoderaba de mí ser, y para mi horror nuevamente perdí el conocimiento. Cuando desperté, encontré algo completamente diferente a lo que esperaba. Aquel hombre se encontraba intacto frente a mí, sonriéndome alegremente, a su lado se encontraba el hombre que me había secuestrado.
-Lo siento, señor Belerofonte, el que haya tenido que intervenir…– se disculpó sin ningún tipo de arrepentimiento real, más bien decepcionado.
-Descuida Enta, querido,– lo interrumpió para lamer delicadamente sus labios.– Fue algo suculento.
Intenté hacer algo, pero mi cuerpo se sentía demasiado débil, mi cabeza zumbaba y mis ojos ardían, mientras era azotado por la sed más grande que había experimentado en mi vida. Cuando logré voltear pude ver cómo unos ductos transparentes extraían sin control toda la sangre de mi cuerpo, no pasó mucho tiempo hasta que morí desangrado.



Esperar.

Las llamas alcanzaron rápidamente mi rostro, no tenía ni una hora de haber sido encerrado en este lugar y ya me encontraba al borde de la muerte. Aquel fuego infernal tomó mi cabello que ardió rápidamente y sin contratiempos, el dolor era insoportable. Grité tan fuerte como mis desgarrados pulmones me lo permitían. Lentamente sentía cómo mi piel se derretía como si de una vela se tratara. Entre la agonía escuché una voz de una de las chicas.
-Recuerda aquel momento donde todo terminó– carraspeó, como si estuviera resfriada,– Recuerda cuando la vida decidió ignorarte.
Sus palabras se diluían en el viento, a medida que el dolor de mi carne chamuscada parecía pasar a segundo plano. Lentamente extraños recuerdos corrían suaves entre mis pensamientos, recuerdos que parecían imposibles, más similares a un sueño, pero mi alma insistía en que no podían ser más reales.


Una dulce balada de guitarra sonaba alegremente, “Sueño, Sueño del alma, que a veces mueres, sin florecer”, cantaba una voz fuerte y a la vez delicada, me sentía tranquilo. El dulce aroma de la flor de cempasúchil calmaba mis nervios. Lentamente levanté la mirada para ver dónde me encontraba. Era un lugar muy hermoso, las paredes forradas de una suave alfombra roja, enmarcadas en molduras de oro y pisos de mármol; lleno de hermosas flores y cuadros de todas las épocas. Enfrente de mí se encontraba lo que parecía un mostrador, detrás del cual estaba la mujer más hermosa que en mi vida había visto. Una piel ligeramente morena, adornada con un largo cabello negro que fluía hasta su cintura todo entallada en un elegante vestido negro, el cual ya parecía algo anticuado.

Ella se levantó y comenzó a caminar hasta donde yo me encontraba, rápidamente bajé la mirada. Fue ahí cuando vi algo que me sorprendió, un extraño cordón plateado que salía de mi pecho para terminar unos cuantos centímetros después en un corte brusco. 

-Bienvenido Tod, mi nombre es Catarina, aunque puedes llamarme Cat.– me saludó con una voz tan dulce como la miel y que desprendía un sentimiento de paz que hizo que todo temor y duda desapareciera de mi cuerpo.– Perdona que sea tan directa, pero acabas de morir.

Aquellas palabras, que debieron ser inverosímiles para mí, no me sorprendieron, algo dentro de mí ya lo sabía. La tristeza fue mi respuesta, había demasiadas cosas que deseé haber hecho y ahora eran imposibles. 

-Esta es la sala de espera, el lugar donde las almas llegan antes de ser juzgadas. Detrás de esa puerta, se encuentran el cielo y el infierno,– continuó Cat mientras acariciaba delicadamente mi hombro,- pero aun no es momento para que tú las cruces, tu vida no tiene por qué terminar aquí.
Levanté la mirada, mientras el llanto empañaba mi vista. Aquella mujer me miró directamente a los ojos, y sentí cómo todo mi ser se drenaba en sus hermosos orbes cafés.
-Yo soy lo que tú conocerías como la muerte, la encargada de cortar todas aquellas dulces flores cuando su momento les ha llegado,- explicó con un tono tan delicado, que me costaba creer todo lo que decía. – Aun así  mi poder no es suficiente para controlar todas las almas del universo, para ello necesito ayuda.– Se detuvo  para extender su mano hacia mí. -Si así lo deseas, puedes volver como mi ayudante, una extensión de mí, ser una parca.
La miré detenidamente, no sabía la extensión de sus palabras, pero la idea de volver a vivir era demasiado tentadora. Así que, con el brazo tembloroso, tomé su mano.


Las llamas comenzaban a carcomer mis huesos cuando terminé de digerir todo aquello que había olvidado.
-Soy una parca– dije aunque llamas ya habían alcanzado mis cuerdas vocales.

La chica de la alegría.

Entre la calmada noche, respiraba tranquilamente mientras pensaba en todo lo que había sucedido en las últimas semanas. Sujeté fuertemente la muñeca de mi mano derecha mientras ésta materializaba un cuchillo en su palma, justo frente a mis ojos; aun me costaba creer que fuera capaz de hacer todo eso.
El lugar seguía sorprendiéndome, era una hectárea entera llena de almacenes que más bien se asemejaba a hangares de mediados del siglo XX. En ocasiones me gustaba caminar, olvidarme de todo e imaginarme la siguiente aventura que escribiría del Gato-ratón, lo último que alcance escribir antes de terminar con más grabados que un árbol en San Valentín.
De entre uno de los almacenes escuché un ligero llanto. Sin meditar mucho, corrí hasta el lugar del cual provenían los lamentos.  Aún tengo aquel recuerdo que quedó marcado en mi conciencia. Abril, la chica que me había regresado de las profundidades, se encontraba abrazando un pequeño peluche maltrecho en un rincón. La escena daba algo de risa, el estereotipo de chica ruda metalera más marcado que haya visto en mi vida, se encontraba llorando como una dulce niñita.
-Miren, una damisela en apuros, tal vez este legendario héroe debería ayudarla.– reí en ingles, ya que ella no entendía nada de español. Intenté marcar un acento británico, aunque no tenía ni idea de si era correcto. -¿Qué haces aquí sola?
-Recuerdo– dijo mientras se limpiaba las lágrimas-. Dime Tod, ¿qué opinas de los superhéroes?
-¿Superhéroes? ¿Esos tipos que van en mallas por ahí golpeando a todos?
-Sí, ellos, - contestó sin dejar de mirar a su muñeca.
-Pues, solo son publicidad, no es como si de verdad cambiaran algo. Aunque esa respuesta es demasiado seria, déjame replantearla...– fingí como si pensara–. Todos son escoria comparados con el gato-ratón.
-¿De qué coño hablas?– protestó y me aventó la muñeca que hasta hace poco abrazaba con recelo. Luego se tranquilizó:– Tienes razón, los súperhéroes solo sirven para traer desgracia, son los seres más insensibles de la existencia, es como si creyeran estar en otro mundo.
-Si no te conociera, diría que los odias.
-¿Alguna vez te he contado como fue que morí?– lentamente se recostó sobre una caja de madera y continuó sin dejarme responder,– Todo comenzó hace más de 50 años…

Mi padre era lo que conocerías como un chico malo. Él era uno de los líderes mafiosos más importantes de la costa este. Era aquel tipo de gánster que seguía una ética trillada, solo vendía drogas suaves y no mataba a no ser que él lo viera necesario. ¡Por favor! Donaba a la caridad millones de dólares al año, siempre pensé que solo era una manera de limpiar su conciencia. Pero todo cambió cuando su mano derecha se impacientó con sus anticuadas normas y empezó a traficar con órganos que recogía de cualquiera que vagara a mitad de la noche. Fundó más de cien burdeles de niñas que compraba en el extranjero. Claro que todo esto lo hizo a espaldas de mi padre. Las ganancias fueron sublimes, y cualquiera que se metiera en su camino era brutalmente asesinado sin ninguna misericordia. Esto generó una fama de muerte a la mafia de mi padre, quien eventualmente acabó descubriendo todos los negocios turbios de su socio. ¿Qué harías en su lugar? Cualquiera diría que lo mandaría a matar, pero no mi padre. Él no soporto la presión y tomó sus pecados como si fueran los suyos. Buscó a uno de esos mentados héroes, un tal Corsair, o algo así. Y en menos de una semana, mi padre y su amigo estaban tras las rejas. Pero mientras que mi padre fue condenado a la pena capital, su compañero salió bajo fianza. Supongo que las dos mansiones que el juez adquirió poco después no tuvieron nada que ver. Pero aquel sujeto deseaba vengarse, así que fue a nuestra casa y nos tomó a mi madre y a mí como pago. Durante meses nos violaba una y otra vez, solo alimentándonos con agua. Eventualmente enfermé, nunca supe realmente de qué. Mientras deliraba por la fiebre, él seguía satisfaciendo sus pasiones con mi cuerpo. Por aquel entonces ya no me importaba, ya que solo podía pensar en dónde estaría aquel héroe de pacotilla que se había olvidado de mi existencia, dónde quedaba la justicia en un mundo donde una niña sufre por los pecados de su padre.
Cuando Cat me devolvió como la parca de las ejecuciones, lo primero que hice fue ahorcar a ese bastardo, pero incluso después de eso no me sentía satisfecha, mi existencia en sí era una aberración, tal como lo había sido  desde siempre. Solo pensaba en morir y desaparecer, pero tengo miedo de que mi existencia no haya significado nada.

Me quedé en silencio contemplando su linda figura en la penumbra mientras pensaba. Nunca he sido bueno con los temas  serios, pero quedarme callado no era una alternativa.
-Todos soñamos con ser alguien en la vida, pero lo único que importa es que al final tengamos una muerte feliz– dije mientras me acercaba a ella.
La tomé por los hombros, ella no tardó en desmoronarse llorando sobre mi pecho. No importaba qué pasara, tenía que ser de ayuda para aquellos que me habían rescatado de mi propio tormento. En especial para ella.

Caluroso recibimiento.

Aquel hombre calló frente a mí. El lugar parecía una simple bodega, con un montón de cajas donde guardaban de todo, desde ropa vieja hasta material de oficina. Cuando intenté correr para salir de aquel lugar pude ver que me encontraba en una especie de complejo donde lo único que podía ver era un almacén tras otro.
-¿Cuál es tu muerte, niño?– preguntó en ingles una joven de no más de 17 años, vestida completamente de cuero a mis espaldas.
-¿Mi muerte?– contesté, completamente confundido.
La chica me miró detenidamente, solo para hacer una ligera mueca de desprecio. Detrás de ella, dos personas más aparecieron. Uno era el mismo hombre que había visto hace apenas unos segundos desfallecer frente a mí, solo que ahora se encontraba perfectamente bien, como si nada hubiera pasado. A su lado había una linda joven de no más de 14 años, de piel blanca y una hermosa trenza tejida con su rubia cabellera.
-Un novato, sin duda. A juzgar por su expresión, no ha recuperado ninguno de sus recuerdos,– juzgó el hombre con una voz alegre.
-Eso es malo– contestó la niña, aunque su inglés parecía sumamente arcaico, a pesar de que no era un experto en la lengua.
-Bien, parece que tendremos que intervenir,– remató la joven vestida de cuero.
Antes de que me diera cuenta, los tres me rodearon, mi sangre comenzaba a hervir y sentía cómo lentamente empezaba a perder el conocimiento, el miedo de que ellos terminaran como el gordo en el callejón provocó que entrara en pánico.
-¡Aléjense, es peligroso! – grité desesperado.
El hombre solo se rió y se acercó lentamente hasta donde me encontraba.
-El único que corre peligro aquí eres tú, niño,– aclaró con una voz rasposa que hizo eco en los viejos almacenes.
En el mismo momento en que aquel sujeto terminó su oración, sus brazos se prendieron en llamas, el fuego que emitía era el más caliente que había sentido.

Como una piñata.

La sangre de mi cuerpo volvió al poco tiempo, todo era como si nada hubiera pasado. Me había vuelto un demonio que solo buscaba saciar su sed de sangre, no lo soportaba más. Caminé hasta uno de los almacenes más alejados, tomé una soga y la até a mi cuello, después subí a una viga y amarré el otro extremo justo encima de ella. Sin pensarlo dos veces, salté. Pude sentir cómo de inmediato mi cuerpo se quedó sin aire, mi cabeza se volvió pesada. Pero sin importar cuánto tiempo durara colgado, no moría, seguía consciente de esta brutal agonía.
Un suave silbido rompió el silencio que solo llenaban mis gemidos. Era el himno de la alegría que se entonaba triunfante. Frente a mí pude ver cómo cinco figuras fantasmagóricas aparecían en el aire. Aquellos espectrales seres sacaron sus rifles y apuntaron hacia mí como un batallón de fusilamiento. ¡Bum! Fue lo último que escuché antes de caer al piso.
-Segunda habilidad de las parcas,– anunció una voz a mis espaldas,–: es imposible que mueran mientras tengan contacto con el hueso que les regaló la muerte, así sea con la parte más diminuta de su ser.
Cuando volteé pude ver a aquella chica, creo que su nombre era Abril. Ella caminó lentamente hasta mí.
-Sé que tienes miedo, pero descuida, te enseñaremos a controlarlo,– dijo, por primera vez, de forma cariñosa.
-No quiero controlarlo, esta sed de sangre nunca se sacia,– le contesté, envuelto en llanto.
-Mira,– suspiró,– tal vez no lo entiendas, pero ahora hay dos seres viviendo dentro de ti, el humano y la encarnación de la muerte misma. Lo único que tienes que aprender es a separar una de la otra.
La observé suplicante; algo en su voz sonaba esperanzador. Intenté parar el llanto y ponerme de pie, pero fue en vano.
-Déjame enseñarte, y en poco tiempo volverás a ser tú mismo,– ofreció y se detuvo para extender su mano hacia mí.- ¿Podrás confiar en nosotros?
La miré detenidamente, no sabía la extensión de sus palabras, pero la idea de volver a vivir era demasiado tentadora. Así que, con el brazo tembloroso, tomé su mano.


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