domingo, 13 de septiembre de 2015

Flores de la muerte 5: Milagro para una muerta

Autor: Dan Lenovo

La desconfianza corroía el alma de las cuatro parcas, después de una larga semana encerrados en las más insanas y demenciales torturas que la mente de Enta Calo pudo maquinar. El recuerdo de aquella frase aun los atormentaba: “Uno de ustedes fue el que me avisó lo que planeaban, y es por eso que me quedé.” Oficialmente habían acordado que aquellas palabras solo eran para romper la unidad que les permitía seguir en este infierno, pero la verdad era que cada uno de ellos guardaba la desconfianza en su corazón.
Sombras se extendían por sus espíritus, consumiendo lentamente la poca esperanza que en ellos podría hallar cabida, cada uno tenía sus hipótesis de lo que pudo terminar con su último intento de escape. El más perturbado por  todo esto era la más nueva admisión de este grupo de vacas de sangre, Tod, quien para ese entonces ya había creado una verdadera relación afectiva con todos, en especial con Abril, quien para colmo no le hablaba desde que Enta se aburrió de torturarlos. Tod asumió que esto solo era debido a la abstinencia de muertes  a la que estaban sometidos. En el pasado, los guardias llevaban a extraños a sus bodegas para que ellos se saciaran. Nunca supo quiénes eran  o qué razón tenían para que los asesinaran, pero era mejor que volverse un demente aun sobre su conciencia.

Aquella mañana comenzó como cualquier otro día. Samanta regresó del ordeñamiento, las lágrimas no dejaban de rodar por sus suaves mejillas, mientras que su boca mostraba el dolor absoluto. Tanto Miguel como Tod la observaron, pero sus angustiadas mentes no les permitieron actuar.
Las puertas rezumbaron y el aire fue cortado. Al otro lado de la bodega, una delicada silueta se dibujaba al contraste con el sol. Abril caminó furiosa hacia el grupo con una mochila en el hombro, y abrazó a la pequeña Samanta, mientras le susurraba algo al oído, aquellas palabras hicieron sonreír a la niña quien devolvió fraternalmente  aquel cálido abrazo.


Abril giró bruscamente en dirección a Miguel y lo miró a los ojos. Tod se preguntó qué extrañas palabras le habría dicho al hombre para que su expresión reluciera de felicidad. Lamentablemente para él, no pudo seguir reflexionando, ya que unos segundos después la mochila de la muchacha caería en su regazo. Al abrirla vio que se trataba del traje que había usado la última vez que intentaron escapar.

“Una última vez. Tengo la corazonada de que esta vez todo terminará bien.”
-Abril

Tod sujetó aquel viejo traje manchado de su sangre mezclada con las de los guardias que se habían cruzado con él la última vez. Tembló, el miedo de volver a enfrentarse con Enta era más que suficiente como para dejarlo noqueado.
Su vista se empañaba, no quería fallarles, pero no quería volver a pelear contra aquel hombre, sufrir  las insanas torturas nuevamente a sabiendas de que la muerte jamás llegaría a consolarle. En su mente solo cabía una idea, en el largo tiempo que había estado en cautiverio solo había conseguido una cosa: el más grande y desquiciante  trauma.

Para él ya no había nada a su alrededor, no quería moverse, para donde viera solo había oscuridad, una penumbra creada por su corazón. Una pequeña voz hizo eco en el vacío:

-One more time.

La voz infantil de Samanta hizo regocijar su corazón. Una calidez que no había sentido desde hace años tomaba su alma, era casi como si cualquier problema, temor o miedo ya no importaran. Se sentía seguro, casi podía sentir la libertad rozando las yemas de sus dedos.

Tod se levantó de golpe con una brillante sonrisa en su rostro, se sentía completamente bien, nada le afectaba, nada parecía enturbiar sus pensamientos. Tomó la maleta, abrazó a Abril y salió corriendo en busca de aquel viejo walkman.

El traje aún se sentía raro para él, pero las vendas sobre su rostro le daban cierta tranquilidad, como si aquellas delgadas telas lo protegieran de sus propias acciones, como si, al llevarlas, pudiera hacer lo que fuera y las consecuencias de sus decisiones nunca lo alcanzarían. Tomo el walkman y lo colocó en un bolsillo en la parte interna del saco, unos audífonos de diademas se remarcaban debajo de las vendas.
Las cuatro parcas se juntaron en la calle principal del complejo de almacenes. Miguel tomo un fuerte respiro y dijo con su voz rasposa:

-Esta vez lo haremos simple, correremos a lo largo de esta calle, mataremos a quien se interponga, derivaremos la puerta y robaremos algún carro en la carretera.

Todos se rieron, sabían que era un plan estúpido, pero por algún motivo podían estar seguros en una cosa: esto iba a funcionar. Tod prendió su música y Welcome to the Jungle de Guns and Roses comenzó a hacer vibrar su tímpano.

Qué escena tan irreal, un viejo, una niña de 10 años, una joven desequilibrada y un hombre con la cara vendada, corriendo a toda velocidad por una calle de asfalto mientras centenas de hombres armados disparan contra ellos. Las balas eran fácilmente esquivadas, los atrevidos guardias que osaban acercarse eran brutalmente asesinados antes de siquiera alcanzar a levantar su arma.

El miedo nubló la conciencia de los soldados, todos corrieron histéricos, ya no les importaba nada, solo querían vivir. Eventualmente el curioso cuarteto llegó a la puerta, la cual se encontraba abierta de par en par y completamente abandonada. Bueno, abandonada es inexacto, ya que un hombre aún permanecía de pie debajo del portal de la puerta de acero.

Los cuatro ya lo habían presentido, era Enta Calo quien con su habitual confianza  los desafío:
-
Veo que aman mis torturas. Si querían más, solo debieron pedirlas.

Enta alzó su brazo, empuñando sus amadas nudilleras. Miguel, Tod y Abril se prepararon para  lo inminente, mientras Samanta se escondía detrás de los tres. Pero para sorpresa de los presentes, Enta se detuvo a la mitad.

La mano que sostenía su nudillera se aferró fuertemente a su pecho. El hombre comenzó a caminar lentamente hacia atrás, mostrando una mueca algo extraña, podía verse en su semblante que un dolor inhumano se había apoderado de él, pero también se podía observar como disfrutaba de aquel mal, si su garganta no estuviera ardiendo por dentro, probablemente estaría riendo.

Caló caminó hasta una esquina del complejo y se sentó para disfrutar en silencio de  su tormento. Ninguno se preguntó más sobre sobre su destino y salieron  del complejo por primera vez en lo que para algunos serían años. A los pocos metros de haber salido, encontraron un jeep abandonado con las llaves sobre el asiento. Tal vez un soldado lo había dejado ahí cuando corrió de miedo, o a lo mejor solo era el día más afortunado de su existencia. No lo pensaron mucho, los cuatro subieron y arrancaron lo más rápido posible rumbo a México.

Cuando llegaron a la última ciudad estadunidense, Miguel se bajó y se despidió  de sus amigos, él en verdad quería seguir con ellos pero tenía asuntos pendientes de este lado de la frontera. Tod trató de convencerlo pero no lo logró.

Frente a la puesta del sol, las tres restantes parcas llegaron a la ciudad natal de Tod, donde acordaron que se esconderían un rato en un pequeño departamento que el jefe de Tod nunca usaba y cuyas llaves estaban escondidas en un lugar que Tod conocía. Pero antes de ir hacia el lugar, Abril le pidió que se dirigiera hacia un mirador.

Confuso pero a la vez contento por haber escapado, Tod aceptó el capricho de su amiga y la llevó a un pequeño mirador en lo alto de un cerro. Abril se bajó y caminó hasta el barandal que separa a los incautos del vacío. El único chico del vehículo la siguió lentamente a unos pasos de distancia, disfrutando de la hermosa vista que le ofrecía su figura bañada por el ocaso.

-Desde pequeña siempre me han gustado las alturas, me hacen sentir como si nada fuera imposible, como si los más grandes problemas fueran ahora solo diminutos. Es por eso que solo en un lugar como este, yo, la gran parca de las ejecuciones, merezco morir. Es una pena que no veré el mundo que construirás, pero estoy segura de que será hermoso. Ambos sabemos que buscar una existencia donde todos tengan vidas perfectas, libres de toda tristeza, es imposible, por no decir aburrido. Sin embargo, una realidad donde todos, cuando lleguen al último momento, puedan voltear al pasado y sonreír a la muerte mientras piensan que ha sido una buena vida; un mundo donde cada persona tenga una muerte feliz, es lo único por lo que vale la pena luchar. Toda mi vida pensé en cómo conseguir este alocado, casi imposible sueño, incluso llegué a creer que solo eran fantasías de una pequeña, no más real que los unicornios o los príncipes azules, pero cuando te conocí, pensé que tal vez, solo tal vez, tú serías capaz de lograrlo.

Tod, desde el inicio de su discurso, comenzó a desesperarse, las lágrimas se acumulaban en sus parpados, la abrazó fuertemente, a lo que ella correspondió sin detener su monólogo. No entendía lo que decía, quería abrazarla tan fuerte para hacerle saber que él la protegería, con él jamás moriría. Pero seguía desmoronándose, desde que comenzó a hablar, su cuerpo comenzó a volverse polvo, lentamente cada célula de su cuerpo era tomada por el viento y llevada lejos de él, hasta que eventualmente no quedó nada, solo una bolsa de aire, que Tod inútilmente trataba de contener.

¿Qué había sucedido? Eso era todo en la mente de Tod, cuando una pequeña mano tomó su hombro. De inmediato reconoció que se trataba de Samanta. Pensó que, sin importar lo que hubiera pasado, debía ser fuerte, por lo menos por ella, pero cuando volteó para consolarla, en lugar de ver una cara de amargura o tristeza, solo pudo ver una sonrisa de satisfacción.

-Que mujer tan dramática. Pero bueno, todo ha terminado.

Tod la miró confundido y de inmediato cuestionó sus palabras. Si antes había estado inseguro, ahora estaba estupefacto. Ya nada tenía sentido.

-Está bien te explicaré, lo que ha acontecido. Tal vez no te importo, pero yo soy una parca un poco diferente a vosotros, mi muerte es un tanto especial. Mientras que a ti te representan los ataques de locura, a mí me representa la eutanasia. Aun así, no lo veas tan por el lado clínico, sino de una forma más literal, el buen morir, la muerte cuando todo lo que necesitabas está cumplido y ya puedes morir en paz, esa es mi hoz. Mi poder me permite cumplir todas las necesidades que el muerto crea necesitar, para después matarlo. Por lo general esto dura años en cumplirse y solo puede existir una persona afectada por mi poder a la vez, así que como puedes ver se me complica mucho saciar mi sed de muerte. De hecho, llevaba años sin matar a nadie, probablemente de no haber sido por Abril, habría terminado loca. Por otra parte, me sorprende que no hayas notado nada raro, tus miedos desaparecieron como si nada, más de quinientos hombres altamente entrenados y ninguno nos tocó, ese demonio dejó atrás una pelea, un carro esperó nuestra huida. ¡Por amor de Dios! Nadie tiene tanta suerte. Eso era lo único que Abril deseaba, que tú fueras libre. Por favor, no me mires así. Ten en cuenta que ella aceptó cuando me abrazó antes de darte la mochila, aunque, claro, yo la orillé a ello, uniéndola a la fuerza a ti y haciéndole creer que tú eras su sueño y delatándolos con Enta; pero eso es cosa pasada. En verdad me gustaría quedarme un rato contigo, eres bastante divertido, pero lamentablemente no creo que me quieras ver, así que adiós.

Y como si no hubiera pasado nada, Samanta se dio media vuelta y se fue caminando por el sinuoso camino mientras la oscuridad de la noche la envolvía lentamente, dejando a Tod solo abrazado fuertemente a la ropa de Abril, más solo que nunca.

-    O    -

En ese mismo momento, en las instalaciones principales de la juguetería New Year en Nueva york, Enta caminaba lentamente por los coloridos pasillos del piso  -18. Se suponía que eran laboratorios secretos de su jefe, pero para él parecía más una guardería.

Cuando llegó al laboratorio principal, tembló un poco al pensar en qué le haría el señor Belerofonte al enterarse de que había dejado escapar a las parcas. Entró y  vio a su jefe feliz, observando una mesa de operaciones donde un hombre con una armadura mongol descansaba inconsciente.

-Señor… lamento informarle que las cuatro parcas han logrado escapar, en verdad lo siento, señor.

Belerofonte solo se rió y abrazó suavemente a Enta sin dejar de observar al hombre sobre la mesa quirúrgica. Un escalofrió recorrió el cuerpo de Caló mientras comenzaba a sudar de asco y miedo. Quería aventarlo lo más lejos que pudiera, pero sabía que moriría antes de siquiera tocarlo y aunque amara el dolor, no deseaba la muerte. Su jefe comenzó a susurrarle al oído en el mismo tono que cientos de amantes lo habían hecho a sus parejas, pero lejos de agradarle a Caló, él solo sufría.

-Descuida, no me importa. ¿Ves al hombre que está sobre la mesa? Es la tercera cabeza del can cerberos Drittesta, mejor conocido en vida como Atila el huno. Lo capturamos hace unos meses. Gracias a su sangre podemos fabricar elíxires mucho mejores que con cien parcas. Te lo iba a comentar, pero te veías tan feliz jugando con las parcas que no tenía las fuerzas para privarte de ello.

Enta no sabía cómo reaccionar,  sentía que era inútil, completamente inútil. Así que hizo lo único que podía hacer, salir lo más rápido que pudiera de esa habitación. Como él pensaba había sido peor de lo que pudiera imaginar.

-    O    -

Seis meses después, un trio de hombres golpeaban fuertemente a un joven que había estado caminando hacia su casa. La sangre ya cubría la mitad de su cara y solo quería que estos rufianes lo dejaran ir, pero ninguno de los tres tenía esa intención. Querían divertirse y los ruidos de sufrimiento que emanaban de la boca de la víctima les resultaban hilarantes.

La calle estaba prácticamente desierta a las dos de la madrugada. El joven sabía que nadie lo auxiliaría. Sus esperanzas prácticamente se habían esfumado cuando un ruido llamó su atención junto con la de sus tres victimarios.

-¿Quién es el idiota detrás de la basura?- llamó el Tijeras.

En verdad era un idiota, parecía que quería esconderse, pero claramente, incluso con esta poca luz se podía ver cómo su pie derecho se asoma a un costado. Dos de los hombres se acercaron lentamente para atrapar a aquel estúpido mientras un tercero se quedaba con el joven para arrancarle un par de dientes más con sus pinzas. Cuando los dos hombres estaban a menos de dos metros del contenedor de basura, una música tan entrañable que todos hemos escuchado aunque sea una sola vez, empezo a sonar.

-¡It's me, Mario! Ok, no, solo soy Happy Death.

Desde detrás de los botes salió un hombre vestido con un elegante traje de color azul marino, con la cabeza que, a excepción de su ojo derecho, estaba cubierta de vendas, sobre las cuales había una sonrisa dibujada. Saltó para ponerse frente a los maleantes. La simple melodía salía de un par de bocinas que cargaba en la parte de atrás de su traje.

-A ver, un chiste rápido. ¿Por qué la gallina cruzo la calle?

Los maleantes obviamente ignoraron las palabras del extraño. En cambio, uno de ellos saltó contra él, pero antes de que estuviera siquiera cerca del sujeto, una navaja que parecía haber salido de la nada rebanó su cuello a la mitad, haciéndole emitir un quejido ahogado.

-¿¡Arrg!?- remedó el asesino,- ¿Por qué todos creen que la gallina cruzo la calle por Arrg? Claro que no, la verdadera razón es para ver a la perra.

El otro sujeto asustado, pero más enojado que nada al ver a su amigo tirado en el suelo desangrándose, corrió contra su extraño visitante, estiró sus manos buscando tomarlo del cuello para ahorcar al desgraciado, pero justo frente a él, una hacha de carnicero se materializó y comenzó a girar hasta cercenarle ambas manos. Ante sus gritos, otras dos navajas de mano volaron contra su nuca y fulminaron su vida al instante.
A la distancia, él último de los hombres tomó firmemente sus pinzas y atacó al asesino de sus amigos. Era obvio que lo que se habían metido, no lo dejaba pensar con claridad. Cientos de distintas armas blancas comenzaron a aparecer sobre él, rodeándolo. El hombre se detuvo en seco al intentar procesar qué estaba sucediendo. Entonces, el tipo de las vendas habló nuevamente:

-Otro chiste, ¿Toc Toc?

El idiota de las pinzas ya no sabía cómo reaccionar ante tan inverosímil situación. Pero el tipo en el traje quería su respuesta e insistía con su pregunta una y otra vez, mientras las navajas volaban cerca del hombre, rebanando su delgada piel. Finalmente cayó al suelo al no soportar el dolor de las heridas que ahora se contaban por decenas.

-¿Quién es?- contestó el tan malherido pandillero que solo quería que todo terminara.

El atacante tomó una de las navajas que flotaban en el aire con su mano izquierda y luego llevó ambas manos a su rostro regocijándose de felicidad de haber obtenido su respuesta.

-La Gallina,- rió.

Happy Deatch se partió en una riza frenética mientras agitaba la navaja en su mano, tanto que ni se dio cuenta cuando esta salió volando, atravesando así el cráneo del último malhechor.

-¿Entiendes? Te acabo de llamar perra, ¿ves? ¿Te acuerdas del chiste anterior?  ¿Por qué no te ríes? Si está buenísimo. ¡Oh! Estás muerto… Mierda, siempre me pasa esto.

Y así el extraño comediante se marchó de aquella lúgubre calle, dejando detrás tres cadáveres y un inteligente muchacho que se había desmayado apenas vio la primera navaja voladora.


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