lunes, 20 de octubre de 2014

NEUSUD: Telekinesis 1 - Isabel



Texto e ilustración: Gerardo Espinoza
Revisión: Luis Arbaiza 

Precisa y fría era la mañana cuando Farid despertó desconcertado; las únicas sensaciones que contenían esos primeros segundos eran las palpitaciones en el pecho y el brazo que no paraba de temblar.

Percibió zumbidos y voces interminables. Trataba de atender a la clase pero cada cosa dicha por la maestra se perdía en algún lado antes de llegar a él. Inclinó la cabeza por varios minutos, ocultando su mirada cansada. Giró el cuello buscando en el aire sin fondo de la ventana algo de libertad.

-¡Farid, ponga atención!– era la maestra Mildred exhortándole desde el otro extremo del salón. Su voz chirriante lo despertó de aquella ensoñación; algo empezó a escapársele mientras su cuerpo se estremecía en medio del aula. Luego un zumbido, los temblores y el inevitable deseo de querer girar la cabeza sin parar, querer gritar, ponerse de pie o pedir ayuda; pero nadie movía un dedo. Ni siquiera para escapar. Todos permanecían inmóviles.

Luego, en silencio y lentamente, cada objeto a su alrededor empezó a levitar, desatando pánico entre los compañeros pero más aún en él; las ventanas vibraron, pulverizando los cristales. Era incapaz de contener toda esa energía emanada de su cuerpo. De hacerlo acaso esta destruiría sus adentros. Un vórtice luminoso se proyectó a su alrededor y contra toda lógica toda el aula entera levitó.
Le atormentaba la idea de provocar sufrimiento, sentía cómo iba perdiendo cada uno de sus sentidos dejándolo a merced de ese poder incontrolable. Convulsionaba ingrávido, elevado a un metro del suelo, creyendo que pasaban los minutos sin saber que todo esto sucedía a la vista de todos en sólo diez segundos.

Toda la clase sintió aterradores ataques de taquicardia, algunos compañeros incluso giraban descontrolados dando gritos terribles mientras chocaban entre sí.

Entonces sintió esos brazos pequeños que le rodearon el cuello; una chica gritaba a su oído palabras dulces que empezaban a hacerse espacio en su  locura,  devolviéndole algo de lucidez, trayéndole un instante a la realidad. La pudo mirar y supo que era Isabel; la chica del costado. Sintió pavor instantáneo; no quería hacerle daño, pero el campo de energía se hacía más y más violento. A pesar de todo esto Isabel seguía aferrada a su cuello, suplicándole que pare por piedad, por favor…

Instantes después el zumbido cesó y ambos desaparecieron.


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