sábado, 4 de octubre de 2014

El magnífico mago Mystére 2: Secretos de la magia

Autor: Glauconar Yue
Ilustración de Isabel Bollmann

Las ojeras perpetuas del detective Jean-Luc Planchard sugerían o bien que no tenían nada que ver con su ritmo de sueño, o que jamás, en los últimos cinco años, había dormido una sola noche entera. Con su taza de café en la mano, Planchard insistiría en que no había cómo dormir bien si asesinos como el llamado Garou andaban sueltos en la ciudad. Pero ahora se le atravesaba esto: un espectáculo de circo y un charlatán anticuado que pretendía defender la poca dignidad de su trabajo.
Vestido con solo una camisa blanca, los puños arremangados, y corbata michi, sentado a una mesa vacía bajo la parca luz fluorescente, el ilusionista parecía despojado del aura mística que lo rodeaba en el escenario. La poca información que incluía su expediente había sido recabada de publicaciones promocionales, declaraciones suyas o de sus agentes. Y, además, todos los datos eran inverosímiles y contradictorios. El periódico de esta mañana volvía a difundir rumores ridículos, incluyendo la idea de que el mago había vencido al Garou.
-Entonces, Jules Mystére...- murmuró el detective, -¿Mystére? ¿Es ese su verdadero nombre?
-Así es,- respondió el mago impasible, -Mi padre era Henry Mystére.
-Bueno, señor Mystére...- prosiguió Planchard, no sin masticar irónicamente el nombre por un momento, -cuénteme qué sucedió aquella noche en el espectáculo.


-Presenté dos rutinas clásicas y una nueva. Las rutinas clásicas son las de la lluvia de cartas y el sarcófago sin sangre. La lluvia de cartas inicia con una sola baraja, de la cual saco una carta al azar,- repentinamente, Planchard se percató de que el sospechoso estaba barajando unos naipes que hace un momento no estaban sobre la mesa. Se suponía que revisaban a cualquier sospechoso al entrar a la comisaría. Pero antes que pudiera objetárselo, Mystére siguió su narración, mientras las cartas parecían multiplicarse entre sus dedos:
-La carta escogida no desaparece entre una, sino entre cincuenta barajas que vuelan esparcidas por el aire en un remolino, entre el cual yo mismo desaparezco y vuelvo a aparecer junto con la carta perdida. Ahora bien, la segunda rutina clásica es la del sarcófago sin sangre. Este acto es clásico en todo sentido, ya que muchos magos lo han hecho antes que yo. En mi caso, lo aprendí de Tong Wo-Fung hace 8 años. Tong ha sido un gran compañero y una fuerte inspiración. Aunque tuvimos un entrenamiento similar, él me precede por casi una década, por lo que durante mucho tiempo me superó en experiencia. Sin embargo, hemos perdido contacto hace ya algunos años, debido a que nuestras filosofías difieren sustancialmente. Él sostiene que el riesgo mortal y el sacrificio son lo único esencial en la magia...
-Señor Mystére,- interrumpió Planchard finalmente, -no me interesa su relación con este chino, como se llame. ¿Puede por favor concentrarse en la noche del espectáculo? ¿En qué consistía el truco nuevo?
-Por supuesto. La nueva rutina, la danza de los espejos, se divide en dos partes. La primera parte consiste en que yo me relaciono con los espejos, primero entro yo en ellos y luego hago salir a mi reflejo a la vista del público. En la segunda parte hago pasar a un miembro del público al escenario para que él atraviese el espejo, primero cambiando de forma y luego desapareciendo por completo.
El mago había dejado las cartas a un lado y calló, dándose por explicado.
-Sí, claro,- dijo el policía,- pero, ¿qué sucedió relamente aquella noche?
-¿A qué se refiere?- sonrió Mystére. El detective no podía distinguir si era verdadero desconcierto, o si estaba intentando tomarle el pelo de la forma más descarada.
-Por supuesto, se supone que la gente vio salir los reflejos y transformarse al invitado, a la víctima desaparecida de este caso. Pero, ¿qué hizo realmente? ¿Era una proyección, un holograma? ¿O había otro espejo más grande delante del escenario, para completar la ilusión óptica?
-Lo siento, oficial, pero no puedo revelar los secretos de mi profesión.
-Está bien, el efecto óptico no es lo importante pero, ¿cómo hizo desaparecer al invitado? ¿Dónde está Pierre Bonhomme? Hemos revisado el escenario del antiguo teatro y comprobado que no tenía trampillas...
-Le digo que mi profesión me prohíbe responderle. Un mago jamás revela sus secretos.
-Señor Mystére, estamos hablando de la vida de un hombre. Un hombre al que no se ha vuelto a ver desde que desapareció en su escenario. ¿Se da cuenta de que se está poniendo usted mismo como principal sospechoso en un caso criminal?
-Lo sé muy bien, oficial. Le puedo asegurar que el señor Bonhomme sigue con vida, pero no puedo darle más detalles.
Planchard soltó un suspiro que rayaba en gruñido y se echó para atrás en su silla, frunciendo el ceño.
-Esclarecer el caso es la única forma en la que podemos ayudarle, señor Mystére.
El sospechoso no respondió, parecía frío, indiferente ante la situación, como si no comprendiese cuánto le afectaba. El detective volvió a hojear los perfiles de los implicados. Pierre Bonhomme era un oficinista de posición estable pero nada envidiable, con algunos conocidos pero ningún amigo particularmente íntimo, ninguna clase de enemigo. Había crecido en la misma ciudad de Montdelouis, huérfano de padre. Al parecer siempre había tenido una fantasía hiperactiva, la cual su empleo monótono no satisfacía muy a menudo, y la necesidad de buscar figuras paternas. Fue como resultado de esto que surgió su fascinación con el mago Mystére, a quien venía siguiendo hace un par de años. El policía se preguntó de cuántos jóvenes descarriados más se aprovecharían esta clase de celebridades inescrupulosas.
-Comparado con Bonhomme, su expendiente brilla por su carencia de información,- indagó el detective,- ¿Es correcto que nació en Bélgica?
-Así es.
-¿Cuánto tiempo lleva ejerciendo como figura pública?
El mago hizo memoria e inició un relato de sus orígenes:

Mi primer encuentro con la magia fue a los diecisiete años, en un campamento gitano. Los gitanos aparecían cada dos años en la ciudad, y por supuesto para las buenas familias eran demasiado extraños como para querer tratar con ellos. Por eso mismo es que me guió la curiosidad a dejarme leer la mano por una vieja sabia. La mujer murmuró cosas en su propio idioma y nunca me terminó de explicar qué era lo que vio en mí. Me vendió una antigua moneda china y me mostró un truco con ella, que tuve que practicar toda la noche hasta lograrlo. Al día siguiente regresé para mostrarle lo que había aprendido, y encontré que estaban a punto de levantar su campamento. Decidí dejar atrás mi familia e irme de viaje con ellos. Así fue que conocí el mundo. Cruzamos por el norte de Alemania y tras un par de días volvimos a acampar en Berlín. Luego seguimos por Polonia, Lituania y Rusia. Esos países son conocidos por su invierno, pero debería ver lo agradables que son en primavera.
Sin embargo, cuando estábamos cruzando los montes Urales, la vieja sabia enfermó. Entre sus delirios pudo ver mi futuro, y ordenó al resto del grupo que sin importar lo que pasara, me acompañase hasta el tíbet. Esa misma noche, la señora murió. Aunque varios del grupo estaban dispuestos a seguir su última voluntad, el líder del grupo siempre me había visto con desconfianza, y en la frontera de Kazajstán me desafió a un duelo con cuchillos. Era un hombre bajo, pero duro y curtido por años de una vida intensa. A pesar de la desventaja, yo le herí primero, pero él siguió atacándome y me dejó varias cicatrices, con lo que pronto me quedó claro que pensaba luchar hasta la muerte. Por supuesto, no estaba interesado en semejantes términos, así que escapé rodando por un acantilado.
Por suerte encontré pronto a los pastores de la región, que tienen una hospitalidad ejemplar y me ayudaron a recomponerme para seguir mi viaje por mi cuenta. Tras una semana más de viaje y una montura en Yak logré efectivamente llegar al legendario monte de los inmortales, donde recibí por fin mi iniciación.

Al acabar su historia, el mago se encontraba revolviendo entre sus dedos una antigua moneda con un hueco en su centro. Sus muñeca derecha tenía una marca que podrían ser el rastro de un cuchillo, pero también podría provenir de cualquier otro origen. Las cartas que estuvo barajando antes ya no estaban a la vista. Planchard pensó que, por simpática que fuera la historia, tenía pocas probabilidades de ser real. Sea como fuere, había cosas más urgentes que atender.
-En fin,- dijo el policía,- volvamos a Pierre Bonhomme.- retomó la conversación, -¿usted lo conocía de antes?
-No, oficial. Nunca nos habíamos visto antes, si a eso se refiere.
-¿A qué más cree que podría referirme?- inquirió el detective, -¿Se habían comunicado por correo? ¿Tenía usted información de él?
-No, nada de eso. Simplemente sabía que él era el indicado.
-¿El indicado para qué?
-Para ayudarme a sellar al Garou.
El implacable rostro de Planchard delató un sobresalto en el momento en que el mago pronunció aquel nefasto sobrenombre.
-¿Sostiene usted que Pierre Bonhomme era responsable de los asesinatos?
-En lo absoluto. Debe tener en cuenta que el Garou no es una persona en particular, sino una plaga espiritual. No es, nisiquiera, un  monstruo individual, como lo han difundido los medios. Se trata de un miasma colectivo que se manifiesta de manera recurrente y plural.
-¿Usted también está entre los que hablan de espectros? Debí suponerlo,- rebufó el policía ofendido,- pero es más que una ilusión, son muertes reales. Quién sabe si Bonhomme no fue también descuartizado por el mismo psicópata.
-Es verdad. Esto tiene consecuencias físicas pero en esencia es, como usted bien dice, una ilusión y un espectro. Lo inmaterial también es parte de nuestra realidad, y puede ser igual de peligroso que los riesgos diarios. Como ilusionista es mi terreno y mi responsabilidad encargarme de estos fenómenos.
-Entonces, ¿dice que utilizó a su invitado como sacrificio en una especie de ritual gitano?
-Fue un portador temporal, como la pantalla para una proyección. No sufrió daño alguno en el proceso. Lo importante del acto era el efecto que produjo en el público. Es por eso mismo que no puedo decirle más.
-Le digo que todo esto lo dejará bastante mal en la corte. ¿No tiene nada más que decir en su defensa?
-Creo que en dos días podría encontrar yo mismo a Bonhomme y demostrar que está ileso. ¿No es ese acaso el meollo del problema?
El policía sabía que, por supuesto, era ese el asunto, y que era la mejor manera de que el ilusionista demostrara su inocencia. Pero, ¿era este charlatán tan ingenioso como parecía a momentos, o solo un tonto que se creía sus propios cuentos? Considerándolo, el detective tomó un gran sorbo de café. Entre tantos cuentos, idas y vueltas, la bebida se había enfriado. El detective pensó en la cantidad que se le habían enfriado por mejores razones, en las semanas que llevaba cazando a un asesino de verdad, de quien este cirquero sólo se burlaba.
-Señor Mystére,- concluyó Planchard,- lamentablemente no está en mis manos dejarlo ir.
-También debería saber,- agregó el mago,- que si me ausento, el espectro podría volver a liberarse.
-No hay ningún espectro acá,- gruñó el detective,- Tampoco hay gitanos ni brujos chinos ni cartas que desaparecen. Si es usted tan mágico y místico como pretende, le reto a que escape de la cárcel.

CONTINUARÁ
Próximo capítulo: La prisión más segura de Europa


1 comentario:

  1. ¡Qué agradable son los guiones de Glauconar!
    Este es el segundo episodio del Mago Mystére que se encuentra detenido por una desaparición en pleno show, pero obvio, como debe, sin embargo se complica por una plaga o coso espiritual que tiene trabajando al mago cual superhéroe :D

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