jueves, 30 de octubre de 2014

Silent Shadow 1: El milagro de la medicina


Texto e ilustración de Jair Sánchez Gutiérrez


Ciudad Gris sería una urbe común si no fuera por la plaga de gatos que tenía, sus antiguas casonas coloniales y sus pocas áreas verdes. La basura muchas veces se acumulaba en las calles y eso hacía que fuera un sitio muy sucio y poco visitado por turistas. Sin embargo, era el hogar de un prodigio en la medicina, el doctor Javier Von.

Von era un reconocido médico que se había quedado viudo y vivía con su hija de diez años llamada Elena. Era muy delgado y andaba siempre con el pelo castaño desordenado. Lo más característico de su rostro cansando eran sus bigotes sin afeitar.
La pequeña Elena tenía una cara redonda acompañada de varias pecas y llevaba una larga cabellera negra que llegaba hasta su cintura. Ella no solía salir a pasear a las calles como los otros niños, pero por eso mismo conocía muy bien el edificio en el que vivían, sabía todos los escondites y pasajes de esa vieja vivienda. La hora preferida de Elena era cuando comía con su padre, debido a que el resto del día él se encerraba en su laboratorio en el sótano.
Un sábado por la tarde Von salió de su área de trabajo y llamó con entusiasmo a Elena.
-¡Lo logré al fin, Ely! ¡He creado una súper medicina que puede curar cualquier enfermedad!- exclamó Von acercándose al sillón donde siempre se sentaba a escribir en su pequeña libreta. Elena sabía que su padre había estado trabajando por años en hallar una cura para toda clase de males desde que mamá había fallecido por un cáncer maligno.
El médico acaparó la atención de la prensa por unos cuántos meses. Su medicina era usada en muchos hospitales y a pesar de que empezó teniendo un precio muy elevado, el Estado terminó adquiriendo el fármaco para que fuera distribuido por un seguro integral a los pacientes que presentaban los padecimientos más crónicos.
Varios canales de televisión nacionales e internacionales realizaban entrevistas a Von, donde explicaba una y otra vez la composición de su fórmula, sus pruebas en animales, sus efectos secundarios y las enfermedades que lograba sanar. El éxito hizo que Von pudiera adquirir más propiedades y desarrollar una compañía farmacéutica propia, la cual vendía el producto con una composición más pura y efectiva.
La fama y la riqueza del científico era seguida muy de cerca por sus opositores, quienes sostenían la hipótesis de que su medicina produciría un virus resistente a toda composición y que llevaría a una gran pandemia.

Dos años pasaron, los Von tuvieron que mudarse a una mansión más grande. A Ely nunca le agradó la idea de irse de su antigua vivienda. Su padre tuvo que mentir diciéndole que los gatos habían invadido la casa y que pronto llegarían a su habitación en cantidades más grandes. Von no había terminado de contar su mentira cuando Ely le interrumpió exclamando:
-¿Cuándo nos vamos?
La nueva mansión era algo antigua, había pertenecido a una vieja amargada que murió sola y sin hijos, las paredes, que llevaban muchos adornos al estilo gótico, eran blancas y el techo estaba decorado con querubines y toda clase de ángeles. Tuvieron que contratar empleados para limpiar la casa y darle mantenimiento a la piscina que se encontraba en la parte trasera. El jardín parecía una jungla de donde podría salir cualquier animal, los jardineros se demoraron cerca de una semana y media en podar todos los arbustos y árboles que le daban un aspecto siniestro a la gran casona.
Lo bueno era que Von tenía más tiempo para estar con su hija, debido a que contaba ya con un horario normal de trabajo en su empresa y eran pocas las veces que madrugaba en su oficina o en su laboratorio con su equipo médico. De vez en cuando sus familiares cenaban en la mansión, para Ely estas visitas eran muy aburridas porque estaban llenas de elogio para su padre, ella sabía que todos eran muy falsos porque siempre la habían tratado muy mal y sus primos jamás se habían acercado a jugar con ella. El papá de Ely tenía dos hermanos, uno mayor, Vince Von, y otro menor, Robert Von.
Robert era un hombre robusto, llevaba unos pequeños bigotes rizados y una cabellera larga amarrada en una cola, siempre vestía un traje de anteaño con un bastón. También era el único que se acercaba a Ely y a menudo conversaban por horas. Él sabía mucho de objetos antiguos por los distintos viajes que había realizado, en su vivienda tenía ocho salas llenas de artefactos que ya no se usaban, se podría decir que era una especie de coleccionista. Los demás siempre lo vieron como un bicho raro por esta afición y a menudo se apartaban de él.
Mientras Vince el hermano mayor, tenía el cabello muy oscuro y brilloso, siempre lo tenía peinado hacia atrás y pegado a su cabeza con una clase de gel, su rostro era tosco al igual que su nariz y le daban un aspecto casi cúbico. Tenía la apariencia de un viejo gánster con el traje negro que llevaba y su característico puro que nunca faltaba en su boca. Ely se preguntaba si realmente era su pariente porque no se parecía en nada a su padre.
Ely había escuchado a sus tías decir que su tío Vince contaba con una gran riqueza proveniente de sus “negocios”, operaciones que nadie conocía. Él era muy orgulloso y usualmente resaltaba el poder del apellido Von en cada conversación. Robert y Vince se sentaban muy separados en cualquier actividad a la que asistían pues para Vince su hermano menor era un fracasado y un parásito que gastaba la fortuna en cachivaches sin valor y apolillados. Sin embargo,Vince alababa a Javier por su logro en la medicina y su buena administración en su compañía; era casi pintoresca la forma en lo que lo trataba y no había perdido la oportunidad de ofrecer cualquier tipo de ayuda o asesoramiento para su empresa, pero el padre de Ely siempre se había negado.
Un domingo Javier Von se había quedado dormido en un mueble que estaba al lado de uno de los tantos balcones que tenía la mansión, era un día caluroso así que todas las ventanas estaban abiertas. El teléfono de esa oficina sonó de repente y Von cayó hacía un lado, corrió a contestar la llamada. Ely estaba esperando detrás de la puerta cuando esta se abrió rápidamente.
-Papá, hay algo que quería pedir… ¿Vas a salir?- dijo Ely tomando la mano de su padre que no se detuvo a escucharla y continuaba caminando hacía su cuarto.
-Ahora no, Ely, debo trabajar- contestó Von dirigiéndose a la puerta principal y dando instrucciones a un empleado para que localice a su chofer.
-No me esperes despierta, princesa, y no te asustes si no vengo mañana, yo te llamaré cuando regrese y comeremos helado cerca a la playa como te lo prometí, ¿de acuerdo?- añadió dándole un beso en la frente.
Ely no supo nada de su padre en días y estos se volvieron más largos para ella. Sus vacaciones estaban por acabar pronto y volvería al colegio, un internado de mujeres donde las monjas eran muy estrictas. Ella solo quería saber dónde se encontraba su papá, quien tampoco la había llamado; las empleadas de la mansión le habían dicho que sí se había comunicado con ellas dándoles precisas instrucciones para cuidarla. Ely odiaba sentirse tan pequeña, quería ayudar a su padre, por eso había decidido ser una doctora renombrada como él.
Por alguna extraña razón, las sirvientas no la dejaban ver la televisión, pero un día olvidaron llevarse un pequeño monitor que tenían en la cocina. Ely desconectó todos los enchufes y llevó el artefacto hasta su cuarto, a hurtadillas, porque aún estaban de turno otros empleados. Por suerte nadie la descubrió. Cerró con cerrojo su habitación y conectó el aparato en el primer enchufe que encontró. Era casi la hora de su programa favorito en el canal siete, conducido por un chino que nunca hablaba y su peluche.
El último canal que habían estado viendo era el de las noticias, la imagen se veía algo borrosa. Después de unos cuántos golpes la nitidez en la pantalla volvió. Ely no encontraba el botón para cambiar los canales cuando escuchó la voz de su padre salir del parlante. La niña se pegó al aparato y se limitó a escuchar con atención.
Von aparecía en un programa que ya había empezado hace minutos, estaban pasando varias imágenes en un proyector sobre pacientes que se veían alterados y con manchas rojas en la piel, parecían una clase de muertos vivientes. Para Ely las fotografías eran muy repugnantes, pero continúo escuchando lo que decía su padre.
-Doctor Von, ¿estaba prevista esta reacción en las personas con la aplicación de su medicamento? – dijo lentamente el conductor del programa que usaba un saco blanco parecido a Javier. Al parecer se trataba de otro médico.
-Esta reacción adversa se ha generado porque algunas personas no toleran la composición. Señores, estamos esforzándonos cada día en brindarles un mejor producto. Les prometo que mi compañía atenderá a estos pacientes y hallaremos una solución inmediata– respondió Von con un rostro algo demacrado que expresaba preocupación, parecía que no había dormido en días.
-¿No se trata entonces de lo que dicen sus opositores, el tal “virus Von” o “supervirus”? ¿Será que esta fórmula siempre fue una bomba de tiempo, hasta que un virus mutase para ser resistente a toda composición? ¡Este es  el inicio de una pandemia!– exclamó el entrevistador.
Un ruido muy fuerte sonó de repente y la pantalla de la televisión se puso negra. Ely desconectó el enchufe y se colocó sus zapatillas, había estado con sandalias todo este tiempo.
-Tengo que ver a papá y llegar a la empresa. Se veía muy mal – pensó. Sabía que papá se molestaría, pero lo extrañaba mucho.
Había un ayudante de su padre que algunos días venía a recoger instrumentos o ropa de su habitación. Era el momento preciso para abordar el auto negro de afuera. Ely cogió comida de la cocina y la guardó en su pequeña cartera con cara de perro. Cuando llegó a la puerta principal observó que ya todos los empleados se habían ido y el ayudante bajaba algo apurado con varias maletas. La niña corrió hacia el automóvil y una de las puertas traseras se abrió al segundo intento, como estaba dentro de la mansión, el conductor las había dejado sin seguro. Se escondió muy bien en la parte de atrás y se tapó con una manta negra que había llevado.
Pasada cerca de media hora, no fue muy difícil salir del estacionamiento y encontrar el piso donde estaba su padre. Ely había venido incontables veces a ese lugar y siempre cuando andaba aburrida recorría los pasillos. Una de las trabajadoras que estaban en la puerta la reconoció y le dijo que esperara un momento, que se comunicaría con su padre. Ely no lo pensó dos veces y corrió hacia un lado, la portera corrió tras ella, pero no logró alcanzarla, la niña era la más veloz de su colegio, había ganado varias carreras en competencias.
Las oficinas estaban llenas de gente con saco y corbata, y mujeres con vestidos grises y pegados. Parecía que ese era su uniforme de trabajo. Ely encontró las escaleras y subió hasta el quinto piso, sabía que hallaría a su padre en su laboratorio. A pesar de estar al tanto que la puerta tendría alguna clase de contraseña no se preocupaba porque ella se la había extraído a Von en un descuido, cuando estaba en la mansión. Ely rogaba porque fuera la misma. Los pasadizos se volvieron tan blancos, parecía que había ingresado a un hospital. Durante su recorrido vio que algunos enfermeros atendían a unos pacientes con manchas rojas, estos se agitaban de dolor y tiraban todos los utensilios al piso de la sala de operaciones. Ely pudo ver otros ambientes parecidos más adelante y solo una delgada vitrina la separaba de sus interiores.
El quinto piso estaba vacío cuando Ely llegó y no había ni rastro de su padre. Se acercó a la puerta metálica y colocándose de puntillas logró ingresar la contraseña en el teclado de la entrada. La grabación de una voz femenina daba la bienvenida al lugar “Buenas tardes, adelante por favor”.
La estancia estaba iluminada por una luz blanca tenue, había dos camillas y varias mesas con instrumentos médicos, a un lado vislumbró algo que parecía un televisor enorme, pero estaba apagado. Cerca de una de las camas algo se movía, parecía estar envuelto en mantas. Ely supo que su padre no se encontraba ahí pero cuando se dirigió a la puerta para marcharse, esta se cerró. La misma voz que le dio la bienvenida ahora señalaba otra frase “La clave que usted ha marcado es incorrecta, las salidas serán selladas por un tiempo indeterminado”. Ely asustada trató de jalar la palanca de la entrada, mientras veía que se cerraba con varios cerrojos y la luz de la sala se ponía roja. Un chillido ensordecedor sonó de repente y algo la tomó por el codo. Cuando se dio media vuelta vio que un hombre desnudo con manchas rojas en todo el cuerpo le trataba de decir algo chillando y vomitando mucha sangre. Ely logró liberar su brazo, corrió hacia una mesa con varias ampollas abiertas y se las lanzó al desconocido que se acercaba lentamente a ella con unos movimientos extraños y casi imposibles para un hombre normal.  Por alguna razón, quizás debido al vomito que le había caído, se encontraba cada vez más mareada, sentía una picazón en uno de sus dedos y a lo lejos oía unas voces que se hacían cada vez más fuertes. Todo empezó a volverse más oscuro y la niña terminó cayendo al suelo desvanecida.
La mansión parecía muy sombría unas cuantas semanas después del accidente. Javier llegó a encontrar a Ely en el laboratorio y pudo llevarla a casa. Ella había despertado en un cuarto alumbrado con una luz muy blanca, tenía unos tubos en la nariz y a su costado se encontraba una máquina que le medía la presión.
-¿Cómo te sientes, cariño? Has despertado al fin– preguntó Javier. Estaba sentado a su costado, en una banca de madera. Se veía triste y sombrío.
-¿P-papá? ¿Dónde estoy?
-Pude encontrarte en el laboratorio.
-Me siento algo mareada,- contestó Ely mirando a los ojos de su padre -¿Por qué estás llorando?– preguntó.
Al momento pudo darse cuenta de que tenía unas manchas rojas en los brazos y antes de que pudiera volver a hacer otra pregunta fue interrumpida.
-Ha-haré todo lo que esté a mi alcance para curarte, no te sientas culpable por nada, todo esto es mi responsabilidad,- exclamó Von limpiándose las lágrimas.
-Has sido infectada por el supervirus- añadió.


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