sábado, 20 de diciembre de 2014

NEUSUD: Telekinesis 3 - Dorian


Texto e ilustración: Gerardo Espinoza


Farid sufría de insomnio desde los diez años; aprovechaba las horas de vigilia leyendo o escribiendo pequeñas historias y otras veces participando en juegos on-line, su favorito era Oblivion; pasó noches enteras sin dormir por ganar esas complejas campañas. La realidad virtual era su verdadero hábitat. Cuando salía de ella todo era tan insatisfactorio y vano. Sus únicas amistades fueron tres personas que casi no veía, al menos físicamente. Aún así era admirado por sus compañeros de clase que veían sus logros en Oblivion e intentaban conectar con él, invitarlo a socializar, pero siempre los rechazaba. Ahora cada vez que los recuerda ve sólo sus caras de espanto.

El vehículo se detuvo a pocos metros haciendo sonar el claxon. Farid asustado abrió los ojos y dio un salto hacia atrás cayendo de espaldas. 
El conductor bajó presuroso a socorrer al joven.

-¿De dónde saliste?– preguntó el chofer. -¿Quién te abandonó en medio de la nada? No pudiste haber llegado solo... ¿Cómo te llamas?
Por un momento, pensó que era mudo.
-Soy Farid– respondió lentamente -No sé qué pasó, estoy perdido.
-Descuida, todo estará bien. Mi nombre es Dorian.



Tenía casi cuarenta, algo canoso y unos kilos de más. Se dedicaba al arte y publicaba de vez en cuando obras infantiles que vendía a editoriales nacionales y del extranjero. Estaba en la frontera que divide a un pintor y un novelista. Por lo general era bastante callado y cada vez que vendía uno de sus cuadros lo entregaba personalmente a cualquier parte del país en su camioneta pasada de moda. Gustaba de los viajes prolongados; amaba la aventura y la permanente soledad detrás del volante. Escribía notas a mitad del camino o en los hospedajes donde pasaba la noche.

Dorian ofreció algo de comer al pobre Farid, quien bebió tanta agua como pudo y terminó las provisiones que tenían a la mano. Pronto se sintió aliviado del hambre. Así pasaron las primeras horas del viaje, pronto empezaron a conversar.
-Estos dibujos son geniales– comentó Farid.
-Gracias, aunque la verdad sólo son bosquejos…
-¿Es la misma chica cierto?
-¿A qué te refieres?– inquirió Dorian intrigado.
-La chica que aparece en la foto del parabrisas, es la misma del dibujo, y al costado estás tú, pero más joven.
-Fue alguien muy especial para mí– respondió Dorian nervioso.

Creía que viajaba por el país para alejarse de los recuerdos; manejar y manejar con la excusa de obtener inspiración y decorar su mundo cada vez más insípido. Pensó tantas veces que huía de los recuerdos yendo a tantos sitios, conociendo nueva gente; pero al final del día veía aquella foto en el parabrisas, todo el tiempo, siempre delante como esa ventana al pasado, siempre abierta. En ese momento, al fin cayó en la cuenta de que estaba condenado eternamente a perseguir ese recuerdo tan feliz.

- ¿Te sientes mejor?– preguntó Dorian
- Si, gracias por la comida y el agua. Aunque todavía estoy débil.
- Estamos a punto de llegar a Korah; un buen restaurant a mitad de carretera. Con esa comida te recuperarás pronto,– aseguró Dorian

Más tarde llegaron al restaurante. Dorian pidió algunos platos típicos con cordero y abundantes papas, Farid pidió una sopa sustanciosa y un guiso de ternera, olvidando por un momento lo ocurrido. Dorian era consciente de su estado y respetuosamente evitó preguntar sobre ello hasta después de cenar.

- Veo que estás intranquilo Farid, ¿crees ya puedes contar lo que te sucedió?
- Estoy un poco desorientado, no sé qué pasó conmigo pero de un momento a otro aparecí de la nada en medio de un maizal perdido y sin fuerzas.
- ¿En serio? – Dorian lanzó una mirada suspicaz, - Desde acá veo que llevas un uniforme de colegio, pero también noto algunas pequeñas manchas de sangre. Tú no estás herido, así que no son tuyas.

Farid abrió los ojos asustado y buscó esas manchas que estaban dispersas en su camisa, gotas como chispas que sin duda pertenecían a sus compañeros. Pero no se lo contaría a Dorian.

-¿No has matado a nadie cierto?– comentó Dorian en tono sarcástico
No pudo responder y mostraba su nerviosismo.
-Tampoco has mencionado a tus padres– continuó Dorian.
-Necesito un celular ¿tú no tienes uno?
Esta última frase atrapó la curiosidad de Dorian.
-¿En serio? ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿No sabes que la mayoría de los celulares no funcionan? 
-Disculpa, pero aparatos no dejan de funcionar así por así– respondió Farid consternado. 
Dorian sacó su celular y lo puso en la mesa, invitándole a llamar. El jóven cogió el teléfono y permaneció un breve rato mirando la pantalla sin saber qué hacer. Segundos después empezó a marcar y notó que la señal era inexistente. 
-¿Cuánto tiempo has estado perdido? Alguien de tu edad debería saber lo que ocurrió con las señales.

Farid no parecía entender lo que esto significaba; miró en las mesas contiguas donde había gente joven y adultos de mediana edad pero ninguno consultaba o usaba celulares.
  
-¿Y la televisión? Veo que funciona todavía, transmite con normalidad– comentó intrigado.
Todo esto también era extraño para Dorian, pero a la vez interesante. Notaba honestidad en las palabras de Farid. Se acomodó en su silla y bebió su taza de emoliente.
-Hace poco más de un año ocurrió una falla generalizada en todos los celulares de Sudamérica, en las noticias dijeron que el satélite principal de telecomunicaciones se sobrecargó por algún fenómeno de manchas solares o algo así. Estuvimos sin internet por varias horas, al menos en la mayoría del país. En Ciudad Gris lo arreglaron a las pocas horas, y la gente casi ni se dio cuenta.
-¿Y la televisión? ¿No funciona por ondas?- interrumpió Farid.
-La TV digital desapareció en Sudamérica. De hecho, relanzarán la señal a fin de año. Todo de jodió, satélites, celulares y GPS. Pudo haber sido el fin del mundo, tranquilamente. Pero esto ya deberías saberlo; no sé por qué te haces el desentendido.

Bebió un largo sobro de emoliente mientras sonreía. Era la primera vez que Farid veía sonreír a Dorian, parecía que de verdad le hacía gracia el fin de la civilización.
-Farid, debes contarme qué te sucedió realmente. Así podré ayudarte.
Era momento de contarlo todo. El muchacho acomodó su silla y empezó a relatar lo poco que recordaba:
-Era viernes y teníamos clases de álgebra, no había dormido la noche anterior y estaba distraído.
Hizo una pausa. Dorian esperaba que continuara, le oía atentamente.

-Oía un zumbido que creció cuando la maestra me llamó la atención. La miré y sentí que la odiaba, concentré mi furia en ella y la hice flotar como si quisiera arrojarla hacia la pared, di pasos hacia ella y vi su rostro de terror. Después miré a mi alrededor y todo el salón flotaba en el aire. Mis compañeros gritaban, haciendo muecas de horror. Oía sus gritos ralentizados como una cámara lenta. Luego todo empezó a iluminarse mientras perdía la razón. Cerré los ojos para no ver más. Luego escuché la voz de mi compañera. Me rogaba que pare, me abrazó del cuello y se quedó allí para seguir hablándome. Alrededor nuestro todo se tornó más violento y me aterraba ver los cuerpos chocando entre sí, girando rápidamente. Ya no podía más y cerré los ojos derrotado. Luego todo acabó; abrí los ojos y estaba en medio del maizal.

-¿Me estás jodiendo? – interrumpió Dorian mientras soltaba una risotada.


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