sábado, 17 de enero de 2015

Revenge 2: Instinto


Autor: Antony Llanos
Ilustración: Gino Descalzi 

Caminando por la calle Abel miró su reloj. Eran las doce en punto. En su mente como primer acto estaba un instinto básico del ser humano: ¡venganza! Los asaltantes serían los primeros en probar sus nuevas habilidades, habilidades que ni él mismo conocía.
Los halló en la esquina de siempre esperando alguna victima incauta tal como él lo había sido la noche anterior. Se acercó caminando directamente hacia ellos.
-¡Quiero que se vayan! Se largarán de aquí y no volverán a robar más- dijo Abel muy seguro de sí mismo.
-Y si no nos vamos, ¿qué?- respondió desafiante uno de ellos mientras sacaba un cuchillo de cocina medio oxidado.
-Si no se van, los echaré de aquí.
-¿De veras? ¿Por qué no nos echas, entonces?
El delincuente se abalanzó cuchillo en mano sobre él. Abel lo esquivó con facilidad, pero tenía miedo pues nunca había sido de carácter violento y era la primera vez que enfrentaba a otra persona. Otro de los delincuentes sacó un arma y apuntó directamente a su cabeza tirando del gatillo mientras se burlaba recordándole lo fácil que les resultó asaltarlo.

Después de las dos explosiones, comprobó que seguía vivo y las balas no lo habían tocado. El miedo dio paso a la ira, la ira creció a medida que lo iba pensando. ¿Acaso no entendían? Firmemente les pidió que se fueran para evitar confrontación, pero no lo entendieron y además intentaron matarlo sin ninguna clase de miramientos. Personas como estas no merecían siquiera la mención de la compasión.
Con una velocidad sorprendente tomo el cuello del tipo con la pistola y sin medir la fuerza de la presión que ejercía en el cuello el hombre murió. Con su mano todavía sujetando el cuello pudo sentir la flacidez del resto del cuerpo, asustado abrió la mano dejando caer el cuerpo sin vida al suelo. 
-¡Esto no se quedara así, mataremos a tus familiares y luego acabaremos contigo, malnacido!- gritó uno de los maleantes que corría junto a su compañero.
El ángel sintió una confusión compartida con Abel. ¿Qué más tenían que hacer para que los pandilleros entendieran que estaba mal lo que hacían y era momento de desistir?
-Sin cabos sueltos, esto se terminará ahora- susurró el ángel, a lo cual Abel ya recompuesto y con mucha seguridad dijo:
-Así será.
Abel se paró delante de ellos extendiendo un brazo. Abrió la palma de su mano y  un destello potente salió de ellas desintegrando a ambos hampones y reduciéndolos a solo un gran charco de carne molida y sangre.
-Es extraño, creí que sentiría algún tipo de remordimiento, pero no. Incluso siento que era algo que debió hacerse hace mucho tiempo,– comentó extrañado.
-El tiempo corre. Hay que continuar,- respondió Azariel.
El casero regresaba ebrio y tambaleante, cantando una canción muy desentonada acompañado de dos prostitutas: una morena y la otra rubia. El borracho se hallaba a una cuadra y media del lugar de la lucha y no parecía haber notado la presencia de Abel o algo de lo ocurrido minutos antes. Seguía cantando su horrible canción mientras manoseaba a las prostitutas.
Abel extendió la mano apuntando con el dedo índice, como si fuera una pistola. Hizo un gesto de disparo. De su dedo índice salió una chispa de color rojo que viajó a una velocidad increíble dejando una estela rojiza a su paso.  Atravesó al ebrio revoltoso y siguió su camino docenas de metros hasta terminar impactando en la pista. El asfalto quedó  en estado líquido y su olor cubrió toda la calle. Las mujeres gritaron presas de pánico, intentando separar los brazos que todavía seguían aferrados a ellas. Cuando por fin lograron soltarse, corrieron  en distintas direcciones mientras el cuerpo del odioso casero quedaba inmóvil en la vereda con un agujero del tamaño de una pelota de futbol en el pecho. No había sangre derramada, pues la herida estaba completamente cauterizada por el calor del proyectil luminoso. El miserable había tenido una muerte instantánea. Hablando con una voz doble, Abel y Azariel exclamaron al unísono:
-Ahora entiendo. Este merecía una muerte rápida, pero no será así con otros. Lección aprendida.
Las prostitutas huyeron y Abel comprendió que su identidad corría peligro. Aunque ellas no representaban un peligro mayor, tenía que proteger su secreto. Fue un pensamiento compartido con el ángel y al instante su apariencia cambió: apareció un traje de color azul y blanco. Una capucha cubría su rostro, en vez del cual se percibía un vacío oscuro, como un agujero negro en cuya negrura se veía solo dos grandes y luminosos ojos. Su musculatura aumentó para ajustarse al traje a la perfección. Con tan solo desearlo, levitó y al darse cuenta de esa capacidad voló a una velocidad vertiginosa por el cielo.
Sabiendo que solo contaba con horas, dejó de maravillarse por la sensación de volar y el segundo lugar al que se dirigió fue la casa del supervisor. Conocía la dirección de éste porque sus compañeros la habían visitado semanas atrás. Para solidarizarse con Abel tras los abusos sufridos, habían decidido ir a romper las lunas y lanzarle huevos. Ese día pasaron unos papeles con la dirección y aunque Abel no quiso ir por considerarlo un acto vandálico, conservó el papel.
A pesar de sus deseos de venganza, no quería despertar a su familia, y pensó en cómo sacarlo de su casa sin alertar a los demás. Al instante el hombre apareció flotando frente a él, todavía dormido. Abel le dio una bofetada sin medir la fuerza y pudo ver cómo la mandíbula inferior salía disparada destrozando la cara a su paso.
El aterrado supervisor quedó en shock mientras tocaba la lengua que colgaba anómala fuera de la boca descompuesta. Pese a lo malo que había sido su jefe, Abel nunca tuvo la intención de matarlo, pero viendo su sufrimiento decidió desaparecerlo. Abrió la palma de su mano y de ésta salió nuevamente un destello que desintegró al supervisor instantáneamente.
-No querías matarlo- comentó el ángel- ¿sabes que podrías haberlo curado?
-No lo sé, simplemente no lo pensé.
-Recuerda que tienes en tus manos el poder de provocar daño y curarlo. En mi existencia he destruido un ejército entero en una sola noche, pero también conforté, curé heridas y guié a otras personas. Todo lo que hice, tú lo puedes hacer.
-Lo recordaré la próxima vez que cometa un error como este.
-¿Qué sigue? -pregunto el ángel, pero Abel no tenía una respuesta concreta, no sabía qué más hacer, tan solo se había vengado de los malhechores que conocía. Quería cambiar el mundo, pero no tenía idea de dónde comenzar ese cambio que había prometido.
-¡Lo tengo!- decidió de repente,- Hay una empresa de transportes que es culpable de encubrir los asesinatos y accidentes que sus conductores ocasionan. Pero no tengo idea de dónde queda ¿cómo podríamos saber dónde se ubica?
-Podemos leerlo en la mente de algún otro conductor de la misma línea- respondió el ángel.
-Así será.
Encontraron un bus de la empresa en plena ruta. Asumiendo forma etérea atravesaron el techo del vehículo en plena marcha a vista de los pocos pasajeros que se hallaban a bordo. Aterrados, los testigos corrieron a la parte trasera del vehículo mientras el extraño personaje ante sus ojos se dirigía al chofer. Colocó su mano en la nuca del conductor y de inmediato vio una lluvia de imágenes, hasta que finalmente dio con la dirección que buscaba. Además de la dirección deseada, pudo ver que el conductor del bus había matado a dos personas al manejar a excesiva velocidad, conduciendo ebrio atropelló a un joven y se dio a la fuga. El muchacho quedó en estado de coma por unas semanas hasta que finalmente murió. El conductor nunca se hizo responsable por esa tragedia y continuaba su vida con impunidad. Exclamando en voz alta, Abel dijo:
-Tendrán que tomar otro bus.
El vehículo se detuvo.
-¡Tú mereces morir, asesino!- exclamó luego, soltando al aterrado chofer que lo observaba con ojos desorbitados,- pero te aseguro que no morirás rápido y tendrás tiempo para pensar en el dolor que causaste.
Tomando por los brazos al conductor voló  por los aires kilómetros y kilómetros hacia lo alto, mientras una esfera semitransparente cubría la cabeza del hombre para evitar que muriera de asfixia.
A una altura de cuarenta kilómetros lo soltó, dejándole la esfera para que pudiera respirar todo el trayecto hasta el suelo. Abel y Azariel querían que estuviera conciente durante toda la caída. El tipo era de lo peor y se lo merecía. Lo dejaron caer y se teletransportaron a tierra para verlo estrellarse y convirtirse en una especie de papilla rojiza. Ellos no se inmutaron y sin más tiempo que perder continuaron en dirección a la empresa de transportes. Todo esto había sucedido tan rápido que algunos pasajeros todavía seguían en el bus, incrédulos por lo que habían visto, preguntándose si había sido solo producto de su imaginación.
Al llegar a la empresa, Abel vio el enorme aparcamiento. Más de trescientos vehículos estaban estacionados allí. Extendió sus manos para emitir una fuerza tal que hiciera volar por los aires todo el lugar, pero pensó en los inocentes que podrían verse afectados y desistió. De su espalda aparecieron seis alas de fuego. No fue necesaria una explicación. Volando bajo dio tres vueltas por el aparcamiento. Las alas causaron un fuego tan intenso que derritió docenas de buses hasta dejarlos como metal líquido al rojo vivo. En solo medio minuto todo había quedado reducido a metal chamuscado inservible.
Esa noche, Abel había iniciado una cruzada que marcaría la historia humana como nada jamás lo había hecho. Esa sería la declaración de su existencia al mundo. Esa noche, entre sangre, humo, restos calcinados y fierros retorcidos, nació Revenge, la encarnación de la venganza.

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