sábado, 3 de enero de 2015

El magnífico mago Mystére 4: Cazadores de lobos


Autor: Glauconar Yue
Ilustración de José Antonio Rodrí


Eran apenas las cuatro de la tarde y Planchard ya podía ver el cielo oscurecerse entre los rascacielos de Montdelouis por la ventana de la comisaría. Cambió el teléfono de lado, mientras seguía sonando la música de espera, y con su mano izquierda alzó la tasa de café para beber un gran  trago. La persona con la que quería hablar probablemente no habría visto el sol en un par de semanas. La noche eterna del invierno noruego. Al fin la música se cortó con un crujido y una voz respondió en inglés.

-Buenas noches, comisionado Svenson,- dijo Planchard en un inglés masticado, -. Soy el detective Jean-Luc Planchard desde Francia. Estoy en un caso sobre Jules Mystére. Usted, cuando Mystére estuvo en Noruega, ¿usted investigó sobre él, sí?
-Ah, el mago Mystére, claro- respondió Svenson. El francés podía oír una sonrisa en su voz, pero ningún acento que empañase su inglés impecable.
-Mystére estuvo aquí involucrado con una secta diabólica. No me malentienda, él no formó parte de la secta. Aunque, legalmente vista, la secta no era criminal, solo excéntrica. Por eso, a fin de cuentas fue algo que escapó a nuestra jurisdicción.
-¿Y Mystére?- insistió Planchard, -. ¿Él no mostró comportamiento sospechoso?
-Ah, todo lo contrario- repuso Svenson,- Mire, Monsieur, yo sé por qué está llamando. Estoy al tanto del caso del lobo, y también creo que tengo la explicación a su problema.
El café casi se atoró en la garganta del oyente, quien no pudo controlar su sorpresa. Tragó con cuidado, dejó la tasa sobre el escritorio, respiró profundamente y dijo:
-Por favor, dígame.

Svenson procedió:
-El mago Mystére ofreció dos espectáculos el año pasado en Oslo, y en su tiempo libre, varios testigos dicen haberlo visto cerca o incluso dentro de las localidades donde se reunía el Círculo del Maeltröm. Por supuesto, todos nuestros conocimientos al respecto son aproximados, el grupo intenta mantener todas sus actividades en secreto, pero dado que han estado bajo sospecha más de una vez, intentamos seguirles el rastro de vez en cuando. Sobre todo cuando los medios vuelven a tomarlos como punto de polémica. ¿Se enteró del escándalo que hubo en torno a Mystére y el círculo?
-No, lo siento,- concedió Planchard.
-Bueno, fue todo un enredo. Pero déjeme empezar por el principio,- retomó,-. El Círculo del Maelström es un grupo que dice practicar la nigromancia, fundado por el monje Selvik. Selvik fue uno de los primeros predicadores de la zona, en el siglo 10, cuando estas tierras aún eran dominio pagano. A pesar de sus aportes iniciales, la iglesia acabó quemándolo por hereje. Resulta que en sus viajes por la península, el predicador se había convertido a la fe que buscaba expugnar. Más aun, Selvik en realidad le dio un giro perverso a la antigua religión nórdica. Dicen que vio un vórtice infinito y sin fondo en los fiordos árticos, el legendario Maelström. Observando el abismo habría descubierto los secretos que transmite el Círculo. Aun así, los miembros de la secta sostienen que su maestro no fundó el círculo en vida, sino que lo convocó desde el más allá, que su alma en pena los llamó para vengarse del orden que lo condenó, y que sigue entre ellos hasta la fecha.

En ese momento, Planchard oyó un leve pitido en el auricular, indicando que tenía otra llamada en la segunda línea.
-Disculpe, comisionado Svenson,- interrumpió,- ¿Podría decirme qué tiene todo esto que ver con el caso del Garou?
-Ah, claro, a eso iba. Verá, su Lobo no es otro que el espíritu de Fenris. Según la Edda, los dioses engañaron al lobo para amarrarlo con una cuerda mágica, pero a cambio, Fenris devoró la mano de uno de ellos. Finalmente, el lobo quedó atado debajo de la tierra. El Círculo del Maelström invocó a este espíritu para que persiguiese a Mystére, ya que lo que él hizo el año pasado fue exorcizar al fantasma de Selvik. Es probable que se haya infiltrado en una sesión espiritista del Círculo, en la que la presencia del monje maldito fue invocada del más allá. Será que el monje reconoció al infiltrado y abriese el Maelström para intentar destruirlo. Pues ningún mago podría brindarle paz a un alma que ha seguido pecando durante un milenio. Por tanto, la única forma de deshacerse de ella es enviarla a enfrentar su propia oscuridad a ser devorado por los horrores que él mismo invocó. Tras la desaparición del fantasma, el Círculo no se disolvió, sino que juró vengarse. Incluso sin su maestro, algunos de los cultistas se consideran capaces de llamar a una entidad desde el abismo. Y es este lobo espiritual el que persigue a Mystére y atormenta ahora a la ciudad de Montdelouis.

-Disculpe, Comisionado, ¿es normal este tipo de investigación allá en Noruega?
-Ah, sí sé a qué se refiere,- rió Svenson,- muchos no concuerdan conmigo, pero bueno, es difícil ponerse de acuerdo sobre esta clase de asuntos. Estamos ante casos fuera de lo común, debemos estar abiertos a todas las posibilidades.
-Gracias, Comisionado. Estoy seguro que me será de gran utilidad,- murmuró Planchard.
Mantenerse abiertos a las posibilidades... Y si algo de eso fuera real, ¿qué debería hacer? ¿Esperar de brazos cruzados a que un héroe nos salve mágicamente? Probablemente Svenson no solo era un iluso sino, sobre todo, un gran ocioso que inventaba sus teorías para no tener que responzabilizarse de nada. Planchard pensó en ir por otro café, pero notó que la luz que indicaba la segunda llamada seguí brillando en el teléfono. Presionó el botón sin soltar el auricular.
-¿Aló?
-¿El detective Planchard?-preguntó una voz ansiosa, insegura,- ¿Usted es el encargado del caso del Garou?
-Sí,- replicó el policía incómodo,- ¿Quién habla?
-Yo sé quién es el monstruo.
-¿De veras? No me dirá usted también que es un fantasma, ¿verdad?
-Pronto me creerá,- respondió el hombre nervioso,-. Vaya a Port du sud, junto al cementerio Saint Antoine. Habrá un asesinato. Pero no es la verdadera bestia.
-Caballero, ¿me puede decir su nombre?
Como única respuesta recibió el crujido del auricular siendo colgado. No había podido rastrear la localización exacta de su interlocutor, y el número aparecía como desconocido. Probablemente un teléfono público, había mucho ruido de fondo. Asumir que se trataba de un loco más significaba no hacer nada. No podría movilizar fuerzas mayores por una posibilidad tan remota, pero tampoco podía descartarla. Dejó su tasa vacía sobre el escritorio y fue por su pistola y su abrigo.
Ya eran casi las seis y las avenidas estaban saturadas, por lo que Planchard tuvo que usar el mopet para tomar atajos por calles estrechas. Todos intentaban huir del distrito de oficinas, su destino estaría desierto en unos minutos más. Llegó por el lado sur del cementerio, el único flanco que no estaba cubierto por rascacielos. El camposanto urbano estaba repleto de lápidas superpuestas desde hace dos siglos, que en esta época del año se hundían olvidadas entre la nieve. De pronto, Planchard oyó un disparo desde la esquina.
"Maldita sea," pensó, "¿llegué muy tarde?"
Saltó de la moto, la cual dejó caer sonoramente contra las rejas del cementerio, y tomó la pistola en las dos manos para correr hacia el sitio de donde provino el sonido. Pensó en que el Garou nunca había utilizado un arma de fuego hasta el momento, solo garras y...
"¡Maldita sea, Planchard, no es un animal, es un puto humano!"
Volteó la esquina para encontrarse entre dos rascacielos macizos de granito negro, al centro unas gradas de concreto sobre las que se debatían cinco personas. Dos de ellas se encontraban a un lado, una de ellas acuclillada, herida, la otra observando de pie, paralizada de terror. Un hombre pequeño y encapuchado y otro alto, de piel negra y gabardina, se encontraban rodeando a una mujer rubia, ancha y desaliñada.
-¡Alto todos, en nombre de la ley!- gritó Planchard, sin saber a quién apuntar. Al acercase lentamente vio que el hombre negro llevaba una pistola humeante y la mujer un par de cuchillos extraños. Ella estaba herida. El hombre reconoció al policía.
-¡La encontramos!- rió el inspector François Bergier.
-¿Bergier, qué diablos está pasando aquí?- gritó el detective blanco desconcertado.
-Cúbreme Planchard, yo la atrapo.
Sin comprender aun nada, Planchard apuntó decidido a la cabeza de la mujer. Su compañero no esperó ninguna señal. Sin voltear a ver, bajó su arma y abalanzó su cuerpo sobre la criminal, quien interpuso sus cuchillos oxidados. Parecían puntas de rastrillos afiladas que ella blandía como garras. Bergier recibió un leve raspón pero esquivó todos los ataques que siguieron y atrapó a su oponente en una llave contra el piso.
-¡Te tengo!- exclamó victorioso, colocándole las esposas.
El hombre de capucha lo observaba, serio, febril. Planchard juntó a los demás testigos y víctimas, llamó a una ambulancia y una patrulla. Sin embargo, el tráfico seguía estando denso. En lo que demoraron en llegar las unidades, los policías intentaron brindar primeros auxilios a los heridos. La herida que la criminal tenia en el hombro era, por supuesto, un disparo de Bergier. El inspector tendría que responder por utilizar un arma de fuego contra un civil que "solo" portaba armas blancas. Los cortes que estos habían dejado en la víctima eran parecidos a los arañazos y mordidas encontrados en otras escenas del crimen. Parecidos, pero no idénticos. Planchard utilizó su bufanda para vendarla. Si no hubiese sido por la llamada anónima, Bergier habría estado solo y no habría podido controlar la situación. Efectivamente se había producido el ataque, y también podría esta no ser la verdadera bestia.
-¿Estás seguro de que ella es el Garou?- preguntó incrédulo el detective a su compañero.
-Tú la viste, ¿no?- respondió Bergier, aun sonriendo.
-He visto muchas cosas últimamente. Ésta también podría ser solo una imitadora. Todos andan muy locos estos días.
-Tú también estás loco, Planchard. Si ella es una imitadora, ¿dónde está el original?
-Podría no haber un original, podría que todos fueran solo copias pero, ¿cómo es que no dejan rastro?
-Yo sé quién es,- intervino el hombre encapuchado. Era la misma voz anónima del teléfono.
-¿Ah sí? ¿Quién?- lo encaró Bergier.
El pequeño hombre era incluso más ojeroso y pálido que Planchard, parecía constantemente amargado. Bajo el borde de su capucha sobresalía un mechón de grasiento cabello negro.
-Fue el mago Mystére,- dijo el encapuchado, intentando alzar su carrasposa voz.
-¿Otra vez con eso?- protestó el detective.
-¡Lo sabía!- replicó su compañero.
Los dos no pudieron ponerse de acuerdo en si creerle o no, a pesar de que el testigo vino de buena gana a la comisaría para dar declaraciones detalladas. No llevaba papeles ni quería dar su nombre. Para los criterios de Planchard, tampoco podía presentar evidencia suficiente de que el mago fuera culpable. De todas formas, Mystére ya estaba siendo buscado como fugitivo y encubridor de una desaparición. Fuera o no el Garou, ya era criminal, y que fuera el lobo tampoco le quitaría lo escurridizo.
En medio de la entrevista, Bergier puso de pie agitado.
-¿Qué pasó?- preguntó su compañero desconcertado.
El inspector alto no se detuvo para responder sino que salió corriendo de la habitación.
-¡¡¡Qué mierda pasó!!!- insistió Planchard.
-¿Que no oíste?- fue la respuesta seca.
Bergier abrió de una patada la puerta que llevaba hacia las celdas de la estación. La mujer yacía en el piso entre dos guardias desconcertados, desangrándose. El comisario se abalanzó sobre ella horrorizado y la sostuvo intentando en vano mantenerla con vida. De alguna manera había echado mano de una tijera con la que no atacó a nadie más que a sí misma, clavándosela en el cuello.
-Todos andan muy locos...- gimió impotente el gran hombre.
-Por eso no había rastros del asesino- susurró Planchard horrorizado,- todos son víctimas. El Garou se los lleva a todos.
Por desconcertantes que fueran estas palabras, no pudo evitar pronunciarlas con convicción. El enemigo no era un ser humano, era una demencia, una enfermedad. Era un espectro, un espectro muy real.


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