lunes, 26 de enero de 2015

Flores de la muerte 2: Enta Caló

Texto e ilustración: Dan Lenovo
Revisión: Luis Arbaiza 

Diario personal de Enta Caló.
Fecha: 16/03/20.
Entrada No: 158.

Dejé caer al incompetente oficial a mis pies, con un pequeño giro de mi cuello volteé a ver a aquel pobre ser que había terminado desparramado por todo el callejón. Era en estos momentos en los que sentía que debía cambiar de trabajo, odiaba cómo ellos arruinaban algo tan hermoso como es el asesinato, quitándole el delicioso olor que deja un cuerpo atrás cuando su alma se ha marchado.
Mi misión era seguir al sujeto “A”, quien, según me dijeron, había pasado por esta desolada ciudad de México, pero envés de ello me he topado con otra vaca más. El protocolo de la compañía me obligaba a reportar esto a mi jefe y pedir instrucciones; sin embargo, eso era algo que desearía evitar ya que, tan obvio como parece, quiere decir que debo hablar con aquel que firma mis cheques. De solo pensarlo, mi sangre se hiela.
Con la mano temblando y dándole la espalda al cadáver en el callejón, tomé mi celular y presioné el botón de llamada rápida. Comenzaba a sudar frío a cada tono del móvil, hasta que la llamada fue contestada.
-¡Oh! Enta, mi vida, me excita tanto que me hables…

Aquellas palabras sonaron de golpe. Su voz retumbaba haciendo claro su esfuerzo por que sonara lo más afeminada posible, lo cual era acentuado por su marcado acento francés. No habían pasado ni 10 segundos cuando ya había colgado.
Me encontraba furioso viendo la pantalla del teléfono. En verdad cómo odio a ese sujeto, si tan solo tuviera una oportunidad de mandarlo a la tumba, lo haría. Segundos después mi jefe me devolvió la llamada. Tomé un largo suspiro y conteste temeroso.
-Enta, cariño, ¿por qué me has colgado?– su voz no solo era insoportablemente aguda, sino que a su vez tenía un tono mimado en cada palabra.– No vuelvas a hacerlo, ¿no sabes que me pongo muy triste?
-Señor Belerofonte, podría…- contesté con una voz calmada, pero era obvio que escondía una gran furia - ¡callarse de una maldita vez! –  simplemente estallé al final.
-¡Cómo eres amargado, Enta!– casi podría imaginar la cara de puchero que ese idiota estaría haciendo al decir aquellas palabras  -De acuerdo, hablemos de trabajo. En ese caso, dígame la razón de su llamada agente Caló.– Su voz dio un giro brusco, volviéndose ligeramente más grave, mucho más seria y formal, eliminando de ella cualquier tono afeminado, aunque aún podía detectar el acento francés.
-Durante mi búsqueda del sujeto “A”, me he topado con una parca– contesté, sin rodeos.
-¿La has visto en persona?
-No señor, solo he visto su trabajo. A juzgar por el resultado, dudo que sea alguna de la base de datos.
-Mmm…- Belerofonte apartó ligeramente el teléfono de su rostro, a pesar de que aun podía oír claramente lo que decía. Pero era obvio que él ya no se dirigía a mí. –¿Sick, hay algo en los registros?
A la distancia a través de la bocina se podía escuchar la voz de otro hombre, en esta ocasión se trataba de alguien que conocía muy bien, Sick Ranner, el secretario personal del jefe. Como siempre, su voz era entrecortada y podía oírsele débil y sumamente enfermo.
-Según nuestros informes… ninguna de las… parcas que seguimos… se encontraba en la ciudad… - Cada vez que unas pocas palabras salían de su boca, un fuerte ataque de toz, lo interrumpía – Sin embargo, según… la fuente de la… vida, una alma… tuvo contacto… con el más allá… en esa zona… lo más probable… es que se trate de una… parca nueva.
Era desesperante escuchar a ese tipo, aunque sin duda era mejor que hablar con nuestro superior. Pude escuchar cómo alguien hojeaba una serie de papeles al otro lado de la línea, para después forjar un silencio sepulcral. Fácilmente quedé tres minutos esperando en una línea que parecía muerta, hasta que la molesta voz de Belerofonte volvió a sonar.
-Agente Caló, cambio de objetivo, olvide al sujeto “A” y busque a la parca para su próxima captura.– Una pequeña risita termino la frase abruptamente. – Ahora que hemos terminado, ya podemos seguir hablando de nuestro amor, querido Enta.– Su voz volvió a ese horrible y afeminado tono. –Vuelve pronto que extraño acariciar tus varoniles pezones, sentir tu fuerte y linda…
No alcanzó a terminar esa última oración para cuando yo ya había roto el teléfono, exprimiéndolo en mi mano.



Diario personal de Enta Caló
Fecha: 18/03/20
Entrada No: 160

Acaricié suavemente su mejilla, podía ver en sus ojos cómo la latente excitación crecía dentro de ella. Era una mujer de unos 40 años tal vez, no era fea, pero tampoco tenía nada rescatable. Por lo general no tendría ninguna razón para colocar mis labios sobre su insípida piel, mas ella era la encargada de mantener los registros policiacos.
Era sencillo, solo tenía que colocar mi mano en su cintura y respirar suavemente sobre su boca, mientras que con mi mano libre, acariciaba lentamente su escote. Podía oír sus guturales gemidos, que provocaban un nudo en mi garganta y una conciencia cargada de asco.
Bien podría haberla matado y robado los archivos, pero eso deja una marca, un pequeño escrito, y eso no le gustaba a la juguetería. Todo trabajo debía ser el más limpio posible y de esta forma solo una persona tendría un recuerdo de mí, y siempre me aseguro que ese recuerdo sea tan erótico, tan sucio, tan excitante, que le dé vergüenza de solo pensarlo.
Los segundos se volvieron minutos, y los minutos se volvieron horas. Cuando la luna salió, ella se encontraba acostada, completamente desnuda sobre el escritorio de su jefe. Su ropa se encontraba esparcida por toda la oficina del comisario. Yo por otra parte, ya estaba vestido y preparado para tomar lo que me pertenecía como pago por mis servicios.
Cuando cerré la puerta pude ver que ella aún seguía en el limbo, disfrutando del recuerdo de mis últimas acciones. Caminé hacia el computador y empecé a leer los archivos. No tardé mucho en identificar a un único candidato, Tod Gilbert. El pobre muchacho había desaparecido hace una semana, justo el día en el que según nuestros informes indicaron que  el sujeto “A” había llegado a este páramo. Las fotos de sus cortadas, por llamarlas de alguna forma, eran congruentes con las demás que había visto en el pasado, en anteriores parcas.
Me tomé mi tiempo para verlas con detenimiento. Era como siempre un trabajo hermoso que admirar. No tenían ningún significado para mí, pero el solo hecho de contemplarlas hace que mi corazón se agite tanto como el de una doncella al besarme. Mi garganta se seca, mi piel se eriza y mis músculos se tensan. Mis venas zumbaban como un arroyo en primavera, es como si la muerte suspirara sobre mi hombro, rozando delicadamente mi cuello con su hoz. Simplemente la mejor sensación de la vida.


Diario personal de Enta Caló
Fecha: 19/03/20
Entrada No: 161

Desde la distancia observaba detenidamente al joven que se había vuelto mi presa. Tod Gilbert era un chico ordinario sin mucho que contar. Su caminar era errático y su mirada perdida. Según mi experiencia con las parcas, podía decir que el chico no había matado a nadie desde ese gordo en aquel callejón, y los síntomas de abstinencia comenzaban a formarse nuevamente después de un periodo de paz.
En su mente él había salido solo a dar un paseo, ni si imaginaba que ya nunca volvería. En su casa me había tomado la molestia de dejar una pequeña nota. En ella se podía leer cómo el joven decía que estaba confundido, que necesitaba un tiempo para respirar y aclarar sus ideas, que volvería en unos días. Gracias a aquellas palabras, la policía no se molestaría en siquiera reportarlo como desaparecido, su familia entraría en pánico, pero el chico es legalmente mayor de edad, así que nadie se atrevería siquiera a mover un dedo. 
Aceleré el vehículo y, con un giro drástico del volante, le cerré el paso a aquella vaca de nombre Tod. Con un movimiento brusco tomé una pequeña pistola que se encontraba reposando en el asiento del copiloto y descendí del carro, apuntando fijamente al chico.
-Sé lo que hiciste, pequeño insecto. Si no quieres que te vuele la cabeza, será mejor que me acompañes– ordené con mi tono de voz más alto. 
El joven no respondió, se quedó mirando atónito. Su mirada se perdió en el vacío y su cuerpo comenzó a llenarse de un sudor tan frio, que incluso el aire se helaba al pasar a su lado. Su rostro era claramente la mescla perfecta entre confusión y temor. Sin embargo eso no duró mucho, ya que como la arena cambia con el paso de las olas en solo unos instantes, su mueca se reconfiguro en una sonrisa burlona y una mirada desafiante. La risa más perversa que jamás se hubiera escuchado hiso eco en toda la calle.
Gracias a que era muy temprano y esta ciudad apenas vive, el lugar estaba vacío. Solo éramos él y yo, en un vals de destrucción que tanto ansiaba. Por su forma de verme, podría decir que el chico aún no ha descubierto su distractor, lo cual era un punto para mí, haciendo esto muy fácil.
Tod me miró con desprecio y, con un pequeño giro de su muñeca, más de una docena de pequeñas nubes imprecisas se materializaron sobre su cabeza. Lentamente esos pequeños nublos empezaron a tomar forma. Cuando menos lo sospeché, estaba siendo apuntado por casi veinte tipos de armas blancas diferentes. Había dagas, cuchillos de cocina y de combate, bayonetas oxidadas, puntas de lanzas ensangrentadas y relucientes puntas de flechas, incluso me pareció ver un tenedor de cocína flotando por ahí.
Con un ligero silbido todos esos filos volaron directamente contra mí. Pude sentir cómo el frio metal atravesaba mi carne. Aquellas armas se habían clavado en  todo mi cuerpo, una atravesó mi ojo, otra mi garganta; mi corazón y mi riñón quedaron completamente perforados.  Todo mi cuerpo se encontraba sangrando como una regadera. La fuerza abandonó por completo mi cuerpo, y sin ella la gravedad se encargó de ponerme cara al piso. La sangre fluía lejos de mí, podía sentir cómo un pequeño charco empezaba a rodearme. Las armas, volvieron a ser lo que eran, un simple borrón de humo que se desintegro a la distancia. El frío de la muerte comenzaba a arroparme, estaba disfrutando de aquella sensación casi orgásmica, cuando mi conciencia quedó suspendida en el limbo.
Fue solo cuestión de segundos hasta que desperté y me puse de pie. Pude ver como Tod se sorprendía de ver que aún estaba vivo. Tal vez era solo yo, pero su sádica sonrisa parecía haberse hecho más grande. Con dificultad metí la mano entumecida en mi saco mojado de sangre y tanteé en una pequeña caja de metal, similar a un estuche de lentes. De ella saqué un pequeño tubo de ensayo tapado con un corcho. Con un chasquido rompí la punta del refractario y llevándomelo a la boca ya fría, rápidamente bebí su cálido contenido. 
Hace tiempo, un hombre inventó una supuesta medicina que lo curaba todo, y aquello solo término en desastre; él nunca se imaginó que el verdadero elixir sería la sangre de la misma muerte. A medida que el líquido carmesí descendía por mi agujerada garganta, sentía como el calor volvía a mí. Toda la sangre que empapaba mi ropa y encharcaba el pavimento regresó a su lugar mágicamente, como si hubieran puesto la escena en reversa. Todas las heridas, el cansancio o cualquier dolencia de mi cuerpo desaparecieron, para mi desgracia.
Cuando me encontraba en mi forma óptima tomé los últimos dos objetos más que guardaba en aquella pequeña caja de metal. Eran un par de nudilleras, las cuales parecían estar hechas de huesos, solo que en vez de tener ese blanco apagado, parecían brillar como perlas. Las coloqué en su lugar y corrí hacia Tod, quien se encontraba muy complacido observándome. Inmediatamente, muchas más armas blancas se materializaron para intentar cortarme, las navajas de toda clase y épocas me embestían sin piedad desde cualquier dirección. Fue un trabajo fácil esquivarlas, algunas simplemente la evadía, otras las desviaba golpeándolas con las nudilleras, mientras que algunas más las dejaba pasar para que cortaran mi piel suavemente.
Cuando estaba lo suficientemente cerca, salté y di un fuerte golpe en la cara a aquel fenómeno. Inmediatamente todas sus navajas se esfumaron en la ventisca de la mañana. El golpe le arrebató todo su equilibrio, haciéndolo caer de espaldas sobre la calle. Me hinqué sobre sus brazos, mientras lo golpeaba repetidamente en la cara. No recuerdo cuántas veces golpeé su rostro pero cuando terminé, su nariz estaba ocho centímetros a la derecha y su ojo izquierdo había salido volando de su cuenca.
Monté su cuerpo casi muerto en el carro y arranqué a toda velocidad evitando la mirada de cualquier curioso. Pasaron menos de cuatro horas cuando llegué a la frontera de los Estados Unidos. Un pequeño sobre con mil dólares y una llamada de mi jefe fue suficiente para que, tanto yo como Tod, nos encontráramos en Nuevo México.
Eventualmente llegamos a una bodega de la juguetería para la que trabajo. Si bien el lugar también funcionaba como una especie de campo de concentración, donde metíamos a estos fenómenos, el lugar realmente era una bodega de juguetes. Sin embargo, la zona donde estos sujetos estaban se encontraba altamente resguardada y por lo menos desde que yo administro el lugar, nunca ni uno solo ha logrado escapar, y vaya que lo han intentado.
Aún recuerdo claramente el momento cuando dejé a Tod en la bodega que sería de ahora en adelante su hogar. Justo en el mismo instante que entrábamos, él comenzaba a despertar y para su mala fortuna, uno de los suyos venía llegando del ordeñamiento.
-¿Ves a aquel sujeto?– le dije al oído– Ese es tu destino.
Sus ojos se abrieron al verlo. Todo su cuerpo se veía pálido, se podían ver sus huesos a través de su piel, marcada con extraños cortes similares a los de Tod, como si toda clase de grasa y músculo hubieran desaparecido. Su cara demacrada por la falta de sangre solo reflejaba una cosa: El terror absoluto.

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