jueves, 7 de mayo de 2015

NEUSUD - Telekinesis 9: Madrugada

Autor: Gerardo Espinoza

Gregory oyó atentamente el testimonio de Dorian. Analizó cada suceso, relacionó punto por punto la cadena de eventos tras la explosión en Chaclacayo, el accidente que una hora antes sufrió y la propia desaparición de Farid.
Acordaron reunirse a una hora determinada en el Hall Plaza de Lima Gris. Gregory escribió algunos números en su cuaderno de campo y luego colgó. Quedó pensativo unos segundos. Dejó el celular en una especie de receptáculo de aluminio, deslizó la mano bajo la lámpara y la apagó.
-¿Por qué te llaman tan tarde esos nerds?– preguntó Nat.
-No sé. Fácil cree que soy un tremendo friki sin vida,– dijo sonriendo.
-¿Y no lo eres?– contestó Nat, ahora de forma traviesa.
-¡Venga! ¡Claro que no!– Se puso una máscara de Batman y se acostó con la bella Nat que estaba completamente desnuda.

Gregory Estévez era el típico teórico de la conspiración, ovnílogo y friki consumado. Se había graduado en telecomunicaciones y era locutor radial.  Gozaba de cierta popularidad en medios radiales y redes sociales, gracias a los tres programas de corte friki que había creado y a su papel como co-creador de Finisterre Podcast.
Un buen día, Nat llegó a su vida. Fue invitada a la radio y hablaron toda la hora sobre serendipias históricas. Enseguida surgió la química; Nat era su complemento perfecto, era apasionada, mística e intuitiva. Sus conocimientos de historia y ritos ancestrales eran la delicia de Gregory. Juntos crearon Finisterre, un Podcast en internet especializado en ufología y temas frikis. Esto catapultó aun más la popularidad de ambos en el ciberespacio. Gregory y Nat eran amantes, convivientes, cómplices, camaradas.


Luego de colgar, Dorian permaneció un momento contemplando el paisaje que tenía a su alrededor: una madrugada oscura en demasía, silenciosa y llena de paz. Estas condiciones cambiaban radicalmente de día: la zona quedaba en su totalidad plagada de humanos hambrientos de riqueza. Dorian lamentaba esto.
Caminó con Trujillo hasta el comedor donde les esperaba servido un buen caldo todavía caliente. Sentados estaban el médico Rubén, el jefe de máquinas y el ingeniero Trujillo. Hablaron de todo un poco; tocaron el tema de la tormenta solar y cómo aquello afectó a las maquinarias. Curiosamente muy pocas sufrieron averías dado que funcionaban con Diesel. La maquinaria era algo antigua en general. Sólo el área de logística perdió muchas computadoras. Tardaron más de dos semanas en repararlas y proveer teléfonos satelitales a los ingenieros que estaban incomunicados.
Cuando Dorian tomó la palabra, se animó a contar acerca del accidente y los hechos extraños que le precedieron. Tuvo cuidado de omitir el nombre de Farid y todo lo relacionado con la explosión. Contó cómo el chico desapareció a su costado y aquella luz extraña que lo envolvía. Sus contertulios no se midieron haciendo preguntas respecto al fenómeno
-Yo te creo – Dijo el ingeniero Trujillo – trabajé en varias minas del país y he visto tantas cosas que no alcanzaría el tiempo de contarlas ni lógica para explicarlas. Eso que te pasó no tiene explicación. Pero sucedió efectivamente. Yo mismo bajé y vi cómo cayó el auto; creí que encontraría un cadáver pero no, estabas afuera con vida. Sin duda es un maldito milagro.
Dorian hizo un gesto y expresó su escepticismo.
-No creo en los milagros. Esto debe tener alguna explicación lógica.
-Todos nosotros hemos visto cosas raras acá en la mina– intervino el jefe de máquinas,-. Los obreros afirman haber visto muquis en los socavones. El médico y muchas más personas dan fe de ello. Se dejan ver a la medianoche o al amanecer. Incluso cruzan intempestivamente la carretera provocando accidentes.
-No es posible. Son seres mitológicos. No tiene sentido,– Dorian estaba confundido oyendo esas palabras tan convencidas.
-¿Entonces a dónde fue el chico? Si dices que estuvo todo el tiempo contigo, ¿qué respuesta lógica le pueden encontrar a eso?– Al jefe de máquinas le incomodaba la actitud escéptica de Dorian.
-Siempre estuvo conmigo, me acompañó en el operativo e incluso cenamos en Korah.– Sacó un Boucher de su bolsillo y mostró a los presentes el importe de consumo. Detallado se veía cada plato servido, con ellos las bebidas y provisiones que circunstancialmente se quedaron en la camioneta siniestrada.
-Sigo pensando que es un jodido milagro,– dijo casi entre risas el ingeniero Trujillo.
-Dale, pero mi caso es diferente, les mostré evidencia que comprueba que vine acompañado. A comparación de esos muquis que dicen haber visto.
El médico se dispuso a hablar desde una perspectiva objetiva y honesta:
-Amigo Dorian, creemos en estos seres porque los hemos visto. ¿Explicación lógica? No tengo ninguna. Pero hay huellas, alguna que otra foto e incluso grabaciones donde se han registrado sus voces. Yo los he visto. El ingeniero y veinte obreros más simultáneamente los vieron.
-Admito que en la oscuridad del socavón es difícil de distinguir correctamente los individuos, pero al intentar comunicarnos, respondieron,– contó con total seriedad.

Dorian se sorprendió oyendo las anécdotas de sus nuevos amigos. Tanta información más o menos contrastada de gente que no era ignorante. Un médico, varios ingenieros y obreros que con regularidad reportaban apariciones, fenómenos dentro de la mina y luces en el cielo. Cuántas cosas más estaban ocultas fuera de Lima Gris. Era la primera vez que Dorian tenía de primera mano gente expuesta al misterio.
A las cinco de la madrugada se despidió de ellos, agradeciendo la ayuda prestada y partió junto al Ingeniero a Lima gris.



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