miércoles, 27 de mayo de 2015

The Zone 6: Rosseane Magolis

Autor: Alonzo Yzasiga
Ilustración: Dashield Warren Clay

Eran cerca a las tres de la tarde cuando el Departamento de la Comisión de Registro procedió a hacer efectiva la detención ordenada por el magistrado superior de Golden City. El equipo operativo estaba conformado por una unidad SWAT al cual, además del equipamiento respectivo, se le había otorgado los accesorios especiales diseñados por el gobierno para ese tipo de procedimientos. Sus miembros, por cierto, eran seleccionados dentro del mismo cuerpo de oficiales de la policía, después de varias pruebas diseñadas por el propio FBI.
El capitán a cargo de la unidad, de ascendencia alemana, llevaba el curioso nombre de Atila Baer, y era un ex militar que había ingreso al cuerpo de policía, primero como instructor y luego como oficial en activo. Todos los miembros del equipo lo respetaban y trataban de nunca jugarse con él y eso lo hacía muy feliz. Era verdaderamente una persona impetuosa, y por ello sus subordinados le habían otorgado el curioso apelativo de “Kaiser”. Sin embargo, Baer mascullaba su enojo al tener que estar bajo el mando del agente especial Bridges, pues no soportaba subyugarse ante alguien que poseyera un genio peor que el suyo.
Los dos vehículos blindados avanzaban rápido hacia el edificio “Magister”, una residencia compuesta por varios apartamentos y cuyo penthouse pertenecía a Ray Fire. En el blindado posterior se encontraba el agente Davidson quien, mientras se aproximaban al lugar del arresto, cavilaba sobre las pesquisas hechas durante la mañana en el puerto. Todas ellas parecían indicar que sus suposiciones eran afirmativas; pese a ello, debía esperar los análisis respectivos de los laboratorios de la policía, además del informe del forense con respecto al cuerpo de Morton. No se fiaba de la efectividad de este último para un examen detallado; si hubiera tenido la potestad de solicitar a un perito del FBI no lo hubiera dudado, pero tenía que ceñirse a los procedimientos de su institución.
Los vehículos llegaron a la puerta del “Magister” y sus ocupantes bajaron en una perfecta alienación. Los miembros del SWAT de la Comisión de Registro llevaban unas modernas armaduras corporales y unos escudos especialmente diseñados para soportar posibles ataques metahumanos. A su vez, tanto Bridges como Davidson portaban chalecos del mismo material, pero eso era toda su protección, a diferencia de los oficiales de asalto que parecían unos soldados futuristas con sus armaduras, escudos, cascos y fusiles de de energía, los agentes federales únicamente portaban como elementos de ataque sus armas reglamentarias.
Al ingresar al hall del edificio fueron recibidos tanto por el recepcionista como el administrador de este, quienes se pusieron a protestar por la medida, pero Bridges mandó a evacuarlos por “obstaculizar” el operativo; aunque se cuidó previamente de enseñarles la orden judicial pertinente, algo que Davidson aprobó con un gesto de asentimiento.
Mientras la mitad del equipo se quedaba en la primera planta resguardando que Fire no se diera a la fuga, el resto se dirigió a los dos ascensores para llegar al penthouse que habitaba el metahumano. En uno ingreso un grupo comandado por el capitán Baer. y en el otro, Bridges y Davidson junto con los miembros del SWAT restante. Marcus quitó el seguro de su pistola y los oficiales de asalto imitaron su actitud al activar la carga de energía de sus fusiles. Cada vez que las veía, la interrogante de quien diseñó y perfeccionó aquellas armas construidas por el gobierno cruzaba la cabeza de William; pero sabía que la respuesta estaba catalogada como información clasificada y que no era menester indagar más en el asunto, pese a ello, él leía y recopilaba cualquier artículo relacionado con el tema que pudiera aparecer en las revistas de ciencia avanzada.
-Aparta esa cosa de mí, muchacho– increpó Marcus al oficial más cercano y este atinó a alejarse un paso detrás suyo.
-No debería ser tan cascarrabias, el agente solo cumple su trabajo, señor.
-Estoy completamente seguro que esas armas emiten radiación. Y no me importa lo que digas William, yo no quiero verme en una cama, enfermo y escupiendo sangre.
-Bueno, como diga– señaló Davidson-. En fin, creo que ya llegamos. Por favor, déjeme hablar con el acusado.
Hacerle entender a su jefe que no existía peligro con aquella tecnología hubiera sido un desperdició de tiempo. Evitar que las cosas llegaran a mayores durante el arresto de Fire, por el contrario, era más provechoso. Así que cuando Bridges dubitativo le entregó la orden, William se apresuró en salir del ascensor y accionar el comunicador para hablar con el miembro buscado de The Zone. El segundo ascensor llegó segundos después y Baer mandó a los miembros del equipo SWAT a ponerse en posición y apuntar hacia la puerta.
Una voz melodiosa salió por el intercomunicador.
-¿Sí?,¿En qué puedo servirles caballeros?
Davidson se dio cuenta de que dentro los observaban mediante cámaras situadas estratégicamente en la antesala del departamento. Un detalle que se les había pasado por alto.
-Señorita, avísele al señor Haggerty que es buscado por la Comisión de Registro, que por favor no oponga resistencia y se entregue.
Un breve minuto de silencio.
-En estos momentos no se encuentra. Si desean pueden regresar más tarde.
El tono marcaba una fuerte carga irónica.
-¿Con quién tenemos el gusto?- interrogó Davidson.
-Soy Anna Evans, abogada del señor Haggerty.
-Pues señorita Evan, déjenos ingresar para cerciorarnos que su defendido no se encuentra en su domicilio.
-Lo siento, oficial, pero no tengo autorización para hacerlo y me parece que ustedes tampoco. Creo que ustedes poseen una orden de arresto pero no una de intervención. Mi defendido podrá acercarse a la estación de policía más cercana una vez que le informe de su situación.
El agente especial Bridges hizo una señal al capitán Baer y este a su vez a uno de sus hombres, quien se acercó a la puerta y colocó un dispositivo en la cerradura.
-Estos abogados piensan que pueden defender al mismo diablo –masculló Baer.
La pequeña explosión del dispositivo posibilitó que la puerta se abriera de par en par, permitiendo el ingreso de la tropa de asalto, quien registró todos los rincones del departamento; sin embargo, Fire no se encontraba en ningún lado.
-¡Esto es un abuso de autoridad!– exclamó airada Evans.
Eso era lo máximo que Bridges podía soportar.
-Por favor llévense abajo a la dama– ordenó a dos oficiales, quienes se acercaron a la abogada y la llevaron por el brazo. Tras ello, encendió un cigarrillo y se dirigió a su subalterno.
-Y dime William, ¿tú también crees que esto es un abuso de autoridad?
Davidson observó la confortable sala, los decorados, la hermosa vista de la ciudad, y se preguntó dónde demonios se encontraría Ray Fire, luego esbozó un gesto amargo.
-No, no. Esto es un acto de magia.

La misma protección que demandó Michael Valviery para él y su hermana la solicitó para su prometida Rosseane. Pese a ello, las autoridades le indicaron que ella no se encontraba involucrada en el caso, que lo mejor era evitar verla mientras durara el juicio; sin embargo, cuando se notificó la noticia de que Ray Fire se encontraba ilocalizable, se destinó una patrulla para escoltar a Rosseane a la mansión de su novio, pues esta se encontraba resguardada por varios policías convirtiéndola en el lugar más seguro para ellos en esos momentos. Eso no fue suficiente para Michael quien ordenó a cinco de sus guardaespaldas que la trajeran a su lado. El vehículo policial abría la marcha, atrás iba el carro de Rosseane; manejado por un chofer, mientras ella era resguardada por dos guardaespaldas, y cerrando el recorrido una camioneta ocupada por los esbirros restantes.
Mientras atravesaban la autopista principal, la prometida del joven Valviery meditó el porqué no dudó un instante en ir al lado de su novio en vez de quedarse a salvo con su familia.
Graduada en economía y con un futuro prometedor en la universidad más prestigiosa del país, Rosseane Margolis decidió, pese a ello, regresar a Golden City, su ciudad natal, para reencontrarse con Michael Valviery, un amigo de la infancia del cual siempre estuvo enamorada y que pese a los años y la distancia, no pudo olvidar. Una vez que recibió su título hizo las maletas, llamó a sus padres, pidiéndoles que la acojan un tiempo mientras meditaba sobre algunas ofertas laborales, y tomó el primer avión de regreso. En realidad estaba escapando. Uno de sus profesores la había tomado como su protegida, era quizás unos veinte años mayor, de unos cuarenta y cinco, divorciado, una celebridad en su campo, y ella se había convertido en su brazo derecho. Integraron parte del grupo de asesoramiento financiero que brindaba la universidad a diversas corporaciones, todo basado en el análisis de cifras y porcentajes llevado a un nivel de paroxismo científico extremo, desarrollando formulas y ecuaciones en sus informes finales. El erudito se enamoró perdidamente, y lo que imaginó sería una conquista fácil se convirtió ante las negativas envueltas en miel y siempre con un hálito de esperanza por parte de ella, en un frenesí desencadenado el cual le costaba controlar cada vez más, así que realizó lo que sintió era el todo o nada de aquella situación: le pidió matrimonio. Rosseanne no se negó, solo dijo que lo pensaría, mientras él se encargaba de enviarle un ramo de rosas cada fin de semana y utilizar su influencia para que la universidad le hiciera una propuesta de trabajo, no solo como parte del grupo de asesoramiento sino también del departamento académico, todo por el deseo de no perderla y mantenerla a su lado. Ella estuvo a punto de aceptar, solo existía algo que la detenía: Michael.
Nunca fue un amor correspondido pues él siempre la vio como una amiga, una confidente, mientras que ella hizo lo imposible para que sus sentimientos nunca salieran a flote. Solo antes de partir a estudiar a la universidad, cuando Michael fue a despedirla al aeropuerto, Rosseanne se atrevió a juntar sus labios, tierna y rápidamente, dejándolo sorprendido, mientras que ella agarraba su equipaje y cruzaba la línea de embarque sin voltear a verle, con lágrimas calientes bajando por su mejilla.
Al regresar a la ciudad se alojó en el hotel más exclusivo, necesitaba darse un tiempo antes de volver bajo la protección paterna. Estaba dispuesta a poner las cartas sobre la mesa, ya no era una muchacha tímida y avergonzada, ahora era una mujer consciente de sus emociones, presta a seducir o a ser seducida, si Michael desperdiciaba la oportunidad de conquistarla entonces cerraría su corazón y partiría donde su mentor, una posibilidad que quizás no alegraría a sus padres y que por ello mismo constituía un aliciente para aceptar la propuesta de matrimonio. Pero la proposición llegó también de parte de Michael, aunque no de la forma que ella había esperado. Después de un intercambio de llamadas llegó la esperada cita, pactando cenar en el restaurant del hotel. Él llegó aun más encantador y atractivo que lo que recordaba, quizás por ello pensó que la trataría diferente, pero si bien la envoltura era aun más llamativa, el interior parecía no haber cambiado, la seguía tratando como la amiga que conoció en su infancia. Esto, en vez de provocar que ella entrara en confianza y crear cierto clima de empatía, la amargó profundamente, pero se cuidó de no demostrarlo, mostrándose jovial y risueña. Le molestaba que no actúe ni galante ni seductor, como si ella no fuera alguien digna de dicho comportamiento. Se sintió disminuida, por lo que en un acto reflejo de defensa volcó la conversación sobre su “futura boda” con el catedrático de la universidad, que estaba prendido de ella, que le enviaba rosas los fines de semana y que estaba haciendo lo imposible para que se quedara a su lado. Ante ello, Michael tartamudeó, mostrándose un poco sorprendido y ella se preguntó si su amigo se había sentido afectado por dicha noticia pero él recupero el aplomo y la felicitó secamente. luego la conversación no fue igual, él se replegó mientras que ella adoptó la postura de persona madura y empezó a recriminarle aprovechando su silencio, aconsejándole que debía casarse, que se dejara de fiestas, que encuentre el verdadero amor, que ya no estaba para niñerías, mientras que él parecía hacer esfuerzos por terminar su plato, cosa que no logró.
- Pensé que estabas enamorada de mí- dijo él sorprendiéndola, mirándola fijamente.
-Oh, eso son solo conjeturas de adolescente, sabes que tu y yo siempre hemos sido solo amigos.
-Sí, claro, bueno, en el aeropuerto, yo…
-No eres mi tipo Michael y lo sabes. Solo quería verte para despedirme, una vez casada no creo que vuelva a dirigirte la palabra, por respeto a mi esposo.
-Comprendo, comprendo. En fin, voy retrasado, fue bonito conversar y volver a verte, espero estar invitado a la boda.
El mozo se acercó con la cuenta y Michael, que era un cliente importante, se limitó a firmar. Luego se levantó y extendió su mano para ayudarla a levantarse.
- Yo me quedaré un poco más, disfrutando la vista- dijo ella observando a través de la ventana una de las plazas de la ciudad, sin voltear a verlo.
-Como gustes- dijo él secamente y luego se marchó con pasos lentos mientras sacaba su móvil y marcaba un número.
Después de quince minutos, Rosseanne regresó a su habitación pensando llamarlo y pedirle disculpas, diciéndole lo estúpida que fue por tratarlo de esa manera, admitiendo que lo quería, pero las fuerzas no le dieron para eso, decidió entonces llamar al catedrático y anunciarle que consentía su propuesta, que le gustaría ser su novia pero que debía pasar un año antes de la boda, mientras el teléfono sonaba; sin embargo, decidió colgar, arrepentida de eso también. Sin cambiarse, sin saber qué hacer, se echó a llorar desconsoladamente.
Fue entonces cuando tocaron la puerta. Supo quien era antes de abrir, lo supo incluso antes de levantarse de la cama, mas cierta cordura le indicaba que podía tratarse de alguna empleada del hotel que venía a hacer una consulta de último momento. Abrió con temor, esperando lo peor, pero Michael le sonrió llevando un ramo de girasoles en la mano.
-Alguien que te ama debería saber que te gustan los girasoles. Los girasoles y no las rosas- dijo mientras las tendía en su mano.
Ella lo abrazó, luego lo beso, primero de forma tierna, como hace años en el aeropuerto, después como si fuera su futura esposa, de la manera frenética en que siempre se imaginó que haría. Al día siguiente fueron juntos donde sus padres a pedirla en matrimonio.

En la dependencia del DISM se respiraba una aparente calma. Aquello sucedía, por lo general, siempre que Rudolph Skinner abandonaba la oficina; entonces la señorita Lawson aprovechaba para ordenar su escritorio, clasificar documentos y hacer un listado de las cosas que el robusto policía debía cumplir y ella recordarle.
La secretaria al terminar de realizar dicha labor había decidido tomar un breve descanso frente al pequeño televisor donde transmitían su novela favorita. En esos momentos se encontraba en el recinto junto a John y a Mayron. Kate, mientras tanto, había acudido al archivo central de la estación en busca de información relacionada sobre el interfecto “Hammer”. La agente pelirroja se definía como una persona de acción pero sabía que la labor de investigación era lo que marcaba la diferencia entre ser un verdadero detective a ser un agente de paisano; escuchar las deducciones de aquel miembro del FBI le había confirmado una vez más esa idea, además de que su capacidad intelectual le había impresionado sumamente, tanto que la indujo a indagar sobre los posibles empleadores de Morton.
Mayron Stewart tecleaba imperturbable su computadora mientras era vigilado en la otra orilla por John. Stewart era un tipo frio que parecía absorto en su tarea sin importarle lo que sucediera a su alrededor, algo que no incomodaba en demasía a su compañero.
-Perfecto, después de haber resquebrajado ciertos firewalls y desencriptado varios IP, he dado con la dirección que solicitaste.
-Dime desde donde postearon el video del ataque a Valviery.
-No te vayas a decepcionar John, pero se trata de un cibercafé.
-Supongo que era lo más lógico, pero es mejor que nada.
- Hey, cualquiera no llega tan lejos. Tuve que cerciorarme cual era la dirección correcta, No ha sido fácil, recuerda que muchos resubieron el video. Pese a todo, te tengo una sorpresa.
-¿Sabes quién es el culpable?
-Casi. Pude ingresar a la computadora del administrador y certificar la cabina respectiva. Por suerte, el local cuenta con una cámara de vigilancia conectada al sistema operativo, lo malo es que solo apunta hacia la entrada. Nuestro posible responsable puede ser este tipo.
Stewart giró la pantalla del monitor, en ella se vislumbraba la imagen de un hombre de unos cuarenta años, con un chaleco marrón y una gorra blanca.
-¿Cómo estar seguro?- inquirió John.
-Es el que ingresa al cibercafé momentos antes que la cabina sea alquilada. Además su estadía se redujo a tan solo 20 minutos, justo después de que fuera posteado el video. Yo apostaría que ese sujeto es el culpable.
Wilkins sonrió, sabía que Mayron no lo decepcionaría.
-El local se encuentra en la zona norte de la ciudad, tengo la corazonada de que este tipo no debe vivir lejos de allí. Por lo demás, tiene la pinta de alguien relacionado al mundo del periodismo, un detalle inequívoco es el chaleco que lleva puesto, eso sin contar su supuesto manejo de cámara y edición.
Mayron volvió a teclear en su computadora.
-Puedo rastrear las personas afines a esas características en la base de datos de la ciudad, sumado al hecho de la contextura y edad, pero me llevara buen tiempo.
-Pues manos a la obra. Cuanto antes empieces mejor. Quizás Rudolph también pueda ayudarnos.
Ante las últimas palabras dichas por el rubio policía, Mayron se limitó a hacer un gesto de incredulidad, luego prosiguió indiferente con la tarea encomendada. Fue cuando Harriet se levantó sobresaltada señalando al televisor.
-No puedo creerlo Johnny. En qué diablos está pensando ese tipo.
Wilkins observó el flash informativo que se transmitía por el pequeño artefacto; luego salió aprisa del reciento.
-¿Johnny, dónde vas?, ¿Johnny?- preguntó nerviosa la anciana asistente, pero Wilkins ya se había marchado.

Mientras la caravana que escoltaba a Rosseane se dirigía por la autopista principal de la ciudad, el patrullero decidió utilizar la sirena para abrirse paso entre el regular tráfico. A la novia de Michael Valviery aquello le pareció gracioso, por un instante se sintió una celebridad, una estrella engreída del espectáculo. El sonido de la sirena era impetuoso, conseguía que los demás automóviles le abrieran el paso. Tal situación le recordaba a Rosseane varias de las series policiales que había disfrutado de niña y por increíble que fuere aquello la tranquilizaba, le hacía recordar mejores tiempos, sin tantas preocupaciones. Sin embargo, cuando un proyectil de energía hizo impacto en el costado izquierdo de la patrulla, esta se desestabilizo provocando que chocara con un automóvil que venía por la vía alterna en sentido contrario, ocasionando un mar de cristales rotos y el cese del sonido de la alarma policial.
El automóvil donde se transportaba Rosseane frenó en seco, permitiendo que el vehículo posterior se adelantara por su extremo derecho. La camioneta se estacionó 20 metros más adelante, en medio de la autopista, sus tripulantes descendieron y alistaron sus metralletas apuntando al cielo, luego abrieron fuego. Las ráfagas de aquellas armas cruzaban por los flancos de Ray Fire, quien sonriente, volaba rápidamente y en descenso hacia ellos portando una carga de energía que lanzó contra el vehículo estacionado de sus atacantes. La camioneta estalló en una bola de fuego que lanzó a los guardaespaldas de Michael a los lados, uno de ellos murió de forma estrepitosa al ser arrollado por otro automóvil, mientras el segundo daba alaridos de dolor cubriéndose el rostro bañado en sangre.
El chofer del carro de Rosseane consiguió girar en U e iniciar su huida, a la vez, los otros dos miembros del personal de seguridad de la muchacha se pusieron en guardia retirando los seguros de sus armas. No obstante, aquel vano intento de escape se vio ralentizado cuando los demás vehículos decidieron seguir su ejemplo, obstaculizándose unos con otros, originándose una seguidilla de choques involuntarios mientras sendas descargas de energía del metahumano caían a su alrededor levantando una senda cortina de fuego y humo.
Pese a ello, el chofer del vehículo se trataba de un profesional competente y a punto estuvo de cumplir el cometido de salir de la autopista, esquivando impedimentos y yendo a máxima velocidad, pero Ray Fire volaba tras ellos acercándose muy aprisa. El guardaespaldas moreno que se encontraba al extremo izquierdo, abrió la ventana y sacó medio cuerpo para disparar contra su perseguidor. Una descarga de energía de Fire, sin embargo, le dio de lleno contra el pecho manando una lluvia escarlata, ocasionando que su cuerpo cayera inerte contra la pista y la muchacha profiriera un grito de pánico. Luego el metahumano, utilizando su fuerza sobrehumana, retiró el techo del vehículo, tomó a Rosseane por la cintura y levitó varios metros más arriba, para con el dedo, lanzar una pequeña descarga contra el chofer, quien perdió la dirección del vehículo, estrellándose de lleno contra el costado de un tráiler y provocando que el segundo guardaespaldas muriera al ser expulsado trágicamente contra la superficie.
Ante los lloriqueos de la muchacha, Fire opto por levitar más alto aún.
-Vas a tener que estar tranquila preciosa, tenemos que dar un paseo y no me gustaría soltarte. Ya viste lo que ocasiona un impacto intempestivo contra el suelo.


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