domingo, 26 de abril de 2015

NEUSUD - Telekinesis 8: Contacto

Autor: Gerardo Espinoza

Dorian maniobró el volante como pudo; esquivó un par de vehículos, pero chocó contra unas rocas. Fuera de control, la camioneta se volcó dando vueltas de campana en dirección a un precipicio. El conductor giró la cabeza, abrió los ojos una fracción de segundo y presenció algo que nunca olvidaría: Farid se le acercaba mientras su cuerpo se desmaterializaba rodeado de un halo luminoso. De un momento a otro, Dorian se estrelló contra la tierra, fuera de la cabina. Alzó la los ojos y vio su camioneta terminar de caer. Permaneció inmóvil varios minutos.

Desde la carretera se acercaron varias personas con intención de ayudar; preguntaron si se encontraba bien, si tenía algún dolor interno. Dorian hacía poco caso a esas preguntas. Su cabeza estaba ensangrentada.
-¿Dónde está?– interrumpió desconcertado.
Su mirada era incrédula y sus ojos no parpadeaban; quiso caminar por su propia cuenta y con mucho pesar buscó a Farid.
-¿Qué le ocurre, señor?– preguntó una mujer joven.
-Usted manejaba solo y posiblemente se quedó dormido– dijo otro señor ya mayor.
Sin hacer caso a lo que decían, se arrodilló para ver entre el fierro retorcido. Pero no halló a nadie. No tenía sentido.
-Oiga, con tan poca luz no podrá encontrar nada. Dentro de unas horas amanecerá y volverá con calma a recoger sus pertenencias.
-¡No! ¡Tiene que estar aquí!– alzó la voz vehemente.
-¡Está perdiendo mucha sangre, señor!– lo detuvo uno de ellos tomándole de los hombros,- ¡Escúcheme! A tres kilómetros de acá está la mina donde trabajo. Me ofrezco a llevarlo, allí lo atenderán. Por favor, cálmese.
Dorian asintió confuso. Metió la mano al bolsillo y sacó un papel doblado. Era el recorte de periódico donde estaba encerrado en un círculo el contacto que seguramente lo ayudaría: Gregory Estévez.


El ingeniero lo guió hasta su camioneta; las otras personas los acpompañaban intentando parar el sangrado en su cabeza. Con una mano en el hombro y la otra en el brazo anduvieron cuesta arriba hasta el auto del ingeniero.
A mitad de camino oyeron cómo retumbaban los cielos, todos se preguntaban qué sucedía; miraban a todos lados sin saber el origen. Luego se oyeron disparos y más explosiones. Entraron en pánico y se apuraron en subir. Se situaron en la puerta de la camioneta y antes de entrar Dorian se detuvo sin intención de moverse, volteó el rostro y preguntó:
-Dígame que tiene un teléfono satelital operativo, necesitaré hacer un par de llamadas– su rostro pálido mostraba una profunda angustia.
El ingeniero asintió sin decir palabra y lo ayudó a subir.

Todavía eran las tres de la madrugada y en el cielo la aurora casi había desaparecido. Gamboa guardó la cámara en el bolsillo; consciente de la clase de información almacenada. Preguntó si alguno tenía una radio operativa que al momento le facilitaron. Minutos después, estableció una frágil comunicación con Lima Gris.
Se acercó a verificar los restos del supuesto “terrorista” mientras informaba lo sucedido a Neira. Le comentó sobre el haz de luz que lo envolvía, sobre la forma como desaparecía intermitentemente y su aparente invulnerabilidad a las balas.
Minutos después cortó la comunicación y ordenó registrar absolutamente todo. Tomaron fotografías y levantaron el cadáver del sospechoso; cada fragmento, absolutamente todo su cuerpo desperdigado.
Se acercó al general y ordenó decomisar cada celular o cámara que los civiles pudieran tener; no podían permitir que esto se difundiera. Quince minutos después, todos los objetos eran amontonados a un lado de la pista y debidamente destruidos.

Eran tres vehículos. Todos habían fallado por la sobrecarga eléctrica, pero se detuvieron a tiempo evitando accidentes. Revisaron los motores y pronto funcionaron normalmente. Se acercaron a Farid despidiéndose, aliviados de que su hemorragia había parado.

Quince minutos después, el ingeniero y Dorian, llegaron a la mina donde el herido fue rápidamente atendido por el médico asignado, que a pesar de que eran las tres y treinta de la madrugada ayudó de buena gana al herido.
El conteiner donde era atendido estaba acondicionado para emergencias de los mineros, totalmente equipado. Fueron necesarios varios puntos de sutura para la cabeza de Dorian. Al final se puso de pie y agradeció en sobremanera al médico que dijo llamarse Rubén, y a su nuevo amigo, el ingeniero Trujillo. Luego de esto fue invitado a tomar un buen desayuno previo a iniciar la jornada diaria. Dorian aceptó enseguida.
Ya de camino al comedor, pidió prestado el teléfono satelital al ingeniero Trujillo y se dispuso a llamar. Salió del recinto y se trepó a una gran roca para obtener mejor recepción.
-¿En verdad crees que alguien responderá? Son casi las cuatro de la madrugada– dijo el Ingeniero incrédulo.
-A quien busco es un total friki. Estoy seguro de que ahora mismo está pegado a internet.
-¿Hola? ¿Quién llama a estas horas?– respondió Gregory Estévez.



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